Título: Venganza Extrema
Autor: Rayne Havok
Editorial: Pathosformel
Nº de páginas: 109
Género: Splatterpunk
Precio: 15 €
SINOPSIS
No sabes nada de represalias hasta que no has leído a Rayne Havok. Si me apuras estoy convencido que jamás has pensado en ideas tan originales para la castración.
Por primera vez en castellano dos relatos de la autora, prohibidos ya en numerosas plataformas inglesas, el legendario «Killstreme» (2001) y su continuación «La venganza de Casey» (2022). Un grupo de amigas montará una pequeña productora de porno snuff y, a partir de entonces, todo será justicia divina y venganza extrema.
RESEÑA
«Sí que parezco una yonqui, soy delgada, pálida y busco algo. Solo que no son drogas. Me busco a mí misma».
Rojo. Es el color con el que podemos comenzar la reseña de esta Venganza extrema, una narración de splatterpunk que lleva al límite el sentido de la palabra perversión. No, no te engañes, lectora y lector incauta e incauto, aquí todo se tiñe del escatológico olor de la podredumbre, de la depravación más absoluta, aquí hay gore, salpicaduras, fluidos y todo aquello que puedas imaginar dentro de un género minoritario en nuestro país, pero que cuenta con su nutrido grupo de adeptos. Y es que, lejos de la literatura más convencional (aunque siempre he odiado ponerle etiquetas al libre y maravilloso ejercicio de leer) el splatter pone a prueba nuestro sentido arácnido más visceral, ese que nace en la boca del estómago y se torna en arcada, se monta una fiesta y le importa un comino que no vaya un solo invitado, se ríe de sí mismo y su propio concepto de creación y tiñe, como decía, del rojo más intenso unas letras que nacen para entretener y provocar, para mostrar la crudeza más surrealista, para humedecer, en todos menos en un sentido, los ojos de un lector que sabe a lo que se enfrenta, que se prepara, que quizá, tímido, aparte la vista ante el exceso de un verbo diferente, un verbo lascivo e irritante.
Un verbo que huele. A través de las páginas inconformistas de obras que nacen por y para la blasfemia más absoluta.
«Me he metido en un lío, es un puto desastre. ¿Vienes?»
Tenemos entre manos (y entre todas aquellas partes del cuerpo que no pueden ni siquiera ser contabilizadas) una narración con voz femenina, aunque no comience como tal. Va de mujeres la cosa. Pero no del tipo de mujer al que durante tantos años hemos estado acostumbrados en los medios visuales y en la literatura: esta mujer es una auténtica cabrona. Mala como un demonio. ¿Existe algún problema? No, claro que no. Solo que Venganza extrema se orina (por no decir mear) en la cara de las damiselas en apuros. En la tiranía del no podemos, en el estereotipo de víctima deslucida y desangrada por dentro; aquí la sangre la ponemos nosotras y se sangra, joder si se sangra. No tiene más pretensión el libro y aun así me parece que ofrece un mensaje original y gritón: no, no somos seres de luz, ángeles en busca de un dios redentor. Nosotras no tocamos las puertas del cielo, sabemos que no las abrirían para recibirnos. Estamos acostumbrados a concebir la idea de que una mujer lastimada es una mujer invalidada. Este par de relatos, con escenas memorables (el calcetín, por todos los demonios, ese jodido calcetín) vomitan una realidad que durante años ha resultado incómoda: la mujer también mata. También tortura. También se corre ante el dolor ajeno. No, no nos aislamos de la maldad, la venganza no es ningún plato servido frío y no trabajamos el elegante asesinato con ínfulas de dama oscura. Mordemos, sí, hasta llegar al hueso, tenemos el mismo gen de la maldad y somos capaces de todo cuando la piel arde y la vista se nubla en el fango de una realidad que nos hace viles ante la vileza.
«Arriesgando la cordura que me queda, me siento obligado a mirar hacia abajo y ver lo que han hecho».
Dos historias, dos venganzas, un grupo de mujeres que disfrutan con el dolor ajeno. No hay más, no pretende más, solo busca la complicidad de los adeptos y la incomodidad de aquellos que no comulgan con el género splatter. No, no se toma en serio a sí mismo y es curioso, porque entre tanta tortura, disparate, hechos surrealistas y momentos delirantes encontramos ese mensaje camuflado, ese grito a una libertad malévola, esa reivindicación. Porque no somos solo las víctimas, porque cuando nos ocurre algo malo también sabemos devolverlo, porque lloramos, sí, pero también sangramos y hacemos sangrar en adjetivos de mísera realidad. Y no, no quiero engañar a nadie, no adquiriremos ninguna moraleja tras leer este libro, no saldremos mejor, no ganaremos una enseñanza en ningún ámbito de la vida. Pero ¿qué narices nos importa? Venganza extrema está hecha para un baile de muertos en el que solo nosotros llevamos antifaz.
Un baile rojo.
Porque de rojo se tiñe la venganza cuando se convierte en enemiga íntima y amiga de cabecera.
Porque, al fin y al cabo, todo es rojo.
Maldita sea.
Lorena Escobar
Redactora
1 comentar
Que esté prohibido en algunas plataformas, ya es un punto a favor.