Como bien explica Javier Pérez Campos en el prólogo de La estación de las luces, el metro puede ser una fuente de pesadillas e inquietudes para cualquier persona. Descender a los intestinos de una ciudad, sumergirse en profundidades donde solo cabe luz artificial, perderse en túneles que parecen eternizarse y que, de alguna manera, anticipan nuestra llegada a otra dimensión, a otra realidad, a otra parada.
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