“Quiero eliminar la barrera que existe entre lector y escritor. Capítulos cortos. Fáciles de leer. Lo más parecido a sentir mi aliento, mi calor.
Decadencia es una comedia. Llena de muerte, psicópatía, inmoralidad y cerveza. Pero una comedia, créanme. Daniel Aragonés nos sirve unos cuantos vasos de metarrealidad, o algo parecido, qué sé yo, para sumirnos en una sublime borrachera, de las que se recuerdan después. O de las que no se recuerdan, que suelen ser las mejores. Sea como sea, los tragos saben francamente bien.
Decadencia es la historia de una familia que bien podría ser la del propio autor, o la de cualquiera de nosotros. Una familia rota en varias esquirlas, que se ve obligada a reunirse de nuevo por la mala salud del patriarca. Este es uno de los catalizadores que hacen avanzar la trama. El otro es el propio oficio del protagonista: escritor. Y no un escritor cualquiera, sino uno que hace dinero redactando pequeñas biografías de gente desesperada, personas que pretenden dejar una estampa escrita de su existencia como legado, antes de acometer algún acto trágico con el que se les recuerde. Esas pequeñas historias salpican toda la novela, dotándola de una profundidad estructural muy destacable.
Este tipo de recursos son los que le otorgan una gran verosimilitud a la novela, a lo que también ayuda la utilización de un narrador en primera persona. Pero además, Daniel le habla directamente al lector en muchas ocasiones, disparando pensamientos propios. Ojo, esto no quiere decir que sea el propio autor el que se come al personaje. En realidad, el protagonista tiene su propia voz y está muy trabajada. Con todo ello, la novela consigue causar un raro efecto en el que las fronteras se rompen para homogeneizarse en algo nuevo y sugerente, algo que recompensa a todo aquel que se involucre realmente en la lectura.