AQUAMAN (James Wan, 2018)

por José Luis Pascual

El mundo está como está, por lo que he de empezar este artículo aclarando que no soy un hater de DC. Mas bien al contrario, el universo comiquero deceíta me resulta mucho más afín que el que propone Marvel. Con las películas la cosa cambia, aunque este que escribe es un firme defensor de Man of Steel, Batman V Superman, Wonder Woman o incluso Liga de la Justicia. Y sí, digo todo esto porque a continuación voy a despotricar de Aquaman, la nueva entrega de este deslabazado universo cinemático DC.

La película empieza bien, con el tono de producto ligero rayano en la comedia de acción y en la ridiculez autoconsciente con que James Wan y —supongo— los productores han dotado a la producción. Asistimos en este arranque a un tramo de origen que resulta clásico en su desarrollo, casi más cercano al cine de superhéroes que se hacía en los 90 que al que nos han acostumbrado en los últimos años. Pero una vez pasada esa primera impresión, todo se vuelve machaconamente rancio. Y es que todo lo bueno de «Aquaman» se resume en su mamarrachez estética, totalmente deudora del Flash Gordon de los 80.

Da la sensación de que en Warner/DC han escuchado las críticas hacia la excesiva oscuridad de sus películas y han decidido irse al extremo opuesto. Todo en «Aquaman» es demasiado colorido, demasiado estruendoso, demasiado recargado, demasiado demasiado. Aparte de eso, el guion está escrito en una servilleta. Bueno, más bien en trocitos de servilleta, que luego se han intentado pegar sin orden ni concierto dando como resultado una sucesión de escenas incongruentes en las que uno no sabe si está viendo una comedia, una historia épica o un refrito de todo lo imaginable. Y es que, señor Wan, no siempre meter dinosaurios en tu película la hace mejor.

De acuerdo, Jason Momoa no es el Aquaman de los cómics. Pero lo cierto es que ha conseguido hacer suyo el personaje, convirtiéndolo en un badass que tiene mucha más entidad y presencia que su rubia contrapartida en el papel. Una vez más, es lo más salvable del reparto. Da verdadera lástima ver a ilustres como Patrick Wilson o Willem Dafoe embutidos en ridículos disfraces y rematados con peinados por los que deberían arrestar a los estilistas. Tampoco acaban de librarse del esperpento una Nicole Kidman a la que los lifting digitales no hacen ningún favor, ni una Amber Heard mucho menos imponente de lo esperado.

Dicen todos aquellos defensores de la película que si uno se la toma como un mero divertimento, la puede llegar a disfrutar bastante. Bien, yo diré que «Aquaman» me causó el mismo efecto que Vengadores: la era de Ultrón en su momento: agotamiento físico por saturación. Tal vez se deba a mi edad, o a asistir a la primera sesión con la barriga llena, pero la película es tan excesiva en todo (en mi opinión, en el mal sentido) que lo que ha de ser puro entretenimiento se torna en una verdadera tortura china. Entiendo que la cutrez tenga su público, pero si hacen una superproducción uno espera otra cosa. Donde muchos ven espectaculares secuencias que homenajean algo siempre desde una óptica con toque humorístico, yo solo veo momentos de vergüenza ajena. El carnaval de Tenerife hecho película.

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