ROB ZOMBIE: TERROR Y HEAVY METAL

por Carlos Ruiz Santiago

¿Sabéis por qué al heavy metal lo llaman así? Yo recuerdo leerlo hará unos años. Un periodista dijo que el sonido de esos grupos, creo que se refería a Black Sabbath, era como dejar caer al suelo metal pesado. Igual resulta un poco simplista como definición, pero fue el principio de lo que acabaría siendo un estilo en sí mismo. El heavy metal es mucho más que un estilo musical, es una serie de cosas asociadas a él, una serie de sensaciones y maneras de hacer las cosas, de aspectos y comportamientos asociados con la energía, la fuerza y la épica de sus canciones, de instrumentales largos donde la voz descansa sin miedo y golpes fuertes que llevan los géneros a sus extremos. Todo eso, más que un estilo de música casi lo podríamos clasificar de estilo artístico en general. Es casi una manera de ver la vida, y eso implica un arte completamente diferente, pues, como dijo en cierta ocasión Anaïs Nin, «No vemos las cosas como son realmente, sino que más bien las vemos como somos nosotros». Eso quiere decir, entonces, que se puede aplicar ese prisma, esa perspectiva particular, a otras artes. Por ejemplo, la que hoy nos compete: el cine. Y, si me permitís la osadía, os diré que nadie representa mejor este estilo tan concreto en el séptimo arte que Rob Zombie.

El hombre del momento

Rob Zombie es un metalero brutal, greñoso, barbudo con cara de mala hostia. Casi podría ser mi imagen, aunque el señor Zombie tiene bastante más dinero. Este señor se ganó un nombre en el mundillo, llegando a dar giras con gente de la talla de Marilyn Manson. Entonces, un día se le cruzan los cables y hace La Casa de los 1000 cadáveres, una aventura de horror mega pulp con reminiscencias claras a La Matanza de Texas de Tobe Hooper. De ahí surge una muy prolífica carrera que transforma al músico, al menos en parte, en cineasta. Su estilo, que vamos a desmenuzar ahora como el pollo para hacer unas croquetas, es una oda a ese heavy metal que tanto le mola y que tanto le define, creando una especie de híbrido macabro y fantabuloso entre Metalocalipsis y películas de serie Z chusqueras y llenas de amor y hemoglobina.

El estilo de Zombie, a fuerza de definirlo con una única palabra, sería sobrecargado. Los colores son palpitantes y saturados, todo esta lleno de pequeños detalles. Rojos priman sobre el resto, aunque no limitados: también hay amarillos vibrantes, azules eléctricos, púrpuras de toda clase y demás locuras que rayan lo lisérgico. Incluso en obras en las que se aleja un poco de sus propias convenciones, como Lords of Salem, este uso de los colores chillones está siempre muy presente y ayuda a resaltar los elementos clave, cuando no a crear una especie de mundo pesadillesco pasado por un filtro de drogas psicotrópcias glorioso, que nos separan de la vida real y nos meten de lleno en un cómic pulp de plenos años 90, con esos colores híper contrastados y esa brillantina tan maravillosamente cutre que Rob Zombie ama y explota en cada cinta.

Y desde luego que el pulp es algo crucial en toda su obra, no en vano su carta de presentación al mundo del cine es una cinta llena de payasos asesinos, chistes macabros, muertes entre grotescas y ridículas, doctores maníacos y demoníacos, casas tétricas. Lo tiene todo y lo tiene super exagerado y, de algún modo, te mete en su juego y no te suelta. Es una locura tras locura, es ver esas frases rimbombantes, ese estilo de rodar sucio, casi como si estuvieras leyendo una historia que ha pasado por tantas manos que está amarillenta y ajada. Zombie logra meternos en sus a priori inverosímiles historias a través de un carisma que tira para atrás, en parte gracias a contar con actores de una talla magnífica como Bill Moseley o el magnífico e icónico Sid Haig (hace poco hizo un año de su fallecimiento) que entienden y abrazan los guiones locos y tétricos de Zombie con soltura. Quizás la elección siempre más curiosa es la de Sheri Moon Zombie, esposa de Rob y que actúa siempre como una especie de musa que repite en la inmensa mayoría de sus películas. Los guiones, como en las historias pulp en las que se basan, son rápidos, ágiles, divertidos, llenos de puro splatterpunk lo más gráfico posible, y todo adornado por efectos especiales tradicionales que están justo en la línea entre verse magníficos y un poco toscos, un poco cutres, un poco como si los hubiese hecho algún tipo al que no le funciona muy bien la azotea. Es el abrazar esa cutrez suave lo que le da a todo ese barniz color brillante sangre arterial que tan bien sienta a cada cinta de este hombre. Es el exceso depravado por completo. A veces puede que su lado más onírico le juegue malas pasadas, como en Halloween 2, pero suele tirar por una terrenalidad macabra y apabullante a los sentidos que resulta magnífica.

