Título: Arquitecturas inquietantes, Antología de relatos de casas encantadas
Autor: Varios autores
Editorial: Eolas
Nº de páginas: 266
Género: Antología casas encantadas
Precio: 20€
La casa. Espacio para el solaz, para el descanso y refugio. Parapeto contra las inclemencias del tiempo y el paso de las décadas. Espejo de sus habitantes. Todos estos aspectos, especialmente el último, quedan recogidos en Arquitecturas inquietantes, Antología de relatos de casas encantadas, formidable colección de cuentos en la que moran quince historias que dan buena cuenta de la importancia de la casa encantada como entidad agentiva dentro de la literatura de lo insólito. Recogiendo textos de un período comprendido entre 1981 y 2019, la antología editada por Rosa María Díez Cobo solicita nuestra atención ante la excelsa calidad de los cuentos incluidos, pertenecientes a un generoso crisol de autores y autoras en lengua castellana. Vamos con los cuentos.
Un flamante apartamento, de José Luis Velasco, nos traslada a las emociones que hicieron mella en los jóvenes que se enfrentaron a las Historias para no dormir del inigualable Chicho Ibáñez Serrador. Con esto en mente, Velasco pergeña un cuento con ecos borgianos y algo surrealistas, conformando una trama en la que, además del elemento fantástico en primer plano, despuntan conceptos como la identidad y la memoria, así como su paulatina pérdida. Hilando más fino, se puede intuir en la historia de Velasco la desaparición el mundo exterior que acontece en una depresión personal, así como la falta de referentes sólidos en el individuo moderno. Pieza con aire de clásico que ha de resonar en el recuerdo.
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Thomas Harris presenta en La casa inútil una de esas historias que condensa, en apariencia, el inicio de mil y una películas de género. Una familia llega a una casa tras un viaje extenuante, y una vez allí proceden a instalarse. Lo que pareciera el prolegómeno de un relato largo, o incluso una novela, gira de repente para cerrarse a través de una serie de sutilezas que se han ido escurriendo a lo largo del texto. Muy interesante propuesta, tanto a nivel conceptual (imposible que no acuda a la cabeza la idea de un purgatorio) como en la manera de narrar de Harris.
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Las cuitas caseras toman el protagonismo en Una noche de invierno es una casa, cuento en el que Cecilia Eudave marca un tono desenfadado y con cierto sentido del humor bajo el que transita, con gran sutileza, el sentido de la tragedia. Este relato viene a ser una especie de Esta casa es una ruina perversa, pues debajo de esos interruptores de luz que no prenden, ese baño que nunca está impoluto, esas paredes en las que surgen manchas esquivas y ese jardín atestado de malas hierbas, subyace el fracaso de la pareja tradicional, el modo de vida aprendido que a menudo no lleva a ninguna parte. El final, sublime.
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Gustavo Nielsen nos lleva En la ruta por la lobreguez del abandono y las pesadas y constantes huellas de la pesadilla fantasmal. Con una prosa cuidada y un fuerte anclaje en lo real, Nielsen desbroza condenas que tienen que ver con la paternidad, en una magnífica recreación del imaginario del cine de terror rural. De mis favoritos.
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Después, Fernando Iwasaki se las apaña en La casa embrujada para resumir una novela de casa encantada en una sola página, con la maestría y sentido del humor macabro que tanto destila su Ajuar funerario. No puedo contar más, disfruten del arte del microrrelato.
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La casa encantada también puede pasarse al otro lado. José María Merino le da la vuelta al concepto y, donde todos vemos maldición y embrujo, él aporta felicidad. La casa feliz es uno de esos cuentos amables que aflora para dotar de luz y de otro prisma a la antología. Podría dar para más, pero el autor decide contener su historia para quede en nuestro cerebro la idea principal: las casas pueden irradiar buenas vibraciones.
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Interesante ejercicio de concreción el de Ana María Shua en La lepra de las casas, al escoger una curiosa cita bíblica y llevarla un pago más allá. Menudas imágenes en un breve párrafo, qué potencia.
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Fantasmal es el Habitante. Cíclico y descorazonador viaje por la obsesión, tenemos aquí un cuento de esos que poseen a sus personajes. Patricia Esteban Erlés esconde su espectro con gran habilidad, tanto que has de leer el texto más de una vez para dar con él. Aquí la casa habitada por un fantasma es una persona. Maravilloso.
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Llegamos al verdadero corazón de esta compilación, no otro que La casa muerta de Alina Gadea. Una casa inmensa, tal como el propio cuento, que sabe tener con habilidad hilos negros del gótico más clásico con colores pastel más modernos. Por supuesto, el primero gana, invadiendo sin misericordia las páginas y el dibujo final. Gadea sabe moverse entre la sutil metáfora que encierra la enfermedad mental y la historia de fantasmas, dejando pistas por el camino pero dejando al final que seamos nosotros los que decidamos. Ejemplar relato.
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Continúa la parte central y vertebral del libro con la Calamidad doméstica de Solange Rodríguez Pappe, un cuento que cambia el tercio hacia una literatura moderna que mezcla imágenes poéticas y críticas con una realidad perturbadora. Mujeres encerradas en sótanos, numeradas para hacerlas distinguibles, y un hombre que abusa de ellas cuando quiere. Intuimos que todas las mujeres son una, y que la casa es el día a día, en una denuncia de la violencia de género que adquiere un prisma muy especial. La prosa de Solange alza el relato, lo magnífica, lo encumbra. Sensacional.
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Entramos en la minisección de clásicos modernos con La Maga, que no podía faltar en este volumen. El constructo de Elia Barceló, ampliamente reconocido en la últimos años, compone un curioso contraste entre clasicismo y modernez, enfrentados en un cuento de terror perverso que alude a la casa como un ente que nos contamina, pero que al mismo tiempo surge de nuestro interior. La aparente inocencia de los primeros capítulos va tornando, muy poco a poco, en una suerte de extrañamiento costumbrista que se revela con sutileza y naturalidad. La posesión locura del personaje que hace las veces de narrador nos contagia con su atención al detalle nimio y su omisión de lo importante, logrando la autora con este contrasentido un efecto realmente estimulante. Es quizá La Maga un relato demasiado largo, aunque la intención estilística requiere de tal extensión para buscar un mayor impacto. Tremendo cuento, con un tremendo desenlace.
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Otro cuento canónico de los últimos años es sin duda La casa de Adela, esa inquietante maravilla de Mariana Enriquez que no necesitas leer más que una vez para que quede grabado en tu cerebro bajo llave. Es uno de esos relatos que modernizan el terror clásico, que hurgan en esquinas de la realidad para trasladarnos miedos nuevos, y que de algún modo se las arregla para admitir el dibujo y la crítica social. ¿De dónde salen los dientes? ¿De quiénes son las uñas? Nunca una desaparición fue tan perturbadora. Relato maestro e influyente como pocos.
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Quizá podamos considerar la caja de Schrödinger como una casa encantada. David Roas se encarga de trasladarnos esa idea con La casa vacía, tributo al caminante de Providence H.P. Lovecraft. La óptica empleada para el homenaje es curiosa, con una utilización omnipresente de la segunda persona para llevarnos a una panorámica muy visual de una calle y una casa determinadas. Roas nos atrae poco a poco, jugando con nosotros hasta llegar a un mazazo contra el que apenas podemos defendernos. Y eso que estábamos avisados.
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La maldición de la casa Arteaga es un disparo. Así de rápida transcurre una historia que abarca un largo lapso de tiempo en pocas páginas. Puede parecer muy naif, poco trabajado incluso, pero el relato cumple, resumiendo toda una novela a grandes zancadas. Por el camino, de nuevo el cánon de la temática, con lo sobrenatural revoloteando. Al final, la bala nos alcanza y nos hiere fuerte. Buena puntería la de Yoselin Goncalves.
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Cortázar no podía faltar. Muy contento estaría con Casa volada, un divertimento metafórico en el que Gemma Solsona aplica el elemento fantástico como retrato del olvido y las oportunidades pasadas. Apropiado cierre para el volumen, el cuento hace que todo vuele por los aires, literalmente, siendo el necesario agitamiento que a veces hace falta para espolear la vida y vislumbrar un nuevo comienzo. Original y certero, y con una imagen para el recuerdo: la de un trapecio colgando en mitad de un salón.
Con Arquitecturas inquietantes, Rosa María Díez Cobo reivindica la figura de la casa encantada como monstruo del imaginario colectivo. Una silueta que debe acompañar a hombres lobo, zombis, vampiros, etc., por méritos propios y alzarse, además, como un reflejo de nuestra manera de vivir (y de morir). El trabajo de recopilación y superposición de los relatos es ingente y merece aplauso, al ser una labor de búsqueda y descubrimiento comparable a la arqueología. Para muestra, resulta curioso comprobar cómo el primer y el último relato, separados por casi cuarenta años, se complementan perfectamente, ladrillando el volumen de forma milimétrica.
No sé si es la antología definitiva sobre el tema, pero bien podría serlo.
José Luis Pascual
Administrador