Blumhouse suma ya unos cuantos años ofreciendo diferentes propuestas a los aficionados al género de terror. La productora de Jason Blum sigue a pies juntillas la política de crear películas baratas que resulten rentables, lo cual ha dado lugar a una lista de títulos de irregular calidad pero que, en mayor o menor medida, han resultado éxitos para los baremos que maneja Blumhouse. Una de sus últimas películas, y que no se aparta ni un centímetro del modelo de la compañía, viene firmada por Akiva Goldsman (Cuento de invierno) y lleva por nombre Stephanie.
No es fácil hablar de la trama, ya que estamos ante una de esas películas que se arruina si ya conocemos su leit motiv. «Stephanie» comienza con una niña pequeña que parece vivir sola en casa, con la única compañía de un muñeco de peluche. La vemos alimentarse o lavarse los dientes tal y como haría cualquier niño, en una cotidianidad que resulta extraña por dos factores. Uno es la ausencia de figuras adultas. El otro, la presencia de una criatura que ronda la casa por las noches con intenciones que no parecen demasiado buenas.
La premisa, sin duda, resulta interesante. Una chiquilla pequeña teniendo que apañárselas por si sola ya es algo que da juego, y si a ello le añadimos un elemento amenazante y desconocido, la intriga está servida. Es por ello que durante los primeros minutos hallamos lo más llamativo de la película, en un tramo hábilmente diseñado por los guionistas Ben Collins y Luke Piotrowski (autores de los libretos de Siren (2016) y Super Dark Times (2017)). Y es que el guion sabe jugar con situaciones en apariencia sencillas dentro de un entorno seguro, pero que se revelan como inquietantes gracias a la peculiar protagonista y a su situación.
Es en esa primera mitad donde todo funciona mejor, logrando interesar a un espectador que se ve obligado a seguir las evoluciones de la protagonista con atención para intentar hilar lo que la película plantea realmente.
A mitad de metraje todo pega un giro que nos va a ayudar a ver la idea global del filme, y ahí es donde, para mi gusto, «Stephanie» pierde enteros. Y es que a raíz de ese punto de ruptura el ritmo de la película comienza a sufrir una serie de altibajos que pueden hacer que muchos espectadores vayan perdiendo el interés y vean el desenlace con indiferencia o desencanto. Personalmente, el final me funciona bastante bien (es lo más criticado de la cinta), pero es cierto que cuando llega, la película ha cobrado cierto peaje. Otros problemas recaen en algunas pequeñas trampas guionísticas y en la falta real de una profundidad psicológica mayor, y que a mi entender hubiera dado más peso y entidad a la película.
A nivel interpretativo pocas quejas se pueden poner al trabajo de la pequeña Shree Crooks, que carga con el peso de la película sin problemas, resultando convincente tanto a la hora de encarnar a una niña indefensa como cuando adopta matices más inquietantes.
«Stephanie», pese a los problemas que presenta durante su segunda mitad, es una más que decente producción de terror que vuelve a demostrar la solvencia de un tipo de película de bajo presupuesto que no basa su efectismo en el susto barato, sino que intenta crear una atmósfera con la que enganchar al espectador. En mi opinión, sus virtudes pesan más que sus defectos, con lo que nos queda una cinta que podemos recomendar sin miramientos.