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No cabe duda de que a Guillermo Del Toro le gustan los monstruos. Mimic, El laberinto del fauno, Hellboy, Pacific Rim… En todas ellas, en mayor o menor medida, aparecen monstruos sacados de imaginarios propios o ajenos que han tenido más o menos éxito en su intención de hacerse un hueco en la mente de los espectadores. Con La forma del agua (The shape of water), el director ofrece su particular visión de un personaje tan icónico como el Monstruo de la Laguna negra (cosa reconocida por el propio realizador).
Asistimos en la película a una trama poco novedosa que plantea un peculiar romance entre una limpiadora muda que trabaja en un gigantesco complejo militar secreto y uno de los prisioneros que se mantienen ocultos en las instalaciones, un monstruo anfibio que vive recluido en un gran tanque de agua mientras se experimenta con él tratando de decidir su destino.
Pese a que todo el mundo citará La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954) como máxima fuente de inspiración de «La forma del agua», en realidad la película es un remake encubierto de su secuela El regreso del monstruo (Revenge of the Creature, 1955), con la que comparte bastantes similitudes en su trama.
Del Toro ha creado una película que destila clasicismo por sus poros, pero que al mismo tiempo contiene algunas de las señas de identidad del director. A nivel de diseño de producción, preciosismo visual, encuadres y movimiento de cámara, la película es de diez. Ahí es donde más apreciamos la evolución del Del Toro director, que para mi gusto ha conseguido dotar a la película de un ritmo uniforme durante la mayor parte del metraje, lejos de la irregularidad de otros trabajos previos. Esto no impide que la cinta adolezca de un pequeño bajón poco antes del desenlace, problema este tal vez achacable a un excesivo minutaje.
Toda la película está trufada de homenajes al cine clásico que aportan un toque distintivo (aunque hay un número musical que está metido con calzador) y que nos remiten a una época de producciones de género fantástico que derrochaban una encantadora ingenuidad. Con esto, Del Toro logra ampliar el abanico de público potencial, ya que parece querer contentar no solo al aficionado al terror o al fantástico, sino a un público mucho más generalista. La cantidad de premios y nominaciones cosechadas deja claro que ese objetivo está cumplido.
He leído bastantes críticas en las que se achaca la utilización de un tono muy “Amelie” durante toda la película. No voy a negar que algo de ello hay, pero me da la sensación de que este efecto viene producido por una banda sonora poco acertada (para mi gusto) antes que por el saturado despliegue visual que creo empasta muy bien con el tono que quiere alcanzar la película.
Pese a lo que pueda parecer por ese envoltorio visual, «La forma del agua» cuenta con momentos ásperos que se alejan del clasicismo que comentaba más arriba. Del Toro introduce escenas de sexo y unos cuantos momentos de truculencia cercana al gore que pueden espantar a muchos, pero que bajo mi punto de vista enriquecen el conjunto.
En cuanto al reparto, dos actores destacan poderosamente sobre el resto. Sally Hawkins y Michael Shannon. Ambos representan la cara opuesta del otro, y ambos están soberbios en sus papeles. Ella consigue emocionar con sutilidad y elegancia, mientras que él impresiona haciendo gala de de su muy inquietante presencia. No podemos olvidar la aparición del siempre solvente Richard Jenkins, sobrio pese a tener un papel muy diferente a lo que nos tiene habituados.
A pesar de tener un desarrollo que no sorprenderá a nadie, «La forma del agua» lo hace casi todo bien, destilando mimo y cariño hacia el cine. Posiblemente el gran número de premios recibidos (entre ellos los Oscars a mejor director y mejor película) termine jugando en su contra y generando unas expectativas demasiado altas, pero eso no quita para que estemos, fácilmente, ante la mejor película de Guillermo Del Toro.