Ritual Román 87: Dientes rojos

por Román Sanz Mouta

Título: Dientes rojos

Autor: Jesús Cañadas

Editorial: Obscura

Nº páginas: 375

Género: Thriller de terror

Precio: 20,90€ 

«LA ZONA DE FUMADORES TE ESPERA».

La investigación sobre la desaparición de la joven Rebecca Lilienthal llevará a dos policías de Berlín a perderse en el escenario underground de la ciudad persiguiendo la llamada zona de fumadores, una urbe marginal escondida en las cloacas de la capital germana, un secreto a voces que ampara los macabros asesinatos de decenas, cientos, de niñas y de mujeres. ¿Su principal perpetrador? Se dice que se trata del Rey, un monstruo que cuenta, aparentemente, con todo un ejército de asesinos a su cargo.

En Dientes rojos, la investigación policial avanza hasta adentrarse en el reino de lo fantástico y de lo terrorífico, y es la víctima quien toma las riendas de una narración estremecedora. Rebecca Lilienthal, una adolescente berlinesa, ha desaparecido del internado en el que reside. Lo único que ha dejado tras de sí es un charco de sangre sobre el que flota un diente arrancado. Lukas Kocaj, un agente recién salido de la academia, será el encargado de encontrarla. Acompañado del inspector Otto Ritter, un policía brutal, racista y desfasado, Kocaj descubrirá cada vez más fragmentos de la vida oculta de Rebecca, de las siniestras fuerzas con las que bailaba y del peligroso juego en el que se ha aventurado. Un juego que ampara los macabros asesinatos de decenas, quizás cientos, de niñas y mujeres.

 

RITUAL

Cuando recibo en edición no venal (gracias, Obscura) la última novela de Jesús Cañadas, Dientes Rojos, por ese título lo primero que pienso es: vampiros… no hombre no, qué necesidad. Pero no os equivoquéis, y es importante mencionarlo porque puede dar lugar a engaño (al menos para mi simpleza). Esto va de otra cosa. Trata la oscuridad del hombre, la violencia, lo inevitable y aquello que acecha más allá de la oscuridad o en el fondo de la psique. Es una conjunción de elementos sobrecogedores que se nos cuentan con cruda humanidad, sin omisiones. Porque el narrador, Kocaj, en su primera persona, se dirige a ti, siendo Rebecca (la joven desaparecida), y también se dirige a ti siendo tú, el lector o la lectora. Eso afecta, nos cala. Y lo hace para que comprendas lo que ha pasado, lo que sigue pasando y aquello que lo convirtió en quien es. Para que compartas el dolor (la palabra del ritual) Una fuerza irresistible a favor y en contra de natura.

Porque hay algo que subyace y domeña Berlín, quizá el mundo. Algo que atrae a esos hombres violentos, porque siempre son ellos quienes hacen daño. Porque siempre son ellas quienes reciben daño. Es la constante, y ahonda en un problema muy real de la sociedad que se blanquea desde según qué bandos, medios o partidos. La violencia por la violencia, cuasi atávica, heredada, auspiciada, educada. Aquí la lleva el autor un poco más allá. Por el Rey. Por esa Corona. Por el Hoyo. Por la Sala de Fumadores.  

Berlín es un personaje más; late, sangra, se oscurece, se llena de blanca nieve y frío que agujerea los huesos. Tiene recovecos, lugares de poder que solo conocen los marginales o quienes se mueven para utilizarlos; locales, clubs sudorosos, espacios abiertos o cerrados, callejones, sótanos. Está delirantemente reflejada en anverso y reverso. La ciudad que muda la piel según quién y cómo mire.

Y tenemos a Kocaj, policía de padre policía (en las últimas, dependiente, agonizante) y madre muerta. Nuevo en el cuerpo, que ya pasa un ritual de iniciación donde conoce a Ritter, un agresivo veterano que carga con sus propias razones y fantasmas. Se aúnan sin quererlo, con la misión de localizar a una chica desaparecida (¿secuestrada?) en su residencia estudiantil, Rebecca, que también acarrea con su propio pasado, pese a ser este breve. Los hilos, que uno conoce y en los que otro se adentra, los llevan hasta un círculo místico de dolor perpetuado, de torturas, de masacres, de víctimas femeninas allende edades. Porque pueden. Porque son atraídos como las moscas a la luz de la miel o de la mierda. Pero no resulta excusa. Nunca lo es. La determinación de los detectives los hace hundirse en este Berlín de arenas tan movedizas como níveas cuando comprenden la relación entre muchos de esos casos sin cerrar. Mientras sus vidas cobran presente, para que el conjunto los ahogue, sin llegar hasta Rebecca (que sois vosotres, tú y yo).

