Una bocanada, así empieza: siento una pestilente vaharada. Y abro los ojos: una enorme boca se abre ante mí. De dientes podridos, cariados, amarillos y deformes; un puto asco. La podredumbre está viva, se mueve, respira. Las caries no son negras, sino verdes. El amarillo de los dientes es el mismo que he visto en museos, en viejos huesos de seres extintos. La deformidad evoca tétricas formaciones rocosas, escenarios lovecraftianos para partidas de exploradores sin posible retorno. Locura.
Etiqueta: