RELATO: PROYECCIONES (#OrigiReto2018 – Noviembre 2)

por José Luis Pascual

Justo sobre la bocina, llega mi segundo relato de noviembre para el #OrigiReto2018, la iniciativa de escritura creativa ideada por Stiby y Katty. En PROYECCIONES, os invito al interior de una sala de cine al finalizar el pase de la última película. Esta historia de terror está ligeramente ligada a Color Difuminado, el primer relato de este mes, aunque ambos son totalmente independientes.

Os dejo con el relato. Espero que os guste.


Adrian apagó el proyector con un largo bostezo. Empezó a recoger las cintas de celuloide mientras la sala se iba despejando de gente. Los días se le hacían cada vez más largos y aburridos enclaustrado en ese reducido cuarto oscuro. La penumbra no le permitía leer, y las ocasionales quejas de algún señor mayor habían hecho que el jefe le prohibiera expresamente el uso en la cabina de cualquier lámpara o linterna cuya luz pudiera alcanzar, aunque fuese mínimamente, el patio de butacas. Depositó la bobina junto a las demás, leyendo una vez más la etiqueta que la adornaba: “El hombre mosca”.

A pesar del tedio, era feliz en su trabajo. De alguna manera, estar encima de todas aquellas cabezas sin rostro le ayudaba a superar el complejo que siempre le acompañó por su baja estatura. Se sentía como un gigante. Un gigante aburrido, eso sí.

Como consecuencia de la crisis, le tocaba ejercer también de limpiador, así que cogió el cepillo y el recogedor que guardaba en la cabina y se dirigió hacia el patio de butacas. Tenía prisa. Quería llegar pronto a casa y acostarse lo antes posible, aunque dudaba que pudiera dormir. A primera hora de la mañana siguiente le esperaba un juicio de divorcio que no deseaba, y llevaba todo el día nervioso, con una mala sensación en el estómago.

Empezó a recorrer las 15 filas en grada, una por una, encontrando lo de siempre. Palomitas, envoltorios, botellas de plástico… Divisó algo en una de las butacas más alejadas de la fila 7. Parecía una fotografía recortada, una especie de retrato. A medida que se acercaba, se iba percatando de la gran semejanza que aquel rostro guardaba con el de su única hija, la hija por cuya custodia empezaría a batallar al día siguiente. Cuando estaba a punto de llegar a la butaca y coger la imagen para mirarla de cerca, las luces se apagaron tras un leve parpadeo. La sala quedó completamente a oscuras, sumiendo a Adrian en una negrura que no le permitía ver sus propias manos. ¿Había sido un corte de luz, o tal vez Freddy, el encargado de la taquilla, se había olvidado de que estaba allí dentro y había apagado las luces? En seguida rechazó la idea. Freddy siempre terminaba pronto de recoger sus cosas y le esperaba para cerrar el cine, cosa que hacían juntos. Y, desde luego, era un tipo serio y poco dado a las bromas. Lo único que le cuadraba era un apagón.

Buscó en el bolsillo del pantalón la pequeña linterna que estaba obligado a llevar consigo. Accionó el botón de encendido pero el aparato se negó a funcionar. Lo golpeó varias veces con la otra mano, pero no obtuvo resultados positivos. Avanzó a tientas hacia el pasillo de escaleras mientras la realidad empezaba a cambiar perceptiblemente a su alrededor. Comenzó con un súbito descenso de temperatura en la sala. Un escalofrío involuntario recorrió todo su cuerpo, y Adrian sintió cómo el estómago se le contraía aún más. Miró a un lado y a otro, pero lo único que era capaz de ver era la ligera capa de vaho que escapaba de su boca en cada exhalación. Sentía que iba a empezar a temblar en cualquier momento. Antes de que pudiera cuestionarse qué demonios estaba pasando, dos sucesos elevaron su nivel de alerta y el ritmo de su corazón a niveles peligrosos. Primero sonó el timbre en la cabina. Era el sonido que utilizaban como señal para apagar las luces y poner en marcha el proyector cada vez que una sesión daba inicio. Lo había escuchado millones de veces, pero en aquellas circunstancias el ruido le sobresaltó de manera que estuvo a punto de perder el equilibrio. Justo cuando el timbre se detuvo, algo apareció en la pantalla, alumbrando ligeramente el patio de butacas. Era una imagen estática, un fotograma de la película cuya bobina había guardado minutos antes. En ella podía verse el interior de un despacho, y se intuía a dos hombres ocultos dentro de sus propios abrigos, que estaban colgados en un perchero junto a la puerta. Era una de las escenas que más hilaridad solía provocar entre el público, pero en ese momento a Adrian le pareció una estampa aterradora, como si estuviera sacada del mismísimo infierno.

