Júpiter bajo el crescógrafo (José Luis Pascual)

por Lorena Escobar de la Cruz

Título: Júpiter bajo el crescógrafo

Autor: José Luis Pascual

Editorial: Open City

Nº de páginas: 66

Género: Poesía surrealista

Precio: 8,50 €

SINOPSIS

¿Por qué no el horror entre las sílabas? 

¿Por qué no el vértigo en la espuma del café?

¿Por qué no el cosmos bajo la pesadilla asfáltica?

Aquí se esconde un compendio de textos alienígenas e indescifrables, una guía de viaje hacia el absurdo y el surrealismo más excesivo. Se presiente un terror de carácter experimental en estos escritos, quizá tan solo la exéresis de lo cotidiano en un cuerpo celeste infectado. Sentirá el lector un desprendimiento de rumor de tren por toda la piel. 

Esta es la realidad desleída que se manifiesta en los pliegues de la superficie cuando observamos Júpiter bajo el Crescógrafo. 

RESEÑA

Cómo se verá Júpiter bajo un crescógrafo. Supongo que arrugado, marchito, como el corazón tras el paso de las ventoleras, o quizá se aviste una legión de gusanos, lombrices aplastadas bajo el halo de la gravedad. Si algo de esto tiene sentido no nos importa, porque Júpiter bajo el crescógrafo se verá como cada lectora y lector quiera verlo, porque José Luis Pascual, en su grandioso estreno literario, nos deja una esquela mutilada, un réquiem para sordos, una trastienda repleta de muebles con astillas y agujeros para alimañas.

Júpiter no es más que un impresentable y el crescógrafo un mentiroso, nos dice el autor, un mago del engaño que sin embargo destila verdades peligrosas. Júpiter es la sangre que corre por tus venas y te envenena y tú, que crees que ya lo has leído todo, que pasas de la poesía, que te vistes delante de un espejo sin cristal, caerás rendido ante este compendio de textos en pulsión. De letras conjugadas con verbos que no existen. De reflexiones puras, empalmadas como el asesino ante la mirada de horror de su víctima. José Luis Pascual ha tejido una tela de araña y tú eres la jodida mosca. El insecto arrepentido. El fantasma que ya no cree en los médiums.

El último invitado al fin del mundo.

Cincuenta y cuatro son las piezas que componen la obra. Una obra que forma parte de ese Proyecto Mínimo de Open City que reformula el término literatura y lo reviste de basta y vasta sinceridad. Cincuenta y cuatro declaraciones convertidas en testamento que hablan de la vida prostituida en muerte, del inconfundible olor a hospital, hablan de lo extraño, ese surrealismo sucio que se posa en las patas de las ratas y deja su huella por los túneles que se extienden bajo la mierda de las ciudades. Todo en Júpiter bajo el Crescógrafo es un viaje, un viaje en ese odiado tren repleto de odiosas personas, un viaje lleno de frases tan potentes que arañaran tu retina para provocar el escupitajo de la catarata. Yo, que leo el poemario con el corazón hecho añicos, no puedo menos que rendirme ante Rescoldos:

«Fuego quiero, incendiarlo todo sin remedio,

llorar lava y acabarlo todo.

Pero las llamas también están secuestradas.

Aquí solo hay aire.

Y vacío».

Yo, que leo hoy este poemario con la esperanza decapitada y el amor empeñado en suicidarme, encuentro entre las páginas mil maneras de morir y otras cuantas de cavar mi propia tumba. Y es que A tirones sus pétalos te muerde en la boca del estómago, dejándote cicatrices en los jugos gástricos:

«Te aposentas sobre su cuerpo desnudo y profanas lo celeste, a tragos apuras sus venas, a mordiscos su vello, a tirones sus pétalos».

Yo, que leo el poemario entre los jirones de mi propia calavera, me encuentro sentencias que se acomodan a mi alma con la suavidad de una mano sin dedos: «Réquiem por todos los que acuden a buscar caramelos de noche»; metáforas sobre las letras que suponen una enfermedad terminal: «Necesito un paraguas para la garganta, ya no soporto el ácido que llueve en mi tráquea»; frases que se enquistan en pus y en pus revientan las cuencas de unos ojos cansados de llorar lágrimas sin agua: «Ardan los espejos, quiébrese el aguacero, colapse el mar».

Y a pesar de todo ello, a pesar de la extrañeza de una pluma única en el terreno literario, a pesar de los pasajes terroríficos que se bañan con la espuma de la cotidianidad (Los Vencejos me parece uno de los mejores cuentos de terror que he leído en años) también encontramos amor en Júpiter, porque el amor supone un laberinto sin paredes, una irrealidad, una bazofia que camufla su mal olor con lazos de colores.

«Pero necesito aprender a escalarte y reunir a un equipo que te contenga no es sencillo».

Porque en el fondo, Júpiter bajo el crescógrafo es un relato de cariño y muerte, de fetos corruptos, de nacimientos inconclusos, un relato fabricado del mismo material que los nichos, un relato que nace de una mente distinta que enfoca la narrativa en un plano que jamás, bajo ningún concepto, será plano.

Lo que consigue José Luis Pascual está al alcance de muy pocos: hacer de la rareza un sello, de las alimañas un escudo, de los cadáveres una razón de ser, construir sobre ciudades cerradas por derribo sólidos muros de lealtad hacia un lector que se verá sorprendido, afectado, quizá incluso perdido en este universo sin reglas. Pero que disfrutará. Disfrutará de cada frase y buscará sentido donde no lo hay, o quizá haya demasiado sentido para que nosotros, incautos lectores, logramos comprenderlo. José Luis Pascual, líder y alma de Dentro del Monolito, maestro como pocos, alumno de lo imposible, llama cobardes a las víboras y escribe una poesía demacrada, ojerosa, agrietada y violada por algún fulano en el maletero de ningún coche.

Una poesía negra, cuajada de restos de sangre sin cuajar y preguntas que se revuelven en las tumbas vacías de todos los que aún no han muerto.

Y yo, que leo este poemario con la añoranza vomitando bilis, te digo a ti, sí, a ti, que sabes quién eres, que «pronuncias la palabra cataclismo como si no te importase. El demonio te llega por las rodillas».

Y José Luis Pascual, sabio en el oficio de crear dudas en la certeza, de la escritura automática, de la rúbrica sin tinta, crea oraciones que se acompasan a los latidos de un alma triturada por una navidad sangrienta.

Y es que:

«Has perdido al niño.

Y ahora

ya

no puedes jugar».

1 comentar

Vicente enero 22, 2024 - 9:07 am

Ole

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