Título: El profesor A. Dońda
Autor: Stanislaw Lem
Editorial: Impedimenta
Nº de páginas: 96
Género: Ciencia ficción, humor
Precio: 14,25€
«El general Mahabutu me envió una liana al hotel con la que yo no tenía claro qué hacer, y tuvo que ser el profesor Dońda quien me explicara que se trataba de una alusión a la horca de la que me querían ver colgando. Esa información, por otra parte, llegaba un tanto a destiempo, porque ya habían preparado un pelotón de ejecución, al que yo, al no entender el idioma, había tomado por la guardia de honor. De no ser por Dońda, seguro que yo no andaría contando esta historia ni ninguna otra».
Uno de los aspectos más característicos y quizá menos apreciados del polaco Stanislaw Lem es el peculiar sentido del humor que imprime a sus relatos. Quizá menos evidente en obras como Solaris o El invencible, esta seña de identidad se revela en todo su esplendor cuando uno revisa los Diarios de las estrellas de Ijon Tichy y se topa con situaciones descacharrantes derivadas del encuentro entre el astronauta y diferentes seres de cualidad incomprensible, o cuando asiste ojiplático a las andanzas por el universo de los androides constructores Trurl y Clapaucio en Ciberíada. A esta vertiente humorística, pero no exenta de una plena imaginación, pertenece El profesor A. Dońda (así, con tilde en la n).
Esta novela corta —prácticamente estamos ante un relato largo— comienza con un Ijon Tichy trasladado a una nueva Edad de Piedra, grabando en una tablilla la narración de los eventos que le han llevado a ese futuro tan poco halagüeño. Tichy se convierte en el transcriptor de la historia del profesor A. Dońda, y cómo este realizó un descubrimiento que no fue aceptado por la comunidad científica y que, de manera inevitable, condujo al colapso de la humanidad.
A través de una prosa trepidante en la que suceden cosas continuamente, asistimos a un verdadero “camarote de los hermanos Marx” narrativo en el que los hechos se acumulan a toda velocidad. El estilo descriptivo de Lem en esta obra es admirable, no solo por su alucinante imaginación, sino por su capacidad de imprimir un ritmo que no se detiene hasta el punto final.
Temáticamente, Lem hurga en los motivos que pueden desencadenar un conflicto diplomático, riéndose de la clase política con una premisa tan extravagante como, posiblemente, plausible. Como en otras de sus obras, el polaco consigue racionalizar lo absurdo, dando forma a un exquisito telar de situaciones hilarantes provocadas por la mera casualidad. En un increíble despliegue imaginativo, el autor logra explicar e hilar tramas tan rimbombantes como que el profesor Dońda tenga un padre mujer y dos madres y media, o por qué Ijon Tichy está escribiendo toda la obra en unas tablillas de arcilla. Un detalle curioso: El profesor desaparece cuando… ¡se va a por tabaco!
También se hace hincapié en el eterno debate que enfrenta fe y ciencia, y que se muestra aquí como un proyecto que pretende conjugar ambas disciplinas en una sola, con resultados que ironizan con el nacimiento de las religiones y con la superchería como método para probar la teoría del profesor, que conlleva la desaparición del ser humano —y el crecimiento del ego del profesor—.
Dentro del tono sarcástico, la obra está recorrida por un fino ideal filosófico que culmina en una audaz y divertida explicación para el origen del universo —o de los universos, porque la teoría que expone el profesor Dońda no tiene limitaciones—. Una vez más, la capacidad creativa de Stanislaw Lem le otorga el poder de alcanzar rincones a los que pocos se han aventurado. Dotar a esa inagotable fuente de imaginación de un envoltorio literario, y en ocasiones metaliterario, es un hallazgo insólito. Uno más de los que nos legó este maravilloso escritor.
José Luis Pascual
Administrador