El lema de Disneyland reza así: “Aquí abandonas el hoy y entras en el mundo del ayer, del mañana y de la fantasía”. Me parece una frase bastante adecuada y ajustada a la realidad. El hoy que se abandona al entrar en el “lugar más feliz de la Tierra” incluye realidades muy cercanas, ya que la misma carretera que conduce al parque temático está plagada de moteles que intentaron en su día aprovechar el rebufo turístico y que han terminado convertidos en refugio para familias desestructuradas que cuentan con recursos mínimos. El contraste es poderoso, y el director Sean Baker (Tangerine) ha querido mostrárnoslo en su nueva película.
The Florida Project nos cuenta el difícil día a día de una serie de personajes enclaustrados en uno de esos apartahoteles, una especie de microuniverso particular que se despliega ante el espectador ofreciendo un caleidoscopio de miserias y alegrías. Las miserias, por supuesto, están en los dramas personales de los adultos que se ven forzados a residir allí, mientras que las alegrías se posan en un grupo de niños que pululan sin parar por el lugar como si realmente fuera el parque temático que se les niega.
Dice Sean Baker que su película es una suerte de puesta al día de la serie de TV La Pandilla (Our Gang), que tal vez recordéis si ya tenéis una edad. Lo cierto es que esta afirmación me resulta muy acertada, ya que en buena parte de su metraje «The Florida Project» sigue a la pequeña banda de infantes en sus ocurrencias y pequeñas fechorías.
La película está narrada adoptando un tono casi documental que nos sirve para dar plena verosimilitud a las pequeñas historias que se nos cuentan. Pegando el foco al grupo de niños, Sean Baker consigue una contraposición muy interesante entre la visión adulta y la infantil. Para ello sitúa la cámara al nivel de los críos, logrando así involucrar al espectador y otorgarle esa mirada inocente (aunque no lo sea tanto) al tiempo que le hace asistir a una serie de situaciones dramáticas protagonizadas por los adultos. Reconozco que al principio el estilo me resultó algo frío y un tanto lejano, pero según avanza la película y te introduces en su mundo, caes en la cuenta de que contarla de otro modo sería mucho menos efectivo.
Otro de los contrapuntos evidentes lo aporta el aspecto visual, ya que todo se presenta ante nuestros ojos con un colorido muy saturado, convirtiendo a la película en una acertada metáfora de esa otra cara del sueño americano. Todo es muy bonito en su apariencia externa, pese a que el interior se evidencia como algo podrido, oscuro e insoportable.
Aunque la dirección de Baker me parece inmejorable, creo que lo que verdaderamente aúpa a la película al estátus de imprescindible son los trabajos de sus intérpretes principales. Se ha hablado mucho de la increíble espontaneidad de la pequeña Brooklynn Prince, y no seré yo quien diga lo contrario. Con apenas 7 años, la niña derrocha carisma y desparpajo delante de la cámara, y su comportamiento es una fiel representación del auténtico carácter infantil. Pero apunten otro nombre: Bria Vinaite, joven actriz que desborda la pantalla mostrando una naturalidad pasmosa para tratarse de su debut en el cine. Con su portentosa interpretación de madre tan prematura como inestable, consigue que el espectador la deteste en algunos momentos y se compadezca de ella en otros, revelándose su personaje como el auténtico corazón de la película. Willem Dafoe, con un trabajo sobrio y soberbio, es el necesario pegamento para todos los personajes que aparecen en el filme, además de servir como una especie de llave de paso entre la visión infantil y la adulta. Nos quedamos con ganas de ver más de Caleb Landry Jones (recientemente visto en Tres anuncios en las afueras) ya que su aparición apenas es anecdótica.
Tal vez en algunos momentos los mensajes que lanza el director pecan de ser demasiado evidentes, pero no cabe duda de que «The Florida Project» es una clara candidata a aparecer en cualquier lista de “lo mejor del año”. El inmenso trabajo del reparto es de por sí motivo más que suficiente para acudir a verla, pero además la solvencia del drama es incuestionable, máxime teniendo en cuenta que es, a todas luces, una versión fidedigna de la verdad que representa. El cielo y el infierno nunca estuvieron tan cerca entre sí.