Lenguaje. Ritmo. Contundencia. Escenas tan horrendas como brillantes. Un realismo que se hace palpable para quienes han vivido en y de la calle. Quienes han horadado la noche y escuchado susurros.

La parte de investigación que arranca el manuscrito deja paso a otra cosa, sobrenatural, improbable, nefasta. Que me recuerda a un Hastur mucho más cruel, corona incluida. Que tiene acólitos, sectarios, y una serie de pruebas para entrar al círculo del dolor, como víctima o como verdugo. Es un juego, su juego, el juego del Rey. Cuando vamos desvelando capas nos supera, nos sobrepasa, nos avalancha. Para bien. Cada sensación, incluso por nociva, es un deleite en la manera expresada; forma y fondo.  

La prosa en la construcción de las frases aceradas te acompaña, te agujerea, se clava en la mente. Hay algunas expresiones que por sí mismas valen el precio de la novela. No escatima además el autor, porque van a favor del texto, de la idea, evolucionando más en su particular estilo mostrado en las anteriores publicaciones.

Quizá por esa intensidad, por la aceleración de la primera parte del texto, percibo el segundo segmento como algo más ligero, menos denso, que no suave. Dentro de continuar la historia, de mostrarnos parte del entretejido que no habíamos visualizado hasta el momento, complementando la trama para llegar hasta el final. La llave, la puerta, la chica, la Zona de Fumadores, el Rey. El desenlace. En caso que la violencia pueda acabar. La clave en este equilibro entre las partes de las que hablamos es que resulta mucho más poderosa la fuerza inexorable del primer narrador que la consiguiente, pero, a la vez, esta se encuentra dotada de mucho más sentido y coherencia; sensibilidad. De más necesidad.

Nos encontramos ante un viaje emocional a través del dolor (reitero porque existe mucho dolor entre estas páginas), la mente y la carne, precio a pagar por el aprendizaje, por conocer la verdad, el motor, el titiritero que mueve esos hilos en cada acto de violencia machista. Escuchando a las pocas víctimas supervivientes con sus cicatrices, viendo en directo las consecuencias, los cuerpos mutilados, los cadáveres que se amontonan. Daña. Duele. Por lo cierto, lo certero.

Esta es una lectura que puede resultar dura, sin llegar a herir sensibilidades (en mi opinión), y que, debido a la dualidad sobre la que más no puedo hablar, termina ofreciendo el cuadro completo. La amenaza tangible, latente. Contemplar toda esta violencia dirigida, desatada, caótica, premeditada, inherente… Hay que tener cuidado, porque ese odio, rabia e impotencia se pueden convertir en bidireccionales, y nunca sabes quién se esconde tras el telón, tras una presunta víctima. Alegato además contra estos incomprensibles tiempos, y todo el legado de castigos inmerecidos que han sufrido las mujeres solo por género.

En resumen, una gozada. Jesús Cañadas retorna pleno de verbo con un argumento arrollador que pasa del thriller al terror más cerval, dotando a la obra de una atmósfera tangible, de otredad íntima con personajes vívidos (más allá de los protagonistas tenemos lo rancio en Ritter, la determinación de Ulrike, la clarividencia de Babsi y su oso, el vaivén de Suly, el cinismo malnacido de Gupta… entre otres), escenas rotundas, y dejando una sensación de sobrecogimiento tras algunos capítulos y al terminar el manuscrito. Si ya me sedujo con sus Nombres Muertos, y me sorprendió con Las tres muertes de Fermín Salvochea, esta novela resulta un salto dentro de su manejo del terror, un animal diferente que merece ser leído con detenimiento, disfrutado y padecido. Sobre todo, porque la historia que cuenta es la realidad de nuestras calles, y la otra historia, bueno, tampoco podemos afirmar que no esté sucediendo… Averígualo. Dientes Rojos va a joder tu mente. Bienvenido.

 

Pd: Un Hastur carmesí es lo que asemeja ese Rey en mi enferma y retorcida imaginación… 

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