Resulta tan difícil describir con palabras la felicidad o el sabor amargo, como el mismo infierno. Aunque, ahora, ya no necesito que nadie me lo describa. Formo parte de él. Porque el infierno no es un lugar de paso. Te atrapa desde el primer instante, y va incluyéndote en su ser. Pasas a formar parte de sus entrañas. Te alimenta con miedo y desesperación hasta que, finalmente, ya no quieres abandonarlo. Tan solo deseas que todo termine. Te aferras a esa pueril esperanza. Y, entonces, decides enfrentarte a él. Qué vanidosos somos a veces, un insignificante ser humano contra toda la fuerza del mal.
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