Los pies fríos (Beatriz García Guirado)

por José Luis Pascual

Título: Los pies fríos

Autor: Beatriz García Guirado

Editorial: Sloper

Nº de páginas: 210

Género: Thriller neonoir

Precio: 16€

Hubo un día, no recuerdo cómo fue la cosa, pero Olivia acabó por confesarme que soñaba con la hebilla de un cinturón, con manos que la agarraban por la espalda y un aliento soplándole en la nuca. Era pequeña como un enano de jardín y lo soñaba. O lo imaginaba. O lo vivía. Pero dormía como los ángeles que se caen de la cuna, con los ojos entreabiertos, viendo esas manos moverse y el reloj de pulsera tintineando todo el rato, mientras hurgaba. 

Pensé en mi hija y sentí náuseas. Me creía muerto y eso que me contó me calentó los pies tanto que tuve que levantarme y sacudirlos porque era como caminar sobre brasas. Se me despertó la memoria a mí también. He visto tanto… He hecho y he visto. Pero lo primero fueron los ojos, y de ahí el horror se me zafó a las manos.

Una corneja posada en el hombro como una conciencia o una posiblidad de infierno. Una posesión demoníaca bajo el nombre de Azazel, nombre terrible y en llamas que en realidad es una palabra como cualquier otra, un instinto como cualquier otro. La carretera termina en una mampara transparente que separa el rostro del hombre encarcelado de las sombras que aún acuden a visitarle. El fuego se alza envuelto en un zumbido continuo, embrujador, y la casa arde y la luz ígnea se refleja en las aguas que rodean la chanca. Todo parece un disparo. 
Perdón por la licencia, toca comenzar. Aunque, en palabras de Beatriz García Guirado, «las cosas empiezan donde acaban: en un hospital, en una cama o en lo profundo del bosque».

A veces las cosas llegan hasta ti de modos misteriosos. Me topé con Los pies fríos en una librería, sin saber nada de la novela ni de la autora (aunque su nombre me era familiar). Algo en la portada me cautivó, y lo mismo pasó con la contraportada, en la que aparecían nombres y palabras como Angela Carter, salvaje, indómita, Twin Peaks, alucinógeno, misterio, wild weird western, John Ford. Al comprarlo, la librera me informó de que allí mismo, un día más tarde, se llevaría a cabo la presentación. Acudí y Beatriz confirmó los mejores augurios contando que su modo de escribir es inconexo, no lineal y sin concesiones. Justo lo que más me gusta. Por cierto, Beatriz es la autora de La tierra hueca, obra que maese Román diseccionó en este Monolito. Por eso me sonaba.

Tras la lectura, se me vienen a la cabeza otras palabras y otros nombres. Por ejemplo, Cien años de soledad, por eso del despliegue de una saga familiar y por cierto componente que puede recordar al realismo mágico. Aunque, hay que dejarlo claro, lo que escribe Beatriz sería más algo como «antirrealismo mágico». La odisea de Harry Butterfly Santana se despliega como una vida fraccionada, escupida tras distintos tragos y plena de personajes poco confiables, lugares poco recomendables, sectas y traiciones. Y, por supuesto, muerte. Otro nombre: Cormac McCarthy. Por el lenguaje, por la aridez, por el polvo que lo impregna todo como la falta de esperanza.

La autora crea toda una mitología que arranca con Harry y un doble crimen y luego se prolonga a través del tiempo, con la historia de las sectas y sus acólitos, y ese zumbido perenne relacionado con Jeberías Finch, un esclavo negro al que nadie era capaz de matar. Noah Santana como gurú malvado, Deanna Grinner como víctima catalizadora de la trama, Olivia Wendley como policía intrigada por los motivos, El Paso del Escorpión como decorado sucio, tenaz, medio muerto. Todo esto y mucho más para armar una novela total, una historia hecha de historias que huelen a agua estancada, a pólvora, a fuego y a fármacos. 

Más palabras: crudeza, poesía, apuestas. Diría que estas tres lo impregnan todo, pero siempre en justa medida. De lo crudo ya he hablado; la poesía surge de las imágenes que Beatriz dibuja constantemente y de la visión del mundo del protagonista: un mundo desolado pero bello a su manera. Las apuestas son continuas, casi siempre por la libertad. La libertad imposible de un hombre defenestrado y la libertad estilística del propio texto. 

Con una construcción desordenada, la narración es como un tiroteo que, poco a poco, va conformando una silueta. Resulta adictiva la lectura por la capacidad de la escritora de soltar imágenes —esto ya lo he dicho— y generar tramas y escenas que van entrelazándose de un modo fascinante. Dentro de los saltos temporales que se producen entre capítulos, y que aunque parezca lo contrario se siguen perfectamente una vez que el lector se sitúa, a veces se entremezclan pasado y presente en un mismo fragmento, de manera onírica, un juego inextricable que maneja con maestría la autora.

La voz de Harry es indómita, sí, pero también está preñada de malditismo. Nos habla desde prisión, cumpliendo condena, pero también nos habla desde su juventud y adultez. Es una voz herida, aguardentosa, de las que dejan un eco de desgracia sureña mientras nos desvela un buen puñado de misterios sobre los que girar. Pero hay otra voz, la de Gabe «Krako» Benson, periodista que se cuela de vez en cuando para imponer su propia narrativa. Son capítulos en los que la novela se vale de un estilo periodístico —corresponden a extractos de un ensayo tipo true crime— para alejarse del foco de Harry y destapar más trama. Acierto. 

No diré más, posiblemente Beatriz García Guirado me contagió lo inconexo a la hora de escribir esta reseña, pero creo que es suficiente para explicar cuán recomendable y grande es Los pies fríos. Obra en que la vida se va distinguiendo poco a poco como una constante e imparable huida hacia adelante y atrás. Puro cine negro hecho novela, literatura magnífica. Termino añadiendo un diálogo que me encanta. Bueno, y un par de palabras y nombres más: Scorsese, Bonnie y Clyde, irredentismo, amor, ruinas.

—¿Con quién mierda-puta-hostia hablas, Butterfly? —Doug-duck-duck, el sabañón entre los dedos fríos, vacía la bacinilla y me mira, ya de vuelta en la jaula—. Siempre llegas muy raro de las visitas, como si no se hubiesen ido —prosigue.
—Me quedaron cosas por contarle a mi hila. Me apena ser tan mudo, tan imbécil.
—Mira que no te entiendo. Quítate ese papel de la boca, que vas a cagarlo a hilos.
—Mi mujer quiere el divorcio. Me como su divorcio, me la como a ella.
—Así engordarás algo, estás en los huesos.
Me descojono, hombre. Qué coño esperaba que me dijera un caníbal.

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