“Un ambiente marcadamente jovial y amistoso hacía que la estancia pareciera muy corta. El olor o las sensaciones que evocan palabras como mar, higos, musaka, retsina, yogur o pepino me traen recuerdos frescos de la parte paradisíaca de aquellos días. Hubo también una parte demoníaca, pero esta no se apresuraba, vino despacio y no habló en griego moderno, sino en el eterno francés del marqués de Sade”.
Encuentros en una isla griega, La siesta del fauno, Historia de Paramita, Regreso a Astipalea. Estos son los títulos de cuatro de los nueve capítulos que encierra Pánikas, la nueva novela de Pilar Pedraza, y que ilustran el carácter clásico y arraigado en la mitología de la historia que vamos a encontrar en su interior. En el viaje tan particular que propone la novela acompañaremos a Sofía, una joven profesora de literatura griega que es invitada a participar en una serie de charlas sobre la Antigüedad en Astipalea, una pequeña isla situada en el mar Egeo. Allí se mezclará con diversos personajes, a cada cual más pintoresco, y conocerá a un hombre muy peculiar.
Detrás de esta simple premisa se esconde otro viaje, al interior de la mente de la protagonista. Porque esta pequeña fábula está adornada con un buen puñado de pasajes que describen los efectos del trastorno mental que sufre Sofía, una suerte de estado alterado de conciencia que la transporta a una realidad extraña.
Pilar Pedraza logra en su texto algo muy difícil de hacer. Y es combinar en su narración una tremenda naturalidad a la hora de expresarse con una evidente erudición, haciendo que por momentos acudan a nuestra mente nombres como los de Borges o, en los pasajes más surrealistas, Kafka. El propio lenguaje elegido por la autora como vehículo de la narración revela la profunda conexión entre el conocimiento y lo mundano, o entre lo divino y lo humano. Lo que se nos muestra en «Pánikas» es lo contrario a un descenso a los infiernos —pese a que la protagonista sufra de ese mal que ella misma denomina “surfeo por los infiernos”—, en realidad es un viaje iniciático a lo sublime, a lo ideal, a un empíreo efímero lleno de caminos silvestres, fragancias embaucadoras y cielos casi siempre radiantes. Sin duda estamos ante una obra eminentemente sensorial, que explora los instintos primarios que desprenden los propios dioses, o tal vez demonios.
Lo cierto es que la trama avanza de forma muy intuitiva, enganchándonos en su lectura sin que sepamos muy bien cuál es su cebo. Es entonces, encontrándose el lector sin escapatoria posible, cuando Pilar introduce subrepticiamente algunos elementos que desencajan la trama —o que la encajan, depende del punto de vista—. Porque, aun siendo la historia tratada de un modo realista, todo va derivando lentamente hacia lo onírico, siempre con un deje ambiguo que nos hará dudar ante ciertas descripciones. Es aquí donde encontramos ecos lovecraftianos, no tanto en la trama en sí como en un sugerido y lejano sentido de lo ominoso. Pero, como digo, siempre lo hace de un modo nada árido, mucho más cercano a lo que realmente proponían los clásicos en el entendimiento de la mitología. Todo está regado con la ambrosía de los dioses, y es que lo sagrado y lo divino sobrevuelan de manera omnipresente cada página de «Pánikas».
Ediciones El Transbordador sigue ampliando su abanico con esta novela breve que no admite encasillamientos. Astipalea es un Monte Olimpo que se hace accesible a los humanos. Allí, los dioses ejecutan sus juegos tratando de ser el más deslumbrante. En definitiva, «Pánikas» puede entenderse como un canto a lo mediterráneo, al placer de lo sencillo. Pilar Pedraza ha creado una novelita agradable, divertida e intrigante, que nos insta a indagar en lo divino a través de la belleza, ya sea buscándola en la calidez de un gato rechoncho o en el carisma de una persona con pezuñas en lugar de pies. O quizás, quién sabe, lo que realmente nos propone es dejarnos llevar y surfear por los infiernos.