El extraño caso de Edward Gorey

por José Luis Pascual

Hace unos años se produjo uno de esos hechos en los que el universo conspira para que encuentres un tesoro. Pasaba yo unos días de vacaciones en Salamanca, y por entonces tenía la sana costumbre de visitar las tiendas de cómics locales allá donde estuviera. Entre tebeos y fanzines, de una estantería asomaba un  pequeño rectángulo verde perfectamente plastificado, con una bonita ilustración como portada y un título que rezaba El jardín maléfico. Al principio, dado su formato, pensé que se trataba de un cd de música. Aunque no suelen encontrarse en este tipo de tiendas, lo achaqué a alguna excentricidad nostálgica de las que tanto se llevan hoy en día. Tras una breve investigación que me confirmó que me encontraba ante un libro, y sin posibilidad de ojear el interior, decidí probar suerte y adquirirlo ya que su precio me pareció bastante asequible. Así es, amigos, como me inicié en el fascinante universo de Edward Gorey, uno de los más originales creadores que alumbró el siglo XX.

Edward Gorey (1925-2000) fue un ilustrador que, aparte de poner imágenes a obras ajenas, firmó un centenar de libros ilustrados realmente sorprendentes, en los que plasmaba su excéntrica personalidad. Este coleccionista compulsivo y gran conocedor de la cultura popular, que solía vestir con abrigos de pieles y sombreros de mapache, consiguió crear un estilo propio que con el paso del tiempo ha adquirido un creciente culto a lo largo de todo el globo. Los trabajos que hicieron célebre a Gorey son de difícil catalogación, ya que constituyen una especie de raro cruce entre los libros ilustrados infantiles y los cómics. Podríamos decir que se trata de fábulas ilustradas a la manera de los cuentos clásicos, con la importante diferencia de que su público objetivo no es ni mucho menos el lector infantil. Aunque hay excepciones, lo normal es que en sus obras nos encontremos con una serie de dibujos (uno o dos por página) que vienen acompañados de un texto breve, ya sea un párrafo descriptivo o una pequeña frase que ilustra lo que vemos en la imagen. Así, más que crear historias lineales, que también, lo que Gorey nos plantea son conceptos que se interrelacionan entre sí, siendo cada una de estas piezas un ente orgánico que se retroalimenta. 

La principal característica de este autor es el fondo tétrico y surrealista que aporta a todas sus obras, generalmente enmarcadas en un entorno victoriano. Gorey pervierte la esencia del cuento infantil, transformando sus típicas moralejas en sentencias de muerte y sumergiendo a sus personajes en un pozo de oscuridad y cierto patetismo. Si bien el significado y la intención de sus propuestas son sumamente irónicos a la par que oscuros, lo que resulta más perturbador es el disfraz de inocencia que las adorna. Y es que, generalmente, los protagonistas de sus estampas son niños pequeños retratados como imaginaríamos a los personajes de los cuentos clásicos, dibujados con un trazo limpio e infantil pero al mismo tiempo lúgubre e inquietante. Todas estas singularidades causaron una gran impresión en gente como Tim Burton o Daniel Handler, quienes plagiaron se inspiraron profundamente en el estilo de Gorey para crear sus propias obras.

Para que os hagáis una idea del tipo de propuestas de este autor tan especial, os contaré brevemente la premisa de algunos de sus títulos más reconocidos:

  • Los pequeños macabros (The gashlycrumb tinies) es un tenebroso alfabeto en el que cada letra corresponde a la inicial del nombre de un niño. Desde la A hasta la Z, Gorey nos presenta a cada uno de ellos en una ilustración y un pequeño texto en el que nos dice el nombre del niño y, ojo, la manera en que murió, rebosando un humor negro realmente chocante y transgresor. Posiblemente sea su obra más conocida.

  • La pareja abominable (The loathsome couple) es el retrato de una disfuncional pareja que solo encuentra solaz asesinando niños. Tal vez sea uno de los relatos del autor que más incomodidad genera en el lector. Parece ser que Gorey se basó en el escalofriante caso real de los conocidos como “asesinos de los páramos”.

  • El dios insecto (The insect god) cuenta la desaparición de una niña pequeña de cinco años, que sube a un coche cuyos ocupantes no son humanos. Es este uno de los relatos en los que Gorey da rienda suelta a su vena más surrealista y bizarra, sin dejar de rezumar una muy tenebrosa mala baba. 

  • La gelatina azul (The blue aspic) es uno de mis relatos favoritos. En él se nos narra, mediante dos líneas temporales paralelas, el ascenso a la fama de una bailarina de ballet en contraste con la triste y obsesionada vida de su más ferviente admirador. La contraposición de ambas historias da lugar a un conjunto tan fascinante como escabroso.

  • El ala oeste (The west wing) es una de las pocas obras “mudas” del artista. A gorey le basta plasmar una serie de ilustraciones del interior de un edificio victoriano para demostrar dos de sus mayores virtudes: la capacidad para inquietar y la importancia de la imaginación del lector, necesaria en este caso para vislumbrar el misterio que proponen las incongruentes imágenes.

Si bien este tipo de obras son diminutas piezas que pueden saber a poco —en realidad, un librito como El jardín maléfico se puede leer en apenas cinco minutos—, las historias de Gorey se prestan a disfrutarse en ediciones recopilatorias. En nuestro país, la editorial Valdemar publicó buena parte de la obra del autor en el volúmen La pareja abominable y otras historias macabras y en las antologías Amphigorey, Amphigorey También, Amphigorey Además y Amphigorey de nuevo, en las que se agrupan la mayoría de estos trabajos breves. Actualmente, hay que destacar la encomiable labor que está realizando la editorial Libros del zorro rojo, publicando una tras otra las breves historias individuales de Gorey en coquetas ediciones de pequeños libritos que buscan captar la atención del comprador. Como habréis comprobado en el primer párrafo de este artículo, esa estrategia les funcionó con un servidor. Además, la magnífica traducción del texto original hace que se hayan respetado en la medida de lo posible las rimas que Gorey utilizaba, cosa que en las anteriores ediciones de Valdemar no siempre sucedía.

Sumergirse en el universo de Edward Gorey es penetrar en un agujero negro que te absorbe irremediablemente, ya que no se parece a nada de lo que podamos encontrar habitualmente en una librería. Sus obras, además de impresionar por su componente macabro, perturbador y a veces sórdido, componen un canto a la libre interpretación y nos incitan a buscar más allá de lo que muestran, otorgándole bastante importancia a la tramoya que nos queda oculta. Para culminar, su atroz sentido del humor a menudo nos deja sumidos en el desconcierto ante el desenlace de sus historias; buscarle un significado racional a muchas de sus propuestas no deja de ser una tarea infructuosa.

Es Edward Gorey uno de esos artistas ante los que simplemente hemos de dejarnos llevar e impregnarnos de su originalidad y su oscurantismo. Personalmente, el descubrimiento de este personaje es todo un hallazgo que estimula mi imaginación, llevándome a intentar encontrar alguna manera de viajar al pasado para poder entrevistarle y charlar sobre cosas en las que era un verdadero erudito como —atención— el cine slasher, los Simpson o las novelas de Agatha Christie mientras, por qué no, paseamos a bordo de su Volkswagen Beetle. 

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