La bombilla parpadea. Los fogonazos continuos nos hacen temer un nuevo apagón. M0rne cuenta con el apoyo del Concejo. M0rne es también la Administración. Todos forman parte de un Ellos. Son dueños de los recursos. Hemos habitado en los recursos sin saber qué, ni cómo. Ahora ellos son los dueños de eso y nosotros (nosotros) somos en parte también eso y nos damos cuenta de que vivimos en un lugar que no hemos construido. «La luz es de ellos», ha dicho en alguna ocasión Sawa, como si fuese un chamán en trance. «La luz es también de ellos, pero no pueden alumbrar el espacio que ocupamos nosotros».
La única verdad es que cada novela de Damián Cordones es una experiencia que no se ajusta a clasificaciones ordinarias. El codo de la torcaz, su última obra, aparece para romper una vez más con todo lo conocido, para ofrecer una literatura de cualidad extraterrestre, casi inmaterial. Leer a Damián Cordones es una aventura a la que cada vez cuesta más encontrarle adjetivos para describirla.
Con esta novela, Damián se instala en el registro en el que se encuentra más comodo, el del retrato surrealista —aquí tal vez incluso sobrepasa el concepto de surrealismo—, y lo hace con la precisión de un cirujano con brazo ortopédico. La capacidad de este escritor para transitar lo etéreo, lo extravangante, lo incoherente, lo inaprensible, es absolutamente insólita tanto por la aparente facilidad con que crea este tipo de narrativa, como por la especial frescura que transmite.
Podría decirse que El codo de la torcaz es una novela negra. Atravesada por el tamiz de Damián Cordones, pero novela negra al fin y al cabo. Esto quiere decir que cualquier parecido con el noir canónico, convencional, es pura coincidencia. Aquí los recursos son otros.
Tenemos a dos personajes, uno de ellos es el narrador, en un lugar reducido que a ratos resulta claustrofóbico. Nunca queda claro lo que hacen allí, cuál es su finalidad o trabajo. Lo que vemos es que parecen vigilar o estudiar a una serie de blatodeas (operarios que parecen ser una especie de larvas o cucarachas que recorren las tuberías recolectando sarro), y que el contacto con el exterior viene a través de agentes inmobiliarios de una empresa cuyas prácticas solo pueden ser tachadas de dudosas.
A partir de ahí, el narrador vaga y divaga sobre su función y la de su compañero, sobre la relación entre ambos y sobre cierta amenaza externa que parece ir creciendo pese a la nula certeza real de su existencia. Esta perenne inquietud que nace aparentemente de la nada es un clásico del autor, heredado directamente de El castillo de Kafka. Es este un recurso tan difícil de conseguir, que me admira la capacidad de Damián para hacerlo surgir de ninguna parte casi sin esfuerzo, convirtiéndose en el sello de identidad de casi todos sus escritos.
Bien es verdad que en esta novela se intuye cierto fondo, cierto mensaje de contenido filosófico y reflexivo sobre la sociedad moderna y el lugar que ocupa el individuo en las estructuras jerárquicas que se imponen en cualquier entorno laboral o personal. La duda, siempre presente, es la valedora de nuestro comportamiento y, por extensión, del de los personajes de la novela.
Para rematar la faena, estamos ante la obra más extravagante del autor a nivel formal, ya que el texto viene preñado de tachaduras, correcciones, clasificaciones numéricas e incluso tablas informativas. Aunque pueda parecer un recurso meramente estético, las numerosas correcciones sirven para dar nuevos planos de profundidad al texto, además de romper en espíritu la uniformidad de la página convencional. Al fin y al cabo, el autor sigue encontrando nuevas maneras de provocar extrañeza en distintos niveles.
Hay que felicitar, una vez más, a Ediciones El Transbordador por la fantástica edición de la novela, ha debido ser todo un reto dar forma a la novela.Lo ha vuelto a conseguir. Con El codo de la torcaz, Damián Cordones abruma, confunde e inquieta a partes iguales. Tal vez exista, pero no conozco a ningún escritor actual que resulte tan inaprensible y a la vez tan hechizante como este. Es posible que todo lo que he escrito en esta reseña no sirva en absoluto para hacerse una idea de lo que esta novela esconde, por lo que concluiré con un pasaje de filosofía libertaria incluido en la misma:
Diligencias de segunda clase que toman el protagonismo y la visibilidad de la existencia. He aquí la paradoja inherente en nuestro modo de dividir el tiempo (y clasificarlo) que no responde a ningún criterio sólido y fiable. Una entelequia, una falacia, una nube turbia de «firme» apariencia. Es así.
Pues eso.
José Luis Pascual
Administrador