De izquierda derecha, Baby (interpretada por la Señorita Zombie), Spaulding (interpretado por Haig) y Otis (interpretado por Moseley)

Aunque no solo de pulp vive el hombre y, aunque se nota que es el caldo de cultivo primigenio del autor, está muy lejos de ser monotemático. Zombie ha sabido colocarse en un plano más serio y sosegado, con cintas como la anteriormente mentada Lords of Salem o cuando cogió esos personajes tan dementes y pulperos y, en un ejercicio no exento de mérito, los colocó en la realidad más asquerosa, seca y brutal posible, como bien hace en Los renegados del diablo, secuela directa de su primera cinta. Con esta última, Zombie crea una road movie desagradable en la que, si bien permanecen los pilares principales de su estilo anteriormente nombrados, todo se ciñe más a un plano menos de creatividad loca y más de dura realidad. Y, por sorpresivo que parezca, funciona incluso mejor. De nuevo los actores hacen mucho, pero es también el cariño con el que Zombie trata sus obras, el cómo las entiende y empatiza hasta con los más despreciables de sus personajes. He leído por ahí a gente acusándolo de justificar las atrocidades de su atroz familia Firefly, pero yo creo que, más bien, lo único que hace es humanizarlos, los hace más tridimensionales y hace que cueste más clasificarlos como monstruos sin sentimientos. Y esa incomodidad no nos gusta, siempre preferimos el bueno muy bueno y el malo muy malo, pero la realidad es asquerosa y difícil.

Eso y el hilo conductor de algunas movidas locas de las que nunca llega a desprenderse, junto con cierto estilo sucio y desmañado al grabar, hacen que nada desentone. Con el caso de Lords of Salem tira por un estilo más onírico en una cinta mucho más calmada y dada a interpretaciones. No era algo alienígena en la filmografía de Zombie, pero sí mucho más dejado de lado por las fuertes críticas y, aunque igualmente vapuleada, en esta se nota mucho cómo ha perfeccionado su técnica en estos menesteres. Aunque todas las cintas de este autor encajan en diferentes categorías de terror, esta es quizás la única que a mí llega a producirme verdadero miedo. Hay algo enormemente intranquilizador en el estilo de Zombie, algo que sucede cuando mezcla sus locuras de imagen quemada y granulada con una realidad mucho más palpable, algo que hace que pasen de ser un divertimento muy efectivo y sangriento a algo más desagradable, a una verdad incómoda. Por poneros un ejemplo, es algo así como ver en acción a los dos psicópatas de Ghostland, que si bien son extravagantes al punto de que la estética prima sobre cualquier realidad, consiguen estar suficientemente apegados a nuestra realidad como para que nos los creamos y llegar a darnos más de un escalofrío.

La oscura, metalera y satánica oda onírica de Rob Zombie

Otro tema que está muy arraigado en el heavy metal y se nota bien enraizado en el cine de Zombie es la crítica, la irreverencia mezclada con humor de tintes zafios. Es ese humor socarrón de pollas y mierda, es esa crítica descarnada y divertida (de verdad que aún no supero al enano latino nazi de 31), son esos tropos mega exagerados y salvajes que se ríen de sí mismos y aún así funcionan como si de una buena parodia se tratase. Hay mucho de la vena más punkarra del metal, como si sus cintas fueran el hijo politoxicómano de Iosu de Eskorbuto y el personaje de Vernon Wells en Mad Max 2. Es una mierda muy divertida que pega con ese universo exagerado, que se ríe de las mil tonterías que damos por sagradas: desde religión a raza o política o la puta condición humana. Todo es un chiste macabro, todas nuestras preocupaciones y prejuicios y ofensas, es todo una estupidez de la que Zombie se carcajea de la manera más asquerosa posible y es genial. Las conversaciones filosóficas enajenadas de Otis a la gente que va a matar, cargadas de demencia incontrolable y una especie de clarividencia sobre la parte más cruda y realista de la vida me parecen especialmente buenas.

Eso sin contar ya las aportaciones más obvias, como la banda sonora trallera a veces, lírica otras pero siempre con un toque de puro metal maravilloso, cuando no odas de amor enteras al género como en Lords of Salem, donde la música metal más clásica coge un cariz de homenaje así como una parte coral de la historia.

Como el bueno de Nathan Explosion diría, Rob Zombie es puro metal. Zombie es la orgía de la sangre, es el puro metal en vena, es música bestial y descarnada, es ese extremo divertido en el que nos tapamos los ojos porque, ¿cómo podríamos disfrutar de eso? Pero dejamos una pequeña ranurita para ver.

Rob Zombie no es el cineasta perfecto, pero tiene alma, que es más de lo que muchos pueden decir. Un alma negra, sanguinolenta y corrupta, pero oye, mejor eso que nada, ¿no?

De hecho, mejor eso que muchas cosas. 🤘

1 comentar

FRANKY enero 16, 2021 - 4:36 pm

Mejor no podría haberlo dicho yo. Coincido en todo, salvo quizá en eso de que no es el cineasta perfecto: claro que lo es, joder.

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