Título: Plañido
Autor: Sofía Guardiola
Editorial: Viento Norte
Nº de páginas: 176
Género: Narrativa costumbrista
Precio: 14,90€
La vida se hace en la calle, en el patio, en las sillas de plástico que se sacan a la acera, en el río, en la terraza del bar, a la sombra de la alameda y en casa de los amigos que preparan sangría casera en barreños que, durante el resto del año, están destinados a lavar en ellos las prendas delicadas que no se pueden meter a la lavadora. Durante esos meses llegan de la calle las voces, los gritos, incluso filtrándose a través de los interiores de las casas, con sus puertas y ventanas permanentemente abiertas, y la soledad se convierte en una losa asfixiante.
El párrafo elegido para comenzar esta reseña es la fiel representación de cómo funcionan los mecanismos creativos de un buen escritor. Piénsenlo. ¿De verdad funcionan las descripciones interminables que escupe el típico narrador cámara que se limita a detallar hasta el más insustancial aspecto de una escena? ¿No es mejor centrarse en las sensaciones para llegar al lector? Sillas de plástico, sangría, barreños, puertas abiertas… A través de objetos bien elegidos, uno se transporta a un lugar, a una época, a una sensación del pasado. El escritor certero toca fibras. Y Sofía Guardiola, en Plañido, demuestra su atenta mirada y su atención a los detalles, pero a los que de verdad importan.
Sin embargo, no estamos ante una novela que retrata la vida en un lugar determinado, en este caso un pueblo. No, más bien estamos ante un viaje a la mente de una mujer de mediana edad. Asistimos en Plañido a la transformación de Teresa, quien lleva toda la vida viviendo en un pequeño pueblo y que, lejos de abrumarse por la soledad y la existencia rural, encuentra su camino en la tradición. Porque Teresa, de la noche a la mañana, se convierte en plañidera. Como los grandes acontecimientos de la vida, esta nueva profesión se presenta de casualidad. Como los grandes acontecimientos de la vida, es el punto de inflexión hacia un cambio interior.
Una de las cosas que más sorprende es constatar la lucidez con que Sofía, que apenas cuenta con veintipocos años, es capaz de plasmar sentimientos y sensaciones de personajes que ya cruzan el meridiano de sus vidas, con una mirada enfocada siempre a sus dudas y zozobras que resulta absolutamente nítida y reconocible para los que nos acercamos a la edad que tiene la protagonista. Es una inmersión a pleno pulmón hacia el corazón de una persona, durante el que se nos muestran, con desparpajo y cierto sentido poético, algunos procesos mentales con los que es sencillo empatizar. Abruma también la naturalidad con la que la novela trata los temas más profundos y relevantes de la vida desde una óptica eminentemente adulta, madura y en cierto modo amarga y crepuscular. Es la magia de la literatura, esa que de vez en cuando algunos autores son capaces de vislumbrar y abrazar para regalarnos retazos de verdad.
Pero, como decía más arriba, son algunos detalles los que marcan la diferencia, los que se recuerdan muchos años después, los que normalmente pasan desapercibidos para la mayoría pero que componen una postal para guardar. Detalles como las migas de pan en la mesa, como una fila de botes de mermelada de distintos tamaños, como las distintas maneras de preparar un café, como la voz cambiada de una madre en sus últimos años. Lo dicho, pura literatura.
Quizá es en el desenlace donde Plañido detiene su llanto hipnótico para cambiar ligeramente de tercio. En el par de capítulos finales la novela regula su foco y se para a analizar, quizá en exceso, el propio pensamiento de su personaje principal. Por algún motivo, los diálogos aquí se me hacen demasiado racionales, dando la sensación de que la autora se asoma tras el gran telón. No es un problema, pero me ralentizó un poco el ritmo de la obra. Aún así, este desenlace es la constatación de las verdaderas intenciones de Sofía: hablar del paso del tiempo, del legado que dejamos atrás, del poso desigual que nuestras decisiones dejan, y de su efecto dependiendo de nuestra forma de ser. En definitiva, de crecer y observar la vida con ojos abiertos, de aprender a disfrutar cada momento porque, como bien repite Teresa, la protagonista, nos queda mucho por hacer.
Insatisfacción, depresión, placidez, ese estado perezoso que parece siempre instalado en algunas poblaciones rurales… Se nos habla de la España vaciada, sí, y del menosprecio infundado con que a menudo se asocia a las gentes de pueblo. Quizá habría que empezar a hablar de la gente vaciada de ciudad.
Me aventuraré a decir que en las páginas de Plañido se puede escuchar la respiración de Lorca, de Cela, de Pardo Bazán, de Delibes e incluso de Almodóvar. Muchas son las fuentes y a la vez ninguna, ya que Sofía Guardiola ha encontrado su propio camino en una novela que, por clásica y tradicional, resulta atípica hoy.
José Luis Pascual
Administrador