Título: El tesoro de la urraca
Autor: Fco. Santos Muñoz Rico
Editorial: Autopublicado
Nº de páginas: 68
Género: Terror social
Precio: 6,97€ / 3€ (digital)
Estuve rondando por mis predios, aquí y allá, sin hacer nada en particular y efectivamente acechando la fiesta de las locas urracas, los señores y señoras Poe. Casi podía verlos como seres humanos empingorotados, con vestidos de noche y fracs, chaquetas negras y pecheras blancas, con copas en las manos, brindando y haciendo reverencias. Entraban y salían de los arbolillos, y hablaban entre ellas. No quería precipitarme y que mi padre me sorprendiera hurgando en el rimero; pero la segunda o tercera vez que me asomé a casa escuché el teclear continuo de la maquina: ya había entrado en su mundo, y desde el mío debía pasar algo muy gordo para que se enterara.
Este pequeño párrafo esconde verdades que solo el arte es capaz de descubrir. En apariencia, tan solo son las palabras de un niño fascinado por el trajín de un grupo de urracas, deseoso de comprobar si su pálpito, que le dice que las aves han enterrado un tesoro, es cierto. Chiquillerías propias de la infancia, vamos. Pero hay mucho más. Su mundo y el de su padre se marcan diferenciados, uno absorbido por su trabajo y el otro inmerso en el misterio. Una franja infranqueable los separa, son la realidad y la imaginación, la vida y la fantasía, la adultez y la niñez. Sin que ellos lo sepan, padre e hijo son la misma persona, pero sus existencias han de separarse en algún momento, y justo este y no otro es el que elige Francisco Santos Muñoz Rico para delimitar el paso de una edad a otra.
Un pequeño párrafo como muestra del virtuosismo de un autor que en El tesoro de la urraca vuelca mucho más de lo que parece. La historia en primer plano, y la historia oculta. Ambas se entremezclan en una trama que parece tener mucho de autobiográfica, aunque eso nos lo tiene que confirmar el propio Francisco. Pero sospecho que él es ese niño cuya existencia se resquebraja al encontrar el tesoro, un anillo de oro y algo más, un tesoro que le envuelve en una burbuja y le provoca un vacío, un tesoro envenenado. Y sospecho que él también es ese padre que a partir de ese momento deja de encontrar las palabras que le comunican con su retoño. Uno encuentra, el otro pierde.
Me admira la capacidad del autor de convertir escenas simples, costumbristas, entrañables, en puertas de entrada al País de las Maravillas, aunque su Alicia sea un niño llamado Bastian y en su País de las Maravillas la única maravilla sea una bandada de urracas alborotadas. Me asombra la facilidad que tiene para cambiar el ángulo de la realidad, para invertir los hechos en nuestra mente, para que el tabaco desprenda “hilos de humo colgados del techo”. Me encanta cómo narra el momento en que el niño protagonista encuentra el tesoro, pero sobre todo me abruma cómo describe el efecto inmediato y perpetuo que ese instante causa en él, con una prosa magistral.
Ay, la prosa. Siento envidia cada vez que leo un texto así, colmado de una intensísima sensibilidad literaria, pero también de la otra, de la personal, emotiva, irracional o como quieran llamarla. Prosa de una naturalidad apabullante, de la que distingue al buen escritor del mediocre. Me recuerda a Pilar Pedraza, a Borges, a Melville si quieren.
Y bajo la prosa, el misterio. Misterio sin nada de preternatural, o tal vez sí, que deviene en lo que debe: la transformación. Causada por un fugaz momento de desiluminación, un parpadeo cuando se debía abrir los ojos, una sombra en mitad del sol. La inocencia muta en pretensión, en certeza de que todo empeora y puede acabar en cualquier instante. Esa es la transformación: de niño a hombre, con elipsis invisibles que contienen vidas enteras.
Sé que hay prejuicios cuando hablamos de autopublicados, yo mismo los tengo. Pero aquí tenemos a un ESCRITOR, así, en mayúsculas, y cualquier atisbo de torcedura de gesto al encontrar este libro en la plataforma donde se puede adquirir, se difumina como el hielo en agua hirviendo. La cultura literaria del autor se manifiesta en sus novelas, y aquí se cuela a través de los nombres mencionados y del extremo opuesto, que son los escritores pulp. Y opuesto no significa menor o peor, cuidado con ese error. El canto de amor a Lou Carrigan y a todos esos obreros de las letras de bolsillo debería desviar nuestra atención, de vez en cuando, a esa literatura de guerrilla que bien puede esconder joyas resplandecientes.
En fin, que esto es una obra maestra, alta literatura por honesta y por esconder, bajo la tierra húmeda que cubren ramitas secas y desperdicios varios en el rimero, verdades que solo el arte es capaz de descubrir.
José Luis Pascual
Administrador