Relato: K (José Manuel Mariscal)

por José Luis Pascual

La nave arribó a puerto tras atravesar la marisma ante la expectante visión del duque de Medina Sidonia y su séquito. Casi ninguno de ellos había visto jamás hombres como los que descenderían de aquel barco, con los ojos rasgados y la piel de color amarillo. Era algo complicado de imaginar.

Cuando los recién llegados empezaron a cruzar la pasarela en dirección a tierra firme, el primer pensamiento que tuvo el duque fue de decepción. El extravagante aspecto de los visitantes no era tal. Bien es cierto que llevaban ropas llamativas para lo que se estilaba en España y los ojos rasgados eran dignos de ver, pero la piel no era tan amarilla como decían las habladurías, no había gran diferencia con el tono de piel de los habitantes peninsulares.

Al frente de la expedición japonesa se encontraba Hasekura Tsunenaga, que con paso firme caminó hacia el duque, acompañado de un fraile. Cuando tuvo a su anfitrión frente a frente se hizo un instante de silencio. El duque realizó el ademán de estrechar la mano a Tsunenaga, pero este realizó una reverencia dejando al primero desconcertado. El fraile tuvo que aguantar la risa, mientras el duque imitaba visiblemente incómodo el gesto de su invitado. Tras este saludo inicial, se dirigió al fraile.

—Fray Luis Sotelo, supongo. Le vamos a necesitar como intérprete.

—En efecto, señor. El general Tsunenaga agradece su hospitalidad, y como muestra de ello su flota hace entrega de varios presentes.

Los miembros de la tripulación empezaron a sacar del barco alimentos y telas traídos de Japón que provocaron la curiosidad de los españoles.

El ir y venir de agasajos provocó cierta distracción, y un pequeño niño que allí se encontraba escapó de la vigilancia paterna y se coló en el barco japonés, bajando a la bodega de este, esperando encontrar inimaginables tesoros.

Caminando bajo la poca luz que allí entraba, unos extraños ruidos llamaron su atención desde un rincón de la estancia. Al acercarse y habituarse sus pupilas a la oscuridad, pudo ver varias jaulas con animales extraños, entre ellos un ciervo de hermoso pelaje y un mono de piel blanca con el morro rojo. Era el segundo mono que veía en su vida, ya que había visto otro junto a unos artistas ambulantes, si bien este era muy diferente.

En la tercera jaula, el animal era más extraño. Parecía una tortuga, pero mucho mayor de lo normal, prácticamente del tamaño del chico, y encima de la cabeza parecía llevar un cuenco lleno de agua. El animal se encontraba sentado en cuclillas en un rincón de la jaula, postura que le otorgaba una apariencia extrañamente humanoide, pero lo que más llamó la atención del niño fueron sus verdes ojos tristes. El animal miró hacia el niño y lanzó un gemido de súplica.

El chico sintió una inmensa pena por aquel extraño animal. Deseó poder ayudarle y, como si el ser le hubiera leído la mente, hizo un gesto que parecía señalar a su espalda. El niño se volvió y vio un juego de llaves encima de una mesa.

Pasados unos minutos, varios miembros de la tripulación japonesa bajaron a la bodega en busca de los últimos regalos, animales exóticos imposibles de encontrar en Europa. Horrorizados, descubrieron el cadáver destrozado del niño y una de las jaulas abierta.

Buscaron por todo el barco al animal huido pero les fue imposible encontrarlo. El kappa debía haberse lanzado al agua para escapar remontando el río.

El paso de los años hizo que este incidente quedara olvidado dentro de lo que supuso la visita a la Península de Hasekura Tsunenaga y su séquito. Solo algunos avistamientos por parte de habitantes de pueblos cercanos al curso del río Guadalquivir que nunca pasaron de la categoría de leyenda.

* * *

En una ocasión, un joven llamado Gustavo fue abordado por su hermano Valeriano, que entró en su habitación mostrando un alto grado de excitación.

—Gustavo, tienes que venir conmigo a el lago.

—¿Y por qué, si puede saberse?

—No has