Entrada publicada originalmente en la desaparecida web Terror.Team
No cabe duda de que para mucha gente existen terrores que van más allá de lo sobrenatural, de lo extraordinario, de lo imposible. Miedos puramente psicológicos que pueden emerger cuando uno menos lo espera. Supongo que uno de los más intensos, debido al tremendo cambio que acarrea, es el trance de engendrar un hijo, y Shelley, del debutante director Ali Abbasi viene a indagar en ello.
«Shelley» es la historia de Elena, una joven que es contratada por una pareja de mediana edad que vive en mitad de la nada, para ejercer las tareas de la casa, dado que la dueña sufre una extraña enfermedad. La gran confianza que se genera entre las dos mujeres hace que le ofrezcan a Elena ser “madre de alquiler” y así poder dar un hijo a la pareja.
Podríamos definir a la película, tal vez de manera algo forzada, como una especie de mezcla entre elementos de la seminal La semilla del diablo (1968) y Delivery (2013), cinta en la que una pareja documentaba un embarazo que presentaba ciertas complicaciones. Sin embargo, «Shelley» se desmarca de esas películas al ofrecernos un ritmo mucho más pausado y un marcado tono costumbrista. De hecho, se me hace difícil adscribirla directamente al género de terror, siendo tal vez más acertado decir que estamos ante un drama con ciertos elementos terroríficos. Ali Abbasi se sirve de detalles sutiles para generar inquietud, basándose en una iluminación escasa y en la introducción de sonidos extraños, casi guturales, dentro de una minimalista banda sonora. No vamos a encontrar aquí efectismos baratos ni sustos fáciles, sino un intento de crear una tensión creciente a través de recursos más psicológicos como pueda ser el simbolismo de algunas imágenes. En este sentido, podemos emparentarla con La bruja (The witch, 2015).
Con todo lo expuesto, la cosa no tiene mala pinta. Sin embargo, hay un par de problemas que, al menos en mi caso, arruinaron la función. No soy yo alguien que rehuya las películas lentas, más bien todo lo contrario, creo que algunas de las que más me han impactado hacen gala de un ritmo parsimonioso. Pero en «Shelley», el lento desarrollo se convierte en un obstáculo difícil de superar por una razón: el aburrimiento. Y es que la trama bordea a ratos lo telefilmesco alargando en demasía algunos momentos que no aportan demasiado. Esto hace que conectar con la película, sobre todo durante su segunda mitad, sea una tarea complicada. El inicio está bien, te puedes llegar a interesar por lo que se nos cuenta mientras intentas averiguar qué está pasando realmente, pero cuando todo ha quedado establecido llega un momento en que perdemos gran parte de ese interés y deja de importarnos lo que le pase a los personajes. Personajes, por otra parte, que caen bastante antipáticos sin excepción, al menos para un servidor. El desenlace tampoco ayuda demasiado, ya que no nos deja demasiado claro lo que sucede.
El reducido elenco de actores me parece bastante acertado, y tal vez lo más destacado de la película esté en el contrapunto interpretativo que ofrecen las actrices Cosmina Stratan y Ellen Dorrit Petersen. Son ellas las que llevan el peso de la función y las que consiguen ofrecer lo más interesante con la extraña relación que mantienen sus dos personajes, pese a lo cargantes que puedan llegar a resultar.
Reconozco que hay algunos momentos que están bien, donde podemos llegar a sentir cierta inquietud, pero en general todo se hace demasiado aburrido para que podamos aprobar a la película. Siempre es bueno ofrecer propuestas personales que se alejen de lo convencional, pero en este caso, para mi gusto, «Shelley» fracasa donde películas como la mencionada «La bruja» o La casa del diablo (The house of the devil) lograron triunfar.