RITUAL ROMÁN XIV: AMIGO IMAGINARIO (Stephen Chbosky – Planeta)

por Román Sanz Mouta
AMIGO IMAGINARIO (por Román Sanz Mouta)

Kate Reese es una madre soltera que escapa de una relación de abuso para empezar desde cero en el pueblo Mill Grove, junto a su hijo de siete años, Christopher. Pero Mill Grove no resulta ser ese lugar seguro que cree: Christopher desaparece en un bosque cercano, donde hace cincuenta años tuvo lugar otra desaparición similar de un niño que nunca fue resuelta.


Seis días después de su desaparición, Christopher aparece, sin un rasguño, pero no es el mismo. Guarda un secreto: una voz en su interior le alerta de una tragedia que está a punto de ocurrir y que sacudirá todo el pueblo. La voz de este nuevo amigo también le dicta una misión: construir junto a sus amigos una casa en un árbol en el bosque, que le permitirá a este amigo escapar de la prisión donde lleva encerrado muchos años.
Sin saberlo, Christopher, Kate y resto de los habitantes de Mill Grove están destinados a jugar un papel en una batalla entre el bien y el mal que los llevará a luchar por sus propias vidas.

CRÓNICA CON UN PIE EN AMBOS MUNDOS

Cuando veo un tocho con esa portada y sinopsis, e inscrito en el género de terror, no puedo sino presuponer todas las implicaciones que conlleva. Los mundos y miedos a explorar. Debía leerla.
Y de primeras la trama engaña, lo cual resulta bueno para los propósitos de la novela, porque es más lineal de lo que pueda parecer y se intuye dentro de su bipolaridad dimensional. Esas líneas atemporales que corren paralelas. El ayer, el mañana, el ahora. El nunca.

Pero lo básico es Christopher. Y hay que repetirlo una y otra vez. Un niño especial, y crea empatía por ello, en una situación familiar disfuncional (más empatía), pero con una madre entregada. Lo demuestra cuando su hijo desaparece. Más incluso al regresar cambiado, en detalles sutiles, que pronto se hacen evidentes. No es el mismo. Tiene un nuevo amigo. El hombre amable. Y una nueva enemiga, la mujer susurrante. Eso cree. Eso siente.
Todo ello en el bosque, dentro del árbol, junto a la cueva. Donde debe construir la casa del árbol, el portal. Es complicado pintar un paisaje más atractivo. Y funciona. Sugiere y sugestiona.

Una vez presentado su pequeño mundo real (muy amplio en la fantasía) y los personajes, que ya han entrelazado sus hilos, empieza el festival. La manera de crear uno y otro clímax continuos, dentro de su pausa en la narración, y seguir girando, porque este que ahora lees es solo un desenlace de los muchos desenlaces que vienen.
Hasta que lo sepamos todo.
Las verdades, una a una.
Esa maldad que se reproduce cíclica.

Y alarga la tensión, en esa misma línea, como si fuera una goma elástica que se estira, se estira y se estira y parece que va a romper, pero aguanta una escena más, un giro más. Un orgasmo a punto de llegar y contenido porque te detiene al borde del cúlmine para regresar a una falsa calma, y vuelven a arrancar despacio, suave pero intenso.
Crecen el terror, la angustia, la impotencia, la desesperación, todo en progresión perniciosa, dando pocas esperanzas. La única posibilidad es perder todo aquello a lo que te aferras, que te mantiene vivo y cuerdo.
Y se va, y vuelve, contra ti.
La guerra.
Primero los niños, con su visión particular, esa capacidad para entregarlo todo en cada cosa que hacen; su fidelidad ciega. Luego la ciudad con sus adultos, las personas buzón, los ciervos, el mismo cielo. Antagonistas. Cada uno con su mente socavada.

Volvamos a lo básico, que la novela trata sobre un niño. Un niño que se pierde y vuelve diferente. Que tiene un amigo que solo él puede ver y escuchar (es importante escuchar). Pero quizá no sea el primero. Porque hay algo malo en el bosque, dos bandos diferenciados. Que ya pelearon antes, con más niños de por medio. Y ahora, lo que parece una fábula de mente inquieta, una travesura inocente, se convierte en una batalla entre mundos; una invasión incognoscible de la que no podemos imaginar las consecuencias. Con sus propias reglas que no son las nuestras.
Solo un niño puede detenerlo, Cristopher, solo ese niño. Un niño que está y no está solo, porque los niños nunca están solos… ¿Podrá? ¿Llegará la ayuda?

Una novela de horror mundano, bidimensional, cósmico y religioso (hay que decirlo). Un texto muy extenso y deudor, como reconoce el mismo autor, de Stephen King. Un escritor de la vieja escuela, con capítulos largos, presentaciones severas y ritmo lento pero constante en su coherencia.
A sabiendas de lo leído, y consciente que sus virtudes pueden ser en parte defectos, he disfrutado el viaje, y me he enganchado al estilo y la idea. Tardaré en olvidarlo.

Pd: nunca subestiméis lo que una madre puede hacer por su hijo, ni lo que un hijo hará por su madre.

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