XXV Club de Lectura de Terror: Mandíbula (Mónica Ojeda)

por José Luis Pascual

Novela dura y controvertida, Mandíbula ha dividido a los participantes en esta lectura gracias a su apuesta por la forma sobre el fondo. De lo que no cabe duda es que la obra toca puntos muy sensibles y especialmente turbios, lo que unido a la manera de narrar de Mónica Ojeda ha de despertar opiniones muy polarizadas tanto a favor como en contra. Bajo mi punto de vista, solo por eso ya estamos ante un título remarcable. 

A continuación, queda reflejada mi reseña seguida de las impresiones de varios miembros del Club. Al final del artículo, encontraréis el vídeo del debate que le dedicamos a la novela, y que en mi opinión es una de las mejores charlas que hemos tenido desde que inauguramos los videodebates. Espero que os guste.

Título: Mandíbula

Autor: Mónica Ojeda

Editorial: Candaya

Nº de páginas: 288

Género: Salvajismo ilustrado

 

El miedo olía a cuerpo: a orina caliente mojando una pijama de lunas y estrellas. Clara sabía que ninguno de los adultos que la rodeaban en aquella sala de recepción —mitad capilla, mitad zoológico— usaban pijamas infantiles ni se orinaban encima, pero alguna vez lo habían hecho y, aunque lo ignoraran, podrían volverlo a hacer; porque si algo había aprendido siendo una hija-becerra —y obstinado calco de su madre— era que a cualquier edad uno podía mearse de miedo —lo hizo Elena Valverde, acostada en su cama de hospital mientras agonizaba; y lo hizo ella, tres meses, dos días y once horas antes, atada al sillón de estampado de tigre—.

A Mónica Ojeda le gusta apostar. Su primera novela, Nefando, es una obra arriesgada que aquí apreciamos pero a la que, si fuera una bola dando vueltas en una ruleta, le costaría encontrar el hueco ganador. Con ganador me refiero al público, a los lectores. Si nos vamos a su reciente colección de relatos, Las voladoras, encontramos otra apuesta alta. El primer relato bien puede ser considerado como el más críptico, el más difícil para el lector. Pero está puesto el primero. A Mónica Ojeda le gusta apostar.
Mandíbula es otra apuesta, quizá algo menos elevada o quizá mucho más, eso ha de juzgarlo cada lector. Sea como sea, el riesgo es notable, riesgo que se hace patente desde el primer capítulo, un bloque que no lo pone nada fácil al lector, quien asume que ha de mantener todos los sentidos atentos a cada frase. Poco después, esa sensación se atenúa, pero de nuevo es una puerta de entrada compleja para quien abre el libro por vez primera. Es el precio a pagar para que, todo aquel que disfrute arriesgando, admire la potencia de una novela extraordinaria.

En Mandíbula, Mónica hace magia. Bueno, en realidad toda su obra es una demostración de conjuros y hechizos que tienen como misión utilizar las herramientas de los buenos magos y transformarlas en otra cosa. El típico uso de enfocar algo directamente hacia tus ojos para distraerte y desarrollar en segundo plano el verdadero Mcguffin se convierte en Mandibula en un tratado sobre la hipnosis. En realidad no importa qué es lo que se nos escupe al rostro, ni siquiera lo que hay detrás. Lo primordial son las palabras. Y, como todo lo primordial, aquí las palabras se adhieren a nuestro córtex cerebral con un poder ancestral. La hipnosis está garantizada, y durante la lectura quedamos obnubilados por lo terrible, por el escalofrío, por la maldad; pero sobre todo por las palabras.

Ojo, esto no funcionará en todos los casos, y no debe hacerlo. Pero aquí hemos venido a jugar. Decía la autora en una charla a la que tuve el honor de asistir que su mayor interés es la búsqueda de lo sublime. Que la historia le interesa, pero mucho menos que la manera de contarla. Esto ha sido foco de debate durante la lectura de Mandíbula, y cada uno tendrá su opinión al respecto. Por mi parte, tal atrevimiento merece un gran aplauso, y no solo por la intención de romper la baraja a través de un preciosismo de lo horrible, sino por conseguir alcanzar su meta durante buena parte de la novela. Un ejemplo:

Cuando cumplí once años empecé a notar, por ejemplo, que los hombres me miraban de una forma extraña. Ellos, y algunas mujeres, me miran diferente desde entonces, como si tuvieran un caracol en las pupilas.

