Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana (bueno, en realidad solo hace un par de años y no fue muy lejos sino en este mismo blog) hablé de la primera entrega de esta nueva trilogía galáctica. Decía en mi crítica de El despertar de la fuerza que se había conseguido volver al espíritu de la trilogía original respetando esquemas y abrazando la aventura clásica, asentándose en un guion sencillo susceptible de desarrollarse en las continuaciones. Ahora llega la primera de ellas, Star Wars: los últimos Jedi, y podemos comprobar que Rian Johnson afronta esa profundización en numerosos aspectos del guion, pero tal vez no de la manera que todos esperaban.
Johnson firma una película que podría dividirse en dos mitades bien diferenciadas. En la primera todo avanza un poco a marchas forzadas, con secuencias demasiado alargadas y sin que el guion parezca trenzado adecuadamente. Mi señora, siempre perspicaz, me dijo que el principio de la película le parecía una parodia, y la verdad es que algo de razón tiene ya que ese primer tramo deja una sensación rara, como si el director estuviera intentando tomarle la medida a una producción tan grande sin demasiado éxito. Por suerte, la cosa mejora de forma sustancial durante una segunda mitad en la que todo parece cobrar un sentido mucho más global y donde asistimos a los movimientos de las distintas piezas que componen el puzzle de la trama (un puzzle no muy complicado, eso sí).
Lo mejor de «Los últimos Jedi» viene dado por dos puntos diferentes. El primero es la intención rupturista que muestra la película desde su mismo inicio. A mi juicio, el director muestra un buen criterio a la hora de tomar caminos inesperados, y abofetea al espectador enseñando cosas que parecen ir encaminadas en una dirección y que de repente giran en sentido contrario. Para ello se vale de un buen sentido del humor, patente desde el primer encuentro entre Rey y Luke, y lo que este hace con la espada láser. Este tipo de acciones son continuas durante toda la película.
El segundo punto positivo lo encontramos en el conflicto que se establece entre Rey y Kylo Ren, conflicto que ofrece una acertada dualidad en la que bien y mal se confunden y se acompañan de muchos matices. Es una interesante reinterpretación del ya clásico concepto de “la fuerza” que ayuda a que los personajes se enriquezcan y adquieran entidad. Evidentemente, esto se desvanece un tanto durante el desenlace, ya que de otro modo el enfrentamiento entre ambos perdería su razón de ser. Pero hubiera estado francamente bien que la película se arriesgara a explorar este filón con mayor profundidad, haciendo para ello menos concesiones al público generalista.
En el lado no tan positivo, veo que la trama se alarga en algunos momentos y que las inevitables secuencias de combate espacial disfrutan de demasiados minutos (eso sí, en ellas encontraremos una de las mejores imágenes de la película). Igualmente, y esto ya es manía personal, creo que se le concede demasiado protagonismo al androide-bola BB-8. Vale que el robot es gracioso y bonito, pero sus niveles de héroe de acción se ven aquí elevados a la máxima potencia.
Encuentro que el reparto resulta más coral que nunca, y que el protagonismo se divide entre muchos personajes. El más beneficiado respecto a la película anterior bien puede ser Adam Driver, actor que ya me sorprendió gratamente en La suerte de los Logan y que aquí tiene mucha mayor presencia y consigue desarrollar el potencial que se le suponía a Kylo Ren. Pero el que roba la baraja en cada aparición es un inmenso Mark Hamill, con una intensa presencia que culmina en el tramo decisivo de la película. Curiosamente, parece que el actor no está demasiado de acuerdo con el tratamiento que se le ha dado a su Luke Skywalker, pero a mi parecer está francamente bien.
En cambio, no termino de encontrarle la gracia a los papeles de Benicio del Toro y Laura Dern, quienes parecen cumplir la misión de rellenar metraje sin demasiada necesidad. La desaparecida Carrie Fisher tampoco me acaba de convencer, y además su personaje protagoniza una de las escenas más absurdas de la película.
Aunque hace sus concesiones, en general encuentro que este episodio VIII es una secuela más que correcta, que aporta nuevas visiones dentro de una historia que parecía trillada y que intenta sorprender con algunas decisiones chocantes. Ante todo se instaura una ruptura con lo viejo que no le viene mal a la saga. Me impactó más «El despertar de la fuerza», lo reconozco, pero es posible que «Los últimos Jedi» gane importancia con el tiempo.