Título: Primer plano del fuego
Autor: Francisco Santos Muñoz Rico
Editorial: Autopublicado
Nº de páginas: 87
Género: Limbo narrativo
Precio: 6,97€ / 3,20€ (digital)
Tal vez todo llegaría más tarde, como pasa con un esguince, que hasta que no te enfrías no empieza a hincharse y a doler. Luego me dolerían las muertes, luego, más tarde se hincharían como les correspondía; cuando pasase un rato esa hinchazón me lastraría, me dejaría cojo y no me dejaría volver a andar tranquilo, libre, feliz, ni ágil.
Tiene algo la literatura de Francisco Santos Muñoz Rico. Algo difícil de identificar, la verdad, aunque el título de esta novela (una de sus últimas publicaciones, si es que a estas horas no ha publicado tres novelas más) quizá nos dé alguna pista. Las palabras Primer plano del fuego evocan ese trance que provocan en nosotros las llamas de una fogata, el vaivén amarillonaranja de una buena chimenea, el incendio de un bosque. Es algo hipnótico que nos seduce y atrapa, algo primitivo, casi instintivo. Como las pipas gigantes aguasal del Mercadona. Imposible dejar de mirar. Imposible dejar de comer.
Primer plano del fuego se lee en una hora, dos si eres lector lento como yo. La trama es sencilla. Un hombre desgreñado y tatuado llega a un banco y empieza a ser objeto de miradas enojadas y desaires varios. En un momento dado, la situación explota. No hay que contar mucho más. Esta historia nace de la vivencia en primera persona por parte del autor —nos lo confiesa en el propio libro—, y se convierte en uno de esos experimentos en los que se reflexiona sobre un acontecimiento real cotidiano para llevarlo hasta sus últimas consecuencias. El famoso “¿qué hubiera pasado si…?”. Esto, en manos de Francisco, deviene en un caramelo literario de primer orden.
Hay muchas cosas que me gustan dentro de Primer plano del fuego. Me gusta su estilo, sobrio en su narración pero continuamente regado por digresiones y derivaciones varias en las que el autor toma el control y se hace presente de tal manera que resulta imposible no empatizar con él. Me gusta el tono irónico que esconde cierta crítica sobre las apariencias, y que de algún modo me recuerda a la entrañable El Zombi. Me gusta la estructuración en seis capítulos o temas con sugerentes títulos que rondan alrededor del concepto de fuego. Y me gusta esa sensación que siempre me deja Franky (perdón, Francisco) de estar leyendo algo que destila literatura por los cuatro costados.
En mi cabeza, Primer plano del fuego es un imposible revoltijo entre La estanquera de Vallecas y Asalto a la comisaría del Distrito 13, plasmado en el papel con el inclasificable pero inconfundible estilo de su autor. Pero más allá de eso, esta conjunción sirve para que el autor acuda a sus propios fantasmas de la infancia —en menor medida que en la maravillosa El tesoro de la urraca— y a la vez plantee cierto debate sobre la necesidad de la violencia.
¿Qué decir para acabar? Llámenme pesado, cansino, lo que quieran, pero vuelvo a reivindicar a un autor que merece ser descubierto por las masas, aunque reconozco que me encanta pertenecer al escaso panteón de lectores de Franky y mantenerlo como uno de esos descubrimientos secretos que uno desea guardar siempre para sí mismo. Pero insisto, lean cualquier obra de este hombre, sumérjanse en lo que él denomina su “limbo narrativo” antes de que las llamas se consuman, antes de que se acaben las pipas.
José Luis Pascual
Administrador
2 comentarios
Jajaja, solo compro pipas del Mercadona, las demás no tienen ni el tamaño ni el saber crujir necesario para un buen “limbo pipero”. Muchas gracias, qué más puedo decir, es el culmen para un escritor saber que su obra ha sido entendida de esta manera
Un placer, my friend. Sigamos pipeando!