Parece mentira que hayan transcurrido 14 años desde el estreno de Los Increíbles. En cierto modo, la película de Bard Bird marcó el final de la época dorada de una Pixar que, salvo ramalazos esporádicos, comenzó un declive del que afortunadamente parece estar despertando. Y es que «Los Increíbles» lo tenía todo. Era una película de superhéroes, y era de las buenas (y recordemos que es anterior a todo el boom superheroico que hoy día llena las salas de cine). Era una película de espías, y era de las buenas. Además tenía un fuerte componente de melancolía y de crítica en forma de mostrar a una familia con síntomas de desestructuración. Pero sobre todo, se alejaba definitivamente del tono infantil que se colaba en el resto de sus producciones. En una maniobra que resulta al mismo tiempo tan arriesgada como una apuesta segura, Pixar ha decidido que ya era el momento de volver a contar con los mismos personajes.
El resultado es una reformulación, casi un remake encubierto, de la primera película. Todo lo que allí funcionaba está aquí por duplicado, en una demostración de que la compañía parece querer volver a los términos que la alzaron como la mejor sin discusión dentro del cine de animación. De nuevo asistimos a las aventuras de la familia protagonista desde un punto de vista que alterna temáticas personales adultas, trama detectivesca con un guion bien hilado y acción superheroica. Posiblemente este último punto sea el menos importante, ya que Brad Bird, que repite en la dirección, ha dotado a la cinta de un ritmo lento que seguramente aburrirá al público más infantil.
Luego está el tratamiento de algunos temas tan actuales como delicados. Se ha criticado la película por tirar de algunos clichés a la hora de retratar situaciones relativas a la corriente feminista tan en boga en estos tiempos. De la misma manera, el ambiguo mensaje de la cinta al tratar el aborregamiento de las masas a través de la televisión, así como el modo en que los políticos dudan entre autorizar o prohibir a los superhéroes, puede recordar a obras de evidente tono político como V de Vendetta. Bien, no creo que haya que rasgarse las vestiduras, todo lo que plantea «Los Increíbles 2» tiene coherencia dentro de lo que es, una película de animación. Con un target algo más adulto de lo habitual en este tipo de producciones, es cierto, pero al final de lo que se trata es de ofrecer un producto de entretenimiento de calidad. Y ahí la película lo clava.
Sin llegar a la complejidad de las tramas de algunas películas de espías, «Los Increíbles 2» cuenta con un guion bastante completo en cuanto a sorpresas, siguiendo además una estructura que le debe mucho a algunos Bond o, por qué no, a ciertas entregas de Misión Imposible (no en vano Brad Bird ya dirigió una entrega de esa saga).
Aunque técnicamente el cine de animación parece haber avanzado poco en los últimos años, poco se puede reprochar a la puesta en escena de «Los Increíbles 2». Tanto su manera espectacular de presentar la acción como el tremendo diseño de personajes y lugares (ojo a la mansión a la que va a parar la familia) son dignos de reconocimiento. Solo la invención de dos personajes como Vacío y Reflujo ya son merecedores de aplauso por su originalidad y tratamiento.
No quiero obviar el grandioso trabajo de Michael Giacchino en la composición del score. La banda sonora es rica en matices en los que es apreciable la influencia de todo ese cine de espías, homenajeando especialmente a los años 50 y 60 en cuanto a melodías más o menos reconocibles.
No valoraré si esta secuela es superior al original, pero si diré que estamos ante una de las mejores películas de animación, si no la mejor, de cuantas hemos podido ver en los últimos años. El simple hecho de que la recomiende a los adultos antes que a los niños (que, como digo, es posible que se aburran durante la mayor parte de metraje) ya indica que la entidad e intención de «Los Increíbles 2» parece querer marcar un nuevo y exitoso camino para Pixar. No se la pierdan.