Viendo la conversación entre los protagonistas y el director de El Irlandés, me entraron unas ganas irreprimibles de ver más cine de Scorsese, y debo confesar que tenía pendientes algunos de sus clásicos más celebrados. Uno de ellos es Malas calles (Mean streets), auténtica cinta fundacional para todo el subgénero de mafia y delicuencia de barrio.
La trama de la película gira en torno a un joven gangster que trata de integrarse en la organización familiar y criminal, y en la curiosa relación que tiene con su grupo de amigos, centralizada en el pequeño local que regenta en Little Italy, barrio de Nueva York.
Lejos de las ostentosas puestas en escena y las complejas estructuras narrativas que Scorsese ha terminado configurando como marca personal en sus últimas películas, Malas calles es el ejemplo perfecto del trabajo de un cineasta de nervio e impulso, una demostración de personalidad que difícilmente podría volver a repetirse en el cine actual. Porque la película es un verdadero tour de force que basa su extraordinaria potencia en la visceralidad estética y en la interpretación actoral.
El director opta aquí por pegar la cámara a sus personajes, convirtiéndose/convirtiéndonos en uno más de esa fauna que transita por los bajos fondos neoyorquinos. El resultado ostenta un estilo prácticamente documental en muchos tramos, obviamente deudor de una época setentera en la que el cine empezaba a experimentar con propuestas más secas y descarnadas, y que se antoja fascinante revisándola en la actualidad.
La fotografía, sublime y rompedora para la época, nos traslada a un bar con óptica de un rojo sucio, anticipando el infierno para los protagonistas, ya bañados en sangre por la propia iluminación. Pero también visualmente se nos introduce en una realidad pobre y desarraigada, en aquellos rincones ruines de una ciudad en plena adolescencia.
Es esta una película de actores, que claramente podía haberse hundido en la miseria de no ser por el carisma de unos jovencísimos Harvey Keitel y Robert De Niro, muy bien acompañados por David Proval y Richard Romanus. Aunque al principio se puede notar la inexperiencia de Keitel y De Niro, su hipnótica presencia en pantalla hace subir la intensidad y la calidad del filme a medida que este transcurre. Su interpretación tiene mucho de improvisación y de impetuosidad, y es una muestra de su increíble capacidad para cargar con el peso de una película a pesar de su juventud.
Obra seminal e imprescindible para todo buen cinéfilo, Malas calles es prácticamente un diccionario de influencias para todo el cine posterior. Pese a que su trama no deriva hacia nada excesivamente novedoso, aquí lo original viene dado por el vertiginoso pulso de un director y unos actores en estado de ebullición, dejando salir el frenesí y la espontaneidad en los que ya se vislumbraban maneras de genialidad. Maravillosa.