Hay una poesía envenenada en las palabras de Mónica Ojeda, un “salvajismo ilustrado” que tan bien apuntó Román Sanz Mouta aquí. A través de un pequeño grupo de personajes rotos, se nos permite vislumbrar una parte horrenda de nosotros mismos, ese lado perturbador que intentamos mantener a raya pero que late a cada segundo junto con las sonrisas, los abrazos, el amor. Quizá el rechazo que pueda generar Mandíbula se deba a que no es fácil observar fijamente ese rincón tan negro durante casi trescientas páginas. No empatizaremos aquí con los personajes, no haremos propios sus trastornos, pero en el fondo que son tan nuestros como el despertar diario. 

También hay una metaliteratura que constituye otro de los aspectos controvertidos. Hay exceso en los incisos, hay derivaciones, hay ensayos sobre el terror insertados en la trama. Todo ello despista, ahuyenta, expulsa. Pero también fascina, ya que no son herramientas que veamos habitualmente. Se trasciende el género para conformar algo nuevo, como Annelise conforma una religión basada en lo blanco, demostrando que tal pureza no puede ser otra cosa que terrible:

“¿Qué es lo que pasa cuando vemos algo blanco?”, le preguntó Annelise a Fernanda sin esperar una respuesta. “Que sabemos que se va a manchar”, le dijo sonriendo blanquecinamente.

Por supuesto, existe una visión femenina —pero no feminista— del horror. Y una inmersión en miedos poco explotados, como el miedo a la madre o el miedo a la hija. En este sentido, encuentro que hay algo de La chica de al lado en Mandíbula; siendo una obra totalmente distinta sí que hay tramos que parecen navegar sobre las mismas aguas tenebrosas. Las perversiones exhibidas entroncan con la enfermedad, con el trastorno, pero sobre todo con el mal absoluto, un mal que puede dominarnos de un segundo a otro, sin que apenas seamos conscientes. Porque el Dios Blanco es la representación del abandono máximo, el reconocimiento de que el peor sentimiento posible puede deslumbrarnos ahora mismo. Si eso no es terror…

No voy a hablar aquí de la trama, del folclore creado, de las inmersiones en los creepypastas, de lo explícito de la violencia, de los conceptos aberrantes y erróneos, de las uniones y exclusiones entre personajes, de la tensión generada en la reunión en una azotea. No, simplemente quiero ahondar en la impronta. No es Mandíbula una novela perfecta. Sin embargo, hay perfección en su imperfección, hay circularidad en una cadena de chicas implorando al Dios Blanco, hay belleza torcida en la rojez de unas mordeduras, hay un fulgor divino en la fugaz aparición de un gran reptil. ¿Está todo dicho?

Los miembros del club hablan:

Interesante la elegida este mes. Aunque la autora apuesta por la forma sobre el fondo, es en el fondo donde se encuentra lo verdaderamente bueno de esta novela. La disección de las relaciones materno filiales, del paso de la infancia a la adolescencia y de esta a la edad adulta, la violencia implacable del mundo real frente a los horrores inimaginables del subconsciente y de la ficción, son los mejores elementos con los que cuenta esta novela, pero se empeña la autora de revestirlo todo de unas formas literarias que lastran el discurrir de la obra.

No debe ser esto un obstáculo para acercarse a la obra, pues como dije antes, tiene elementos de sobra para hacer que su lectura merezca la pena, porque además de las virtudes mencionadas, hay que añadir la valentía de la autora para mostrar una violencia sin tapujos y para nada gratuita, ya que hasta los momentos más duros tienen su razón de ser en el devenir de los acontecimientos.

Sin duda, una obra recomendable.

Jota García

Uno de los temas que más me fascinan en literatura es la “transformación”, “evolución” o “cambio”, tanto en personajes como en entornos físicos o sociales. Podríamos decir que en casi toda novela estos hechos son algo característico de cualquier historia. A lo largo de las páginas, de un modo u otro, siempre los personajes van “evolucionando”; al final del libro ya no son la misma persona que al principio.

Pero si en algo destacan las novelas de terror o thrillers psicológicos, es que este cambio en algunos personajes puntuales se “acentúa” de un modo, como decirlo, acelerado y/o exacerbado.
En la novela que hemos leído este mes en el club, Madíbula, hay dos personajes, y en menor medida otros más, donde podemos destacar esta transformación de la que hablo. Creo que uno de los puntos fuertes de la obra es eso mismo, ver como la mente (y cuerpo) de estas dos personas van convirtiéndose en algo elevado y singular.

Yo personalmente quiero destacar este hecho porque creo que la autora hace un trabajo dignísimo al retratar y trabajar dicha evolución. Un personaje estancado es un personaje olvidable, plano y sin interés. No olvidaré Mandíbula, vaya que no.

Asen Ahab

Una novela de terror atípica en la que Ojeda demuestra que maneja con soltura las metáforas y el lenguaje. La acción, elemento principal del género, se queda en un segundo plano, a veces casi inexistente (un punto flaco en mi opinión) para convertir a la historia en un ejercicio de introspección.

Verónica Cervilla

Cuando comienzas a leer Mandíbula crees que ya sabes de qué va la historia. Sin embargo, solo quiere sorprenderte un poco para luego introducirte en un relato psicológico en donde se mezclan temas como los creepypasta, las relaciones paternofiliales enfermizas y, por último y más importante, el maltrato y la violencia. Además de esto, se une una escritura muy elaborada, llegando casi a la poesía, junto con otros elementos en la estructura de la historia que quizás hagan farragosa la lectura de ciertos pasajes de la novela. Sin embargo, si eres capaz de introducirte en ella con todos sus elementos, tanto de forma como de fondo, quedarás satisfecho con su lectura. Una lectura bastante diferente.

Oscar Pico

Esta novela me ha dejado sin palabras. Me conmocionó el tremendo uso de metáforas. Se refleja en la narrativa una retórica muy original en la forma de explicar lo que acontece desde la perspectiva de los personajes centrales. Una inusitada manera de profundizar en la materia del miedo, el cual se recalca de forma sorprendente con un inusual uso de las palabras.

De la curiosa pluma de Mónica Ojeda, se abre el telón a su novela Mandíbula, un thriller que hace de sus protagonistas un juego de emociones que emanan de forma caótica, adentrándonos en el oscuro abismo de la intimidad. 

Reseña completa en La biblioteca de horrores.

Aldebarán de Canis

Mandíbula es una obra difícil de clasificar. En el debate online del club de lectura nos preguntábamos si podría adscribirse al género de terror, y no había unanimidad al respecto. Pero tampoco la había respecto al tema central de la obra: la violencia, las relaciones maternofiliales o entre adolescentes, la obsesión… Todo ello da a entender que Mandíbula es una obra poliédrica y rica, compleja y no siempre fácil que, en el club de lectura, como la reseña grupal mostrará, ha dado lugar a reacciones muy diversas, incluso encendidas.

Personalmente, encuentro en Mandíbula dos continuos polos de atracción entre los que circula la energía de la obra, retroalimentándose entre ellos en algunas ocasiones y repeliéndose en otras. Me refiero a la forma (o lenguaje) y al fondo (o significado). En cuanto a la forma, se hace evidente el trabajo de la autora para trascender la narrativa lineal clásica, empleando técnicas diversas, desde metáforas y símiles certeros y eficientes hasta el flujo de conciencia o el estilo indirecto libre aplicados de manera intensa, omnipresente y casi avasalladora para reflejar las obsesiones de los personajes. Así, el lenguaje se empapa de sus pensamientos y conducta, y el estilo cambia de manera evidente no solo en función del personaje, sino de su evolución a lo largo de la obra.

Y es a través de este lenguaje elaborado que se intentan explicar o, más bien, explicitar, una serie de temas y acciones justificativas de la escena inicial que, en mi opinión, es lo que más debilita la novela. Porque en ese afán de hacer explícito lo implícito la obra pierde todo poder de sugerencia. El ejemplo paradigmático es el ensayo dedicado al terror blanco, escrito por uno de los personajes que, aun siendo un magnífico tratado sobre ese tema que ya es un clásico en la literatura de género (desde el seminal capítulo 42 de Moby Dick —1851— hasta la niebla blanca de Carpenter, pasando por los terrores árticos de Poe o Lovecraft), quizá hubiera sido mejor dejar sugerido o, al menos, más contenido, para que la imaginación del lector hiciera el resto. Lo mismo aplica al resto de relaciones entre los personajes principales de la obra, hasta el punto de encontrar pasajes que se antojan repetitivos, en una voluntad sobrexplicativa que pareciera dirigida a educar lectores incautos.

De esta manera, los temas tratados oscilan entre una profundidad insólita, como la relación que se establece entre las adolescentes en el edificio abandonado, llena de visceralidad y autenticidad (mi sección favorita del libro), a un análisis obsesivo y asfixiante, como la relaciones entre madres e hijas que acaban definiendo los comportamientos de las protagonistas. En momentos el significado y la forma alcanzan momentos de equilibrio gozoso, como el paralelismo que se establece en algún capítulo entre profesora y alumna o el ejercicio metalingüístico sobre el miedo mismo (o sea, el miedo a tener miedo).

Termino volviendo al principio: ¿es Mandíbula una obra de terror? Quizá deberíamos definir antes qué es una obra de terror. Pero esta pregunta tiene tantas respuestas como personas, o incluso más. En mi opinión, si definimos una obra de terror como aquella escrita pensando en el lector de género, Mandíbula se quedaría fuera de esta clasificación. Ambiciona otro tipo de lector. En cualquier caso, estas preguntas son estériles porque lo que sí queda es la obra para defenderse por sí misma.

Bernard J. Leman

Hay historias que definitivamente mantienen una estructura clásica en su narrativa, tienen un planteamiento, un desarrollo y un desenlace, en ese orden, y aunque en principio Mandíbula, de Mónica Ojeda, parece no llevarlo, tras una mirada retrospectiva sí que la tiene, lo cual es destacable ya que con cierto orden aleatorio entre los capítulos mantiene un hilo conductor en el que nos cuenta de manera específica y fluida el origen de los personajes, sus relaciones, sus traumas y cómo la suma de todo nos lleva al desenlace de la obra, no sin dejar ciertos cabos sueltos para que el lector los ate según su propia interpretación, y este es uno de los puntos que más valoro de este relato, que nos permite dar diversas lecturas según el punto de vista de cada uno.

Antes de finalizar y como punto negativo, el final no me impactó como lo esperaba, no por capricho, sino porque siempre sentí que la intensidad de la historia iba creciendo a cada capítulo y que todo iba a explotar en algo más grande para rematar. Dicho esto, y en referencia a mi primera oración, esta obra no se preocupa por esa estructura clásica, ni de cómo termina, su búsqueda es más de crear una atmósfera oscura y densa en la cual sucede un relato de traumas y terrores que se generan entre hijas y madres y madres e hijas a través de una visión desde un punto de vista Lacaniano. Y lo logra.

Tommy Ramírez A.

Si tuviese que describir este libro con dos palabras serían “talento” y “coraje”.
Talento porque a lo largo de la obra, su autora demuestra un control excelente de las descripciones que consigue sumergirte en la obra haciendo sentir incómodo al lector. Describe las emociones de un modo cercano pero a la vez distinto.
Coraje porque no ha tenido miedo de aplicar un estilo muy particular, muy propio. Un estilo que en ocasiones puede llegar a molestar o ser cargante pero que en general consigue hacer mover varios hilos argumentales a la vez generando una sensación de inquietud y de angustia en el lector.

Sus personajes son desarrollados a fuego lento. Todo se mueve poco a poco hacia una dirección catastrófica. Lo puedes vislumbrar desde el primer momento pero aun así no sabes los motivos y deseas conocerlos. Nos habla de la adolescencia como etapa tortuosa, como momento de fuertes cambios. Tanto físicos como psicológicos. Todo ello aderezado con “las madres” como satélite que orbita alrededor de esa adolescencia, de esa fase de la vida y su impacto en nosotras.

A título personal el uso de los creepypastas como uno de los ejes principales de algunas de las protagonistas me parece un acierto. Aunque esto puede no ser plato de buen gusto para todo el mundo.

El feminismo se trata en el libro pero igual que se trata la religión. Son mensajes reivindicativos integrados en la historia pero uno no tiene la sensación de que sean los temas abanderados de la obra. Esa introducción sutil de estos temas también es a mi entender, digno de elogio.

En resumen, una obra muy recomendable y una autora muy prometedora por descubrir. Porque como diría Mónica, el miedo huele a cuerpo: a orina caliente mojando un pijama de lunas y estrellas.

Waldemarne

Tengo la imagen de la habitación y las chicas en sus rituales. La cabaña y ella atada. Las madres…
El color blanco de las paredes.
Los lugares altos.
Pis, hambre.
El ponerse la ropa de la madre.
Es una lectura preciosa, muy bien escrita. La leí porque la conocí con Nefando.
Se me cruza la palabra salvaje. Literatura salvaje. Amo.

Alejandra

Para concluir, os dejamos con el debate realizado en directo el día 7 de marzo, que contó con la participación Elena (de Spanishfear.com), Juan Carlos (de TOC Libros), Jota, Tommy, Verónica Cervilla y un servidor. Espero que os guste.

Próxima lectura: La casa de hojas (Mark Z. Danielewski)

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