OPERACIÓN OVERLORD (Julius Avery, 2018)

por José Luis Pascual

Resulta complicado, en pleno 2018, encontrar propuestas cinematográficas englobadas en el género de terror que lleguen a sorprender. Ello se debe fundamentalmente a dos motivos. El primero es lo curtido que está el buen aficionado, con miles de títulos a sus espaldas que cubren cualquier espectro imaginable que pueda ofrecer una película del género. El segundo y más triste, es la inexcusable tendencia de productores y directores a repetir continuamente esquemas y tramas absolutamente trilladas. Esto nos lleva a elevar los brazos en actitud victoriosa cada vez que nos topamos con una producción que nos satisface y, sobre todo, nos sorprende. Operación Overlord lo logra. Y, lo más curioso (o meritorio) es que lo consigue al mezclar elementos que no son precisamente novedosos.

La película arranca con una intensa secuencia en el interior de un avión de guerra, donde vemos a una compañía de jóvenes soldados americanos volando hacia un pueblo francés donde se dirime un cruento conflicto entre alemanes y aliados. Ahí ya vemos el decorado en el que va a transcurrir la película, en plena Segunda Guerra Mundial. El componente bélico tiene una gran relevancia, ya que durante la primera hora todo se desarrolla como una película de guerra plena de tensión y con todas las características de este género. Es en la segunda mitad donde el elemento fantástico hace su aparición, haciendo que el tono cambie adquiriendo la apariencia de una película de zombis infectados reanimados. Sin inventar nada nuevo, la conjunción de ambas temáticas le otorga al filme de Julius Avery un punch especial.

«Operación Overlord» es pura adrenalina durante buena parte de su metraje. Avery ha conseguido impregnar a su criatura unas elevadas dosis de acción, tensión y entretenimiento, que obligan al espectador a mantener sus ojos fijos en la pantalla desde el mismo inicio hasta que aparecen los títulos de crédito. El ritmo es brutal, y tan solo cuenta con un pequeño bajón a mitad de película, tal vez para dejarnos un momento de respiro. La parte bélica está muy bien resuelta a nivel técnico gracias en buena medida al presupuesto, algo mayor de lo habitual para este tipo de producciones. Cuando la película vira hacia el terror, lo hace abrazando de manera consciente un tono de serie B que no escatima esfuerzos en mostrar gore y escenas de violencia exagerada, con toques de humor negro (tampoco demasiados) y mucho sudor, sangre y diversión. Vale que hay efectismos y que la atmósfera se disipa, pero aunque se pierde en seriedad, en otro sentido se gana en disfrute.

El plantel de rostros que desfilan por «Operación Overlord» no es demasiado conocido, pero todos y cada uno de ellos se adaptan a su papel con mucha solvencia. Aunque el protagonista es Jovan Adepo (Mother!, Fences), es Wyatt Russell el que roba la función. El retoño de Kurt Russell se convierte aquí en una especie de Dolph Lundgren 2.0 que rezuma presencia y carisma. Su duelo en pantalla con el actor danés Pilou Asbaek es antológico, hacía tiempo que no veíamos un enfrentamiento de tal calibre.

Con influencias y referencias como la coreana R-Point, la clásica Re-Animator, e incluso, por qué no, Salvar al soldado Ryan, «Operación Overlord» se revela como una de las grandes sorpresas de la temporada gracias al don de su director para reutilizar elementos ya vistos con anterioridad y darles una entidad propia con la que ofrecer dos horas de una verdadera gozada sin frenos. Olviden sus prejuicios y acérquense a ella.

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