No sabía qué hacer. Intentó no dejarse llevar por el pánico y pensar en una explicación lógica. Quizá algún espectador se había colado en la cabina de proyección e intentaba asustarle por motivos que desconocía. Era difícil, pues la entrada a la cabina no estaba en el trayecto que los asistentes realizaban desde la taquilla a la sala. Y luego estaba el tema del bajón de temperatura. Adrian estaba congelado.

Por el frío.

Por el miedo.

Por un mal presentimiento.

Y entonces lo vio.

En una esquina de la sala, debajo de la parte izquierda de la pantalla, había alguien. La tenue iluminación que proporcionaba aquel espantoso fotograma fijo era suficiente para hacerle reparar en una silueta oscura, bastante alta y rematada por un sombrero plano. A la distancia a la que se encontraba no podía ver su rostro ni distinguir detalle alguno de la figura, pero su contorno dudoso le bastaba para comprender que no era una persona normal. Adrian estaba paralizado, su corazón siendo apretado por una mano helada. Aquella sombra pareció vibrar, y su postura cambió en un pestañeo. De repente, uno de los brazos de la figura estaba alzado, apuntando arriba, hacia la cabina.

Movido más por impulso que por voluntad real, Adrian dirigió su mirada allí. Desde su posición no podía ver el interior, así que empezó a subir las escaleras lentamente, atenazado por un terror sombrío. Lágrimas gélidas recorrían su rostro y su cuerpo se estremecía incontroladamente. Llegó arriba y se asomó. Dentro de la cabina vio su cuerpo tirado detrás del proyector, su cuello en un ángulo raro.

Se produjo un eclipse en toda la sala. Adrian se dio la vuelta y bajó las escaleras. Se detuvo en la fila 7 y se dirigió a la butaca donde estaba la fotografía. No se equivocaba, era un retrato de su hija. Sonreía. Se sentó abrazando la foto contra su pecho. Miró la pantalla y aceptó.


Este relato intenta cumplir el ejercicio 8 del reto de escritura #OrigiReto2018: Escribe una historia en la que el protagonista esté obsesionado con algo relacionado con su altura.
#OrigiReto2018 es una iniciativa creada por Stiby y Katty. Podéis acceder a las reglas en sus blogs Sólo un capítulo más y La Pluma Azul de Katty.

2 comentarios

Stiby diciembre 7, 2018 - 7:28 pm

Me ha gustado más este relato que el anterior. Aunque la obsesión con la altura sólo se da en una frase del relato, igual podrías haberla mencionado en alguna otra ocasión. Pero consigues reflejar una atmósfera bastante tétrica a pesar de ser un ambiente muy normal como es un cine.El final deja con muchos pensamientos ¿acaso el protagonista está muerto y ve su propio cuerpo, sin saber que ahora es un fantasma? ¿O sólo está alucinando por el miedo y en realidad no hay nadie en la cabina?

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José Luis Pascual diciembre 7, 2018 - 7:32 pm

Es cierto, el tema de la altura ha quedado demasiado forzado para incluirlo dentro del objetivo, le falta algo de desarrollo. Sobre el final, aunque me gusta proponer desenlaces abiertos, mi idea principal era que el tipo muere en la cabina de proyección y todo lo que le sucede es después de muerto, en una especie de purgatorio personal.Muchas gracias por tus apreciaciones! En cuanto pueda me pongo con los deberes de vuestros relatos, I promise!

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