“Los pinos se entremezclaban como un mar de clónicos soldados que vigilaban, en silencio, el recorrido del vehículo, aguardando a que se detuviera para aumentar el acecho al que lo sometían. Un océano de naturaleza en una de las formas más puras que existían para la humanidad, espolvoreado por unas pocas cabañas esparcidas entre las olas de matorrales, maleza y hojas, ridículos reductos de civilización en la hermosa pintura dibujada por algo, o alguien, que nunca pensó que en ella se alojarían los erguidos monos sin pelo”.
Voy a confesaros una cosa. Soy un gran fan de los inicios de las películas de terror. Esos primeros minutos en los que, en las historias del género que siguen una estructura habitual, los protagonistas se preparan para disfrutar en un campamento, recogen sus cosas para mudarse a una nueva casa o se trasladan a un paraje boscoso donde irán de excursión. Son momentos de calma y seguridad que te permiten respirar tranquilo antes de que el apocalipsis se desate. Una última bocanada de aire.
Me da en la nariz que Tony Jiménez también ha de ser un seguidor de estas escenas, ya que los comienzos de sus novelas dejan entrever un gran gusto hacia ellas. Es más, diría que Tony mejora a las películas porque utiliza esos tramos iniciales para delimitar perfectamente a sus personajes, y lo hace tan bien que al mismo tiempo que te obliga a empatizar con ellos te atrapa irremediablemente.
Tras la genial El que se esconde, el escritor malagueño repite con Dilatando Mentes para presentarnos su nueva novela, Al final del bosque. En ella vuelve a abrazar el terror con toques fantásticos o sobrenaturales, además de coquetear en algún momento con la ciencia ficción. En «Al final del bosque» viajaremos hasta la montañosa localidad de Bluefield, Virginia, junto a un grupo de personajes que se reúnen para pasar un fin de semana de aventura en la naturaleza y recuperar amistades que parecían rotas. Una vez en faena, no tardarán en descubrir que el bosque oculta algo demasiado extraño dentro de su espesura salvaje.
Como comprobaréis, la trama no se sale de lo canónico dentro del género. Pero la gracia del asunto reside en la capacidad de Tony Jiménez para darle la vuelta a los clichés, a las convenciones y hasta al propio bosque. Porque, pese a adoptar elementos de aquí y de allá, el escritor consigue homogeneizar un imaginario propio que nos somete si estamos dispuestos a dejarnos llevar.
La novela está divivida en dos segmentos bien diferenciados. En el primero asistimos a la presentación y definición de los personajes, en el que el autor demuestra una tremenda soltura para dibujar a sus hijos literarios con precisión. Esto nos lleva a lo que, para un servidor, es lo mejor de la novela: un magnífico tratamiento psicológico de los personajes donde Tony Jiménez se maneja con maestría, ahondando con profundidad en sus motivaciones y logrando que les tomemos cariño o, por el contrario, nos caigan mal. Esto se desarrolla durante toda la obra, pero es en la primera mitad donde luce con más claridad. Aunque pueda parecer que toda esta parte se alarga demasiado, creo que una vez concluída la lectura su efectividad queda contrastada.
Curiosamente, tal vez sea en la segunda mitad, cuando el componente fantástico cobra protagonismo, donde el relato pierde algo de fuelle por momentos. La extravagancia de algunos conceptos y situaciones que no terminan de explicarse del todo (ojo, esto no tiene por qué ser malo), así como la aparición de algunos personajes que tienen un arco de desarrollo demasiado limitado (Craven y sus muchachos) me causaron un extraño efecto de distracción respecto a lo que realmente me estaba importando, que era la relación entre el grupo protagonista. Quizá no esperaba el cambio de tono que se produce cuando empieza la acción, introduciendo conceptos un tanto pulp. De nuevo, esto no es algo malo de por sí, de hecho muchos de esos momentos son muy disfrutables, pero sí que me sacan un poco de la intensidad psicológica con la que te envuelven los personajes. Eso sí, hay que destacar el talento de Tony a la hora de describir minuciosamente el entorno boscoso y meterte en su interior hasta que casi puedas oler y escuchar sus peculiares características.
Al fin y al cabo, estamos ante una historia de terror que bebe de obras como La niebla de Stephen King, Silent Hill o El proyecto de la bruja de Blair. En este sentido, la carga emocional se fusiona con el inquietante entorno para crear un escenario claustrofóbico y agobiante. Otra de las cosas que cabe resaltar es que, como ya sucedía en «En el que se esconde», Tony Jiménez se atreve a traspasar ciertas líneas que no suelen sobrepasarse dentro del género, logrando un momento de impacto de los que ponen la piel de gallina. Por ello, durante todo el tramo del desenlace el relato coge impulso para terminar en todo lo alto, es un espectacular rush de violencia y desesperación que llega a enervar al lector en el buen sentido.
Ya conoceréis mi predilección hacia las ediciones que saca adelante Dilatando Mentes. En este título volvemos a encontrar una larga lista de extras que completan la lectura, destacando una aproximación fotográfica a otros bosques literarios y de película, y una serie de ilustraciones (más la portada) del artista Juan Alberto Hernández, que aportan un tono comiquero que me encanta. Desde mi más profundo cariño y admiración hacia la gente de Dilatando Mentes, me veo obligado a señalar una cosa en referencia al texto, y es que encontramos un buen puñado de errores tipográficos que empañan un poco la experiencia, y que a buen seguro desaparecerán en futuros volúmenes.
Aunque para mi gusto está un peldaño por debajo de «El que se esconde», creo que «Al final del bosque» es otro buen ejemplo de que el terror escrito en español disfruta de buena salud en estos días. Si queréis leer una buena historia de supervivencia, angustia y conflictos psicológicos potentes, es un buen momento para visitar las afueras de Bluefield y perderos en sus verdes y oscuros recovecos.