“El planeta está saturado de personas que deberían ceder su existencia a animales aparentemente menos racionales como los cerdos o los mulos y que, sin embargo, son amados por otras que darían la vida, y la huella que pudieran dejar en la tierra, por ellos. Eso no quiere decir que exista una división numérica exacta entre estos dos tipos de personas; si fuera así, la humanidad tendría alguna esperanza”.
A priori, es difícil especificar qué cuenta Parece una playa. Francisco M. Romero utiliza una narración en primera persona que acude constantemente a pensamientos, recuerdos y emociones para transmitir un estado de ánimo. De hecho, casi todo el relato en sí parece la descripción del momento emocional del narrador, un momento cambiante, mutable y plenamente reconocible. Durante la mayor parte de esta novela corta, el lector puede verse algo desorientado por lo que parece una sucesión de pequeñas píldoras de reflexión introspectiva, a veces cargadas de ternura, y otras veces de un despiadado cinismo. Incluso es posible que a menudo nos perdamos ante la difusa identidad del que narra, que no sabremos a ciencia cierta a quién asignar. Mentiría si dijera que desde el principio me sentí cautivado por el esquema que pone en liza Francisco M. Romero, ya que aunque es innegable que su estilo posee una envidiable inventiva a la hora de generar ideas, lo que cuenta me iba pareciendo demasiado deshilachado, sin una coherencia global.
Sin embargo, son las últimas páginas las que nos proporcionan la clave de lectura con la que comprender el conjunto. De repente, y de manera inesperada, todo pega un giro hacia la literatura de género en una demostración de que Francisco M. Romero nos ha metido un gol. Un golazo. Aunque la divagación sigue presente, todo lo leído cobra entonces otro prisma y empezamos a entender el modo de pensar de nuestro confuso narrador. Con un tremendo golpe sobre la mesa, toda esta parte final (en especial la acidísima última escena) va a contribuir de manera decisiva a la sorpresa, dejándonos con un gran sabor de boca y, por qué no, nos va a hacer releer algunos pasajes anteriores y otorgarles su peso adecuado. No puedo negar que, por gustos personales, me hubiera gustado que toda la novela estuviera impregnada de la contundencia del desenlace, pero bien es cierto que el autor va dejando pinceladas durante toda la obra de su verdadera intención, aunque a veces puedan pasar desapercibidas.
Todo ello convierte a «Parece una playa» en una obra extraña. Una obra que parece una reflexión intimista pero que al mismo tiempo es otra cosa. En una playa encontramos una extensión de arena lo suficientemente grande para albergarnos, más el abismo infinito del mar que lo abarca todo. «Parece una playa» es la orilla que se debate entre esas dos esferas, derivando con gran naturalidad pero al mismo tiempo dejando una húmeda huella en quien la contempla. Y, ante todo, es una muestra más de que la colección Soyuz de Ediciones El Transbordador es una generadora de maravillosas rarezas, títulos genuinamente arriesgados a los que merece mucho la pena acercarse.