Escribir ficción debe ser muy parecido a ejercer de ventrílocuo. Si nos paramos a pensarlo, cuando contamos una historia trasladando nuestros pensamientos al papel, ¿acaso no estamos cediendo nuestra propia voz, ya sea a los personajes que pululan por el texto o, en última instancia, al lector que convierte en suyas nuestras palabras?
El norteamericano Jon Padgett es muy consciente de ello. No en vano, su pasión —aparte de la escritura— es la ventriloquia, así que sabe de lo que habla. Padgett, en la antología El secreto de la ventriloquia, reflexiona más allá del componente meramente circense en el que un muñeco habla con la voz de su dueño, para adentrarse en un universo conceptual mucho más oscuro, onírico e inquietante, a través de una serie de relatos que constituyen un mantra aterrador.
El volumen se abre con La autoconciencia de la práctica del horror, una breve pero contundente sesión de (anti)meditación en la que Padgett invierte la intención de la curación espiritual y la convierte en un trayecto hacia la oscuridad absoluta. Pleno de humor negro, me parece un relato bastante original y supone una perfecta puerta de entrada a lo que Padgett va a desplegar ante nosotros.
En Susurros de una voz conocida asistimos al nacimiento de un potencial asesino, al meternos el autor en la mente de un niño continuamente acosado por su hermano mayor. Aquí Padgett no se anda con contemplaciones, y en pocas páginas despacha un contundente relato que, quizá, es el que menos relación tiene con el resto de textos de la antología. Ojo a sus líneas finales, verdadero martillazo que deja al lector ojiplático.
A partir de ahí, todo cobra un sentido más global dentro de un desarrollo en el que el surrealismo cobra un fuerte protagonismo. El pantano cubierto y Sueños origami le sirven a Padgett para dibujar todo el escenario en el que su obra se desenvuelve. En ellos nos percatamos de que, de algún modo extraño, todos los relatos del volumen tienen cierta conexión, repitiéndose lugares o personajes. En El pantano cubierto el autor nos lleva a una especie de atracción situada en el centro de Dunnstown y que, como sucede en muchas partes del volumen, se va transmutando en algo diferente y extraño. Totalmente descriptivo, es la plasmación del tono irreal que impregna buena parte de las páginas del libro. En Sueños origami, en cambio, se dedica a difuminar las fronteras de lo real a través de los ojos de un protagonista efímero, que en ningún momento se asienta sobre un cimiento estable. Padgett logra llevar a su texto la impresión de una pesadilla, en un continuo bucle que alterna entre sueños incoherentes y realidades cambiantes.
Después viene 20 pasos simples hacia la ventriloquia, auténtica columna vertebral de la antología que, narrada a modo de instrucciones para llegar a ser Ventrilocuo Supremo, aporta la sensación de asistir a la revelación de un secreto oculto. Estas instrucciones resultan imprescindibles para comprender la dimensión del mensaje del libro. Infusorio es casi una historia de novela negra situada en el mismo lugar donde suceden todos los relatos y que sirve para ampliar la mitología interna del autor. Como pasa en muchos de los relatos, Infusorio va mutando su forma para instalarse en el absurdo y en un horror que apela al subconsciente. Lo mismo puede decirse de Órgano-Vacío, inquietante historia que aporta cierto componente social al mostrar estampas de mendigos y desaparrados.
El relato que da nombre al volumen, El secreto de la ventriloquia, se nos plantea como un libreto teatral en el que un hombre dialoga con su maniquí de ventrílocuo, transformándose por el camino en una continuación de 20 pasos simples hacia la ventriloquia. El libro se cierra con Huida a Thin Mountain, interesante y a ratos lírico relato narrado en una curiosa primera persona plural, y que abunda en la extrañeza de lo onírico a base de imágenes potentes.
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Estoy acabándolo. Una auténtica maravilla y un Descenso a los infiernos que desborda belleza y buen hacer literario.