“A veces, la soledad puede hacerle cosas extrañas a la mente”.
El debut en la dirección de Nicolas Pesce se abre con una primera secuencia magnífica, que consigue varias cosas. Por un lado, establece el tono seco y frío, a ratos distante pero siempre perverso, por el que va a discurrir todo el filme, alternando el punto de vista entre el interior de un camión y un estremecedor plano cenital. Por otro, no se demora en presentar una mirada inquietante con la aparición de una chica en una carretera. Elementos ambos que viven en nuestra realidad pero que a través de la cámara de Pesce presentan un aire tangencial, inquietante, casi erróneo. Por último, estos primeros minutos nos regalan el tremendo empaque visual que va a marcar lo que vendrá después, con ese blanco y negro crudo e implacable. Así comienza la perturbadora, dura e incómoda The eyes of my mother.
Tal vez, como punto cuestionable, pueda achacarse la puntual utilización de banda sonora, a mi modo de ver totalmente prescindible como se demuestra durante casi todo el metraje. Pero más allá de ello, hay cierto componente hipnótico en la fotografía de la película, amplificado sin duda por la contenida y al mismo tiempo instintiva interpretación de Kika Magalhaes, la actriz protagonista.