André Breton, el fundador de la corriente surrealista, se siente muy desamparado. Su mujer ha desaparecido de su vida, sus compañeros surrealistas se han ido o han sido excluidos del movimiento y, sobre todo, le parece que ha perdido lo que le hizo ser el alma del surrealismo. Decide entonces contratar a su amigo, el detective Nick Carter, para investigar y hallar esta cosa indescriptible que supuestamente le fue robada: «el oro del tiempo».

RITUAL

(Advertencia, podría hablar sobre este volumen versándome en la corriente del surrealismo desde todas sus acepciones, autores y artes, e incidir en las personalidades contradictorias de sus instigadores, pero mi elección es comentar la obra con la ignorancia de la lectura presente y sin apoyo documental; solo sensaciones en directo y con retazos de información en la psique. Dicho queda).

Esta extraña obra híbrida, que no es novela ni relato, que no es novela gráfica o cómic, que no termina de ser un cuento ilustrado o una serie de grabados ficcionados añadiendo pie de página, entra por los ojos. Sus 50 composiciones, ergo, cincuenta capítulos, son verdaderas obras de arte, cuadros surrealistas (evidentemente) llenos de pistas, de guiños, de homenajes que se deben estudiar atentamente antes de leer el texto. Porque, sin esa narración, puede ser otra experiencia diferente, una a interpretar por el lector o lectora, inimitable, indescifrable. Luego esta la parte en letra, que germina en nexo creando una trama detectivesca cuya complejidad radica en lo increíble e inverosímil de su avance, sin ser ello impedimento para cautivar, porque es más forma que fondo, y es una forma sinuosamente bella.

El argumento resulta simple, Nick Carter, detective y personaje de folletín del escritor J.R. Coryell, es contratado por André Breton, de los surrealistas franceses, para una pesquisa inmediata (personaje de ficción más personaje histórico): alguien le ha robado el alma del surrealismo, y es urgente que la encuentre y se la devuelva. Así, el sabueso protagonista recorre un extraño mundo a medio camino entre los villanos habituales de sus propias aventuras literarias, junto a los encuentros y desencuentros con lo más granado del arte de la época (escritores, pintores, poetas, ensayistas, críticos…) para, pista tras pista, ilustración tras ilustración, encontrar al anhelado surrealismo, en caso que este haya sido robado, se perdiese, o siquiera exista. Aunque ahonda también el texto en las sensaciones del propio Breton, solo, abandonado por sus amigos en deserción, por su propia corriente, por la esencia que lo sostiene (provocando la sensación de escape y retorno a la soledad como si la necesitase tanto como miedo le diere). El alma de un hombre está en juego, un hombre vacío. La historia sigue a partir de aquí, luchas, viajes, amores, reencuentros… No hay pausa ni desperdicio en esta vorágine visual (llena también de historia real sobre Breton, de sus momentos clave y de declaraciones políticas de la época, como no puede ser de otra manera).

No soy experto en arte, con lo cual me queda grande la obra. Pero sí me gustaría destacar algunas escenas que mezclan lo grotesco, los miedos más humanos y las extrañezas de un hipnotismo seductor, con mi personaje preferido por lo conceptual: ese archirrival, el Doctor Quartz, y sus increíbles transmutaciones en araña o pulpo, por no destripar más de sus apariciones (acabará siendo un duelo a muerte entre ambos, porque no hay nada como un buen antagonista, la némesis perfecta).

Tampoco me resulta sencillo porque, mas allá de describir las sensaciones oníricas que producen las imágenes (en blanco y negro), y esa búsqueda en su interior de todo significado (detalle a detalle), no se puede hablar sobre la leve trama, retorcida en lo absurdo y divertida en lo simple (repito, para bien, porque el composio lo necesita) sin desvelar sus locuras e iniquidades, dentro de ese caleidoscopio bicolor que debe atravesar Nick Carter, viviendo una aventura como nunca antes. Pero sí digo que, en un momento dado, la narración trasmuta, se convierte en otra cosa paralela, convergente, ya veréis a lo que me refiero. Y el cierre, inevitable por el conocimiento de la carrera de Bretón (quien posea ese conocimiento), se percibe abrupto, como si faltasen un par de actos (pero qué sabré yo).

La sensación al terminar esta lectura de vértices y vórtices supone necesitar tiempo para analizar dónde has estado y qué has digerido. Porque hasta la creación más libre tiene cadenas y traidores, y la historia mezcla humor, tragedia, inadaptación al cambio y enroque en la filosofía propia y única (creo).

No conocía a David B., autor de esta rareza y afamado historietista francés, pero ya lo considero un artista de nivel (repito mi ignorancia para con el arte, sobre todo determinado arte o épocas del mismo, lo cual no evita mi disfrute u horrendez según cuál se ponga ante mis ojos), y voy a investigar sobre su trayectoria, influencias y estilos. También otra advertencia que considero necesaria, no es un volumen ilustrado al uso, no es para cualquier consumidor(a) o paladar; aconsejo informarse sobre el autor y ojear el tomo para tener claro si nos va a deleitar. Igual que imagino que, para los aficionados al surrealismo, adeptos a la corriente francesa y sus derivados, supondrá una gozada delirante el viaje. Pero, a los exploradores de la literatura (como yo mismo), estas pequeñas piezas, joyas en su estilo (porque no hay otra con que comparar, o al menos no tengo referencias) se convierten en cuasi anécdotas, excelencias que compartir con otros devoradores de libros. Curioso.

Repito, una obra especial, una buena excusa llena de referencias y homenajes para hacer un recorrido por el origen del surrealismo y uno de sus generadores y quizá el referente que más luchó por el mismo (o no). ¿Te atreves?

Pd: cómo me gustan los pulpos.