Entrada publicada originalmente en la desaparecida web Terror.Team
Enfrascado en un tremendo hype por el gran número de opiniones positivas que estaba despertando la película, y aprovechando su estreno en salas en nuestro país, acudí al tanatorio…perdón, al cine para visionar La autopsia de Jane Doe. Ir con muchas expectativas suele ser contraproducente, y una vez más se cumplió esta norma.
El director André Øvredal sorprendió allá por 2010 con Trollhunter (Trolljegeren, 2010), uno de los found footages más originales que se pueden ver y que incluso engendró pobres imitaciones como The Frankenstein Theory (Andrew Weiner, 2013). Aquí el noruego cambia de tercio y nos introduce en el claustrofóbico ambiente de una funeraria familiar al que llega un cadáver que no presenta ningún signo externo de violencia pese a haber sido encontrado enterrado en una casa donde se ha cometido un sangriento asesinato múltiple.
Aunque asistimos a un arranque ejemplar en el que Øvredal nos introduce a la perfección en una situación misteriosa, para mi gusto la película se queda un poco corta. Me explico. Creo que a todos nos dan miedo los cadáveres. Creo que a todos nos dan mal rollo las morgues. Creo que a todos nos puede causar repulsión el desarrollo de una autopsia. Todos estos mimbres, bien utilizados, podrían haber dado como resultado una película que realmente necesitara ambulancias en la puerta del cine. Pero la cosa se queda en una cinta de terror curiosa sin más, que cuenta con una aceptable e interesante primera mitad pero que termina desaprovechando los grandes elementos con los que cuenta.
Creo que una película que se desarrolla dentro de una sala de autopsias pide una atmósfera de creciente tensión que enerve al espectador. En parte lo consigue, pero en un grado muy inferior a lo esperado por un servidor. La inquietud que genera La autopsia de Jane Doe se limita a un par de momentos bien construidos que finalmente se ven lastrados por el típico y tópico susto fácil. Es cierto que no hay un gran abuso de ellos, pero haberlos haylos. Tal vez mi memoria me traicione ya que hace muchos años que la ví, pero guardo un recuerdo bastante más impactante de El vigilante nocturno (Ole Bornedal, 1994), película que también se desarrollaba en una morgue y que lograba desarrollar una atmósfera mucho más inquietante.
Lo peor de La autopsia de Jane Doe viene dado en su tramo final. En el momento de dar la puntilla, la película cae en lo convencional y apresura su desenlace en un rush final demasiado artificioso. Pese a ello, diré que el mcguffin, aunque arriesgado, no me disgusta. Al fin y al cabo estamos ante una película de género, ¿no?
En una película que transcurre en un espacio tan reducido encontramos un reparto formado esencialmente por el dúo padre-hijo interpretado por Emile Hirsch y el veterano Brian Cox. Curiosamente, estos dos personajes principales actúan como satélites orbitando alrededor de la verdadera presencia omnipresente de la película: el cuerpo sin vida de Jane Doe, situado en el centro del universo de la película como una auténtica enana blanca a punto de estallar y cuya fuerza gravitatoria amenaza con absorber todo lo que la rodea. Parece mentira que sea un cadáver el que robe la función, pero así es. Se lo debemos a la imponente presencia (en todos los sentidos) de la actriz y modelo Olwen Kelly.
En conclusión, me da un poco de rabia el tener que puntuar tan bajo a una cinta que podía haber sido una de las mayores sorpresas del pasado año. Puede que funcione bien para un sector de público que consuma terror ocasionalmente, pero para gente curtida en el género sabe a poco. Aunque lo intenta, para mi gusto La autopsia de Jane Doe se queda en el camino.