Título: Paranoica fierita
Autor: Miguel Ángel Maya
Editorial: Carpenoctem
Nº de páginas: 112
Género: Noir apocalíptico
Precio: 15€
A la mañana siguiente, Papá sacrifica un carnero a los pies del frondoso árbol del que tiempo después amanecerá colgado.
El carnero intenta zafarse. La sangre sale a chorros del cuello. Un gruñido cada vez más ahogado acompañado de espasmos. Un gorgoteo lamentoso brota de la garganta cercenada. Los espasmos tienen cada vez menos fuerza. Un gemido continuado. Finalmente se da por vencido y queda flácido entre los brazos ensangrentados y crispados de Papá.
Mi hermana tiene los ojos brillantes. Yo estoy mojada. He estado bañándome en la alberca. Tirito y tengo los ojos rojos. El cabello me gotea. Solo he venido a ver la batalla y la sangre.
Sin aliento. Así es como te dejan las primeras líneas de Paranoica fierita. Líneas que se despliegan durante seis páginas, líneas contenidas en un marco de cerradura —esto es literal— y que pese a ello arañan tus pupilas con una saña poco habitual. Menudo prólogo para la novela. Ya se establece el narrador como espejo de un autor, Miguel Ángel Maya, que suelta su prosa a base de aldabonazos propinados con una bola de demolición. No muestra rastro de piedad hacia sus personajes, menos aún hacia el lector. Es un efecto curioso el que produce su lectura, una suerte de hechizo que va disponiendo de ti a su antojo para atizarte en el momento menos esperado.
Poco que contar de la trama, mejor que descubra el lector todos sus vericuetos. Decir, en todo caso, que la columna vertebral de la novela la ocupan una niña y un viejo pianista, pareja que asiste a un apocalipsis interior como pocas veces hemos leído. Hay también una trama criminal, pero permanece oculta tras una capa de niebla durante toda la obra.
Pese a su brevedad y a su cierta economía narrativa, dentro de Paranoica fierita hay varias novelas. Una es una historia íntima y terrible contada por la niña primero y el pianista después, víctimas y verdugos dentro una serie de eventos turbios que indefectiblemente imprimen una huella muy profunda en ambos. Otra es toda una odisea criminal, un «american gothic» —sustitúyase el «american» por un más adecuado «nowhere»— que traza un arco temporal bastante amplio dentro del cual respira un decorado desalentador y lleno de suciedad a varios niveles. La última —es probable que haya más pero me centraré en estas tres— es una novela de terror en la que se despliega todo un catálogo de perversiones y atrocidades muy pareja en intenciones a ese horror intuido que tan bien maneja Mónica Ojeda.
Tal tríptico de novelas se compacta en un libro que se me antoja especial. Especial por su lenguaje, que opera preciso a distintos niveles. Hay un nivel poético en la continua búsqueda de imágenes y sentimientos, pero también hay un nivel puramente instintivo, básico, que apunta a esas formas de violencia que no suelen asomar con facilidad. Y hay otro nivel, omitido, en el que estamos nosotros. Maya nos deja unos mínimos resquicios para que observemos el puzzle completo, pero en general decide que hemos de ser los lectores quienes deduzcamos algunos componentes, en general los más turbios. Este «contar fuera de plano» resulta un ejercicio sugerente y fascinante, y está tan medido que todo lo etéreo cobra un sentido oscuro, oscurísimo, en nuestra mente. Y ese apelar a nuestro subconsciente no está al alcance de cualquiera. Debemos trabajar durante esta lectura, y solo por eso ya merece la pena la obra.
Pero ojo, todo esto no significa que en las páginas no hallemos impresiones. Todo lo contrario. Uno asiste absorto a rincones tenebrosos que se van sucediendo uno tras otro, un catálogo de perversiones y comportamientos erróneos que nos pone en guardia. La relación entre el viejo pianista y la niña dista mucho de ser ejemplar, y por sí sola ya nos crea un problema incómodo, difícil de asir. Bendito problema, en mi opinión.
Ni siquiera he hablado de Saint Simons, el decorado, que parece ser una constante en la carrera del autor. Dejaré, de nuevo, que sea el lector quien se tope con ese lugar. Tampoco he hablado del desenlace, un final circular, abierto, desconcertante, magistral. Recordé mucho La carretera de McCarthy leyendo esta novela.
Más allá de estos pensamientos sueltos, Paranoica fierita es todo lo anterior y mucho más, pero la definición perfecta la dio Paul Viejo durante la presentación de la novela en Madrid: Malicia preciosa. Y yo añado: hurgar en incendios interiores que no pueden apagarse.
José Luis Pascual
Administrador