Título: Chamanes eléctricos en la fiesta del sol
Autora: Mónica Ojeda
Editorial: Random House
Nº de páginas: 288
Género: Narrativa contemporánea
Precio: 19,90 €
SINOPSIS
Año 5540 del calendario andino. Noa decide escaparse de su Guayaquil natal con su mejor amiga, Nicole, para asistir al Ruido Solar, un macrofestival popular que anualmente congrega, durante ocho días y siete noches, a miles de jóvenes —entre músicos, bailarines, poetas y chamanes— a los pies de uno de los numerosos volcanes de los Andes. Atrás quedan las familias y la violencia de las ciudades, y se despliega un paisaje alucinado que tiembla al ritmo de la música y las erupciones volcánicas bajo uncielo surcado por meteoritos. Para Noa esta será la primera parada antes de ir al reencuentro del padre que la abandonó cuando era una niña y que desde hace años habita los bosques altos, un territorio donde también se esconden los desaparecidos, aquellos que una vez subieron al Ruido y nunca regresaron a sus hogares.
RESEÑA
Un paisaje invoca a otro, dicen. Una catástrofe natural, por más cruel que sea, trae consigo la resurrección. Noa y yo conocíamos ese ciclo: el de la belleza que surge del fondo del desastre, reptando, como si cargara piedras en el estómago. Siempre fue así en el vientre bravo del territorio. Aquí todos escuchan truenos de tierra y bramidos de monte, aguantan el equilibrio sobre un suelo que cabalga, jadea y muerde huesos. La boca de los enjambres, lo llaman, el sitio de los derrumbes.
Cada publicación de Mónica Ojeda es un trueno y un bramido, un sitio de los derrumbes en el que todo es posible: desde la humanización de un volcán a la posesión ritualística; desde el bosque transmutado en un enorme globo ocular hasta la más salvaje yeguada. Hablamos ya de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, un verdadero tsunami sensorial que apuñala al lector sin ningún tipo de compasión durante sus cerca de trescientas páginas.
La odisea de Noa y Nicole se enmarca en el Ruido Solar, un festival de música experimental que se alimenta de un ambiente chamánico y espiritual (y, por supuesto, de diferentes sustancias psicotrónicas). Allí conocerán a un grupo de personas, se mezclarán en todas las maneras posibles, y finalmente Noa dará a conocer su auténtica motivación para asistir a tan remoto evento: encontrar a su padre perdido en las montañas.
Aunque ese misterio es el que toma las riendas en la trama principal, la novela se ve estructurada en una serie de capítulos en los que alternamos entre un nutrido grupo de narradores. Entre todos se dibuja una fiesta despampanante, amenazadora y muy fuera de control, en la que cada uno de ellos aporta su visión personal de un evento caótico y a menudo abstracto. Como si escribieran bajo los efectos del temblor del volcán que pisan, sus narraciones pueden parecer algo inconexas en ocasiones, mientras que en otras dan la sensación de repetirse. Todo ello nos ofrece una percepción de caminar en círculos, de atravesar un purgatorio del que no se adivina principio ni final. Algo, probablemente, muy cercano a lo que debe de ser un festival de las características del descrito en la novela.
Por tanto, la prosa queda al servicio de una sensorialidad extrema y alterada que nos sumerge en una pesadilla incómoda. Si bien esa correlación está bien resuelta, la poderosa imaginería poética de Ojeda se derrama sobre la narración sin miramientos, ofreciendo pasajes memorables pero, también, quebrando el ritmo de la novela con continuas grietas humeantes de lava. En otras palabras, la forma se come al fondo. No encontré este problema en Mandíbula, ni tampoco en Nefando. Es algo que estaba muy presente en los relatos de Las voladoras, y que allí funcionaba a las mil maravillas por contenerse en textos breves y contundentes. En una novela larga, se convierte en un lastre.
Esto no impide el disfrute de los millones de detalles que impregnan cada fragmento. Más allá del arrebato poético, cobra relevancia la inclusión de pequeñas historias como las de Tim y Jeff Buckley, Nina Simone en su último concierto o Johnny Cash transformándose al empezar a cantar con Nick Cave. Mis partes favoritas son las narradas por el padre de Noa. Allí, la novela cobra una mirada algo distinta, más aterrizada y si acaso más desasosegante, pareja por momentos al neowestern crepuscular que tan bien cultivó Cormac McCarthy.
El bosque nos mira a través de la ventana.
Es una mirada que solo respeto cuando oigo a los perros ladrarle a su inmensa noche.
El libro se conforma como un gran poema acerca de la violencia, con versos que se van repitiendo para incidir en la sonoridad y en el revuelo que es todo el festival del Ruido. Así, la voz de las piedras, el baile del Diabluma, los truenos, los caballos, el volcán… se revelan como conceptos dentro de una estructura poética definida. Esto es bueno a nivel lírico, magnífico en ocasiones, pero, como digo, puede ocasionar problemas al mirar Chamanes eléctricos en la fiesta del sol como novela.
Aun siendo inferior en su calado a las anteriores obras de la autora, recomiendo la novela para quien quiera descubrir a una de las mejores voces de la narrativa actual. Sin duda, su imaginación te traslada a lugares hasta ahora poco explorados, y eso resulta impagable.
José Luis Pascual
Administrador
5 comentarios
Le tengo ganas a esta autora, de la que no he leído nada aún.
Te recomiendo empezar por alguna de sus otras novelas. Como primer contacto, este puede ser demasiado intenso.
Acabaré leyendo todo de esta autora, sin duda. Buena reseña. Una mirada profunda y sincera. A veces el abismo nos come el alma.
Joder, justo esto fue lo que me cayó de regalompor Sant Jordi y todavía no he podido meterle mano, pero ando con ganas locas d ver a donde me lleva este viaje , usando esta palabras en todas y cada una de sus acepciones. Ya os contaré. Buena reseña.
Muchas gracias. Ya nos dirás.