EL NIÑO Y LA BESTIA (Mamoru Hosoda, 2015)

por José Luis Pascual

Hacía muuuucho tiempo que no acudía al cine para ver una película de animación japonesa, pese a que en mis tiempos mozos pude ver Akira en pantalla grande. Exceptuando las producciones del Estudio Ghibli, pocas ocasiones se dan para ello. Afortunadamente, parece que últimamente están llegando más películas de este tipo a nuestras carteleras, y si hace apenas unas semanas se estrenaban El recuerdo de Marnie (Hiromasa Yonebayashi, 2016) y El cuento de la princesa Kaguya (Isao Takahata, 2013), ahora le ha tocado el turno a El niño y la bestia de Mamoru Hosoda (director de La chica que saltaba a través del tiempo o Summer Wars).

“El niño y la Bestia” cuenta la historia de Kyuta, un niño que escapa de la custodia de un familiar y que, vagando por las calles de Tokio, se topa con Kumatetsu, un ser fantástico con forma de oso. El niño seguirá a Kumatetsu hasta su mundo, y allí la bestia adoptará al niño como su aprendiz.
Estamos ante una historia de búsqueda de identidad, que hurga en el aspecto de las relaciones paterno filiales. Toda esta carga dramática queda enmascarada tras un mundo fantástico con un aspecto que nos puede recordar al Japón feudal.

La película está dividida en dos mitades bien diferenciadas. La primera me parece magnifica, y en su arranque nos encontramos con una sensacional representación del paso del mundo real a un mundo fantástico, que nos remite directamente a Alicia en el país de las maravillas o, hablando de cine animado oriental, El viaje de Chihiro. Es en este tramo de presentación de personajes y creación de universos donde la película de Hosoda muestra su mejor cara. La representación del mundo fantástico es fascinante, y en este entorno se nos regalan los mejores momentos de la complicada relación entre el niño y la bestia, con bastantes dosis de humor.

La segunda mitad, con el niño ya crecido, se vuelve más rutinaria y previsible. El conflicto entre los personajes no tarda en estallar, y los devaneos de Kyuta en el mundo de los humanos resultan en una gradual pérdida de interés para el espectador. Aunque el desenlace carezca de sorpresa, durante el tramo final asistimos a unas secuencias antológicas, y es que la imagen de la ballena bajo las calles de Tokio me parece un hallazgo visual sublime.

Aunque en varios momentos se aprecia el uso de técnicas digitales, sigue siendo una delicia ver animación artesanal en movimiento, y más cuando se crean universos tan ricos y originales como en “El niño y la bestia”. Técnicamente la película es irreprochable, y la animación conseguida en las escenas de combates cuerpo a cuerpo es sencillamente increíble. Mención especial para el color que impregna el mundo de los seres antropomorfos, que resulta todo un festín visual.

En general, creo que “El niño y la bestia” pertenece a ese tipo de películas que, aunque tiene una parte original, no sorprende del todo y cuya historia nos suena a ya vista. Sin embargo, el cariño y mimo que desprenden sus fotogramas consiguen fascinarnos por momentos y hace que su impresión sea más que satisfactoria.

Mi nota: 6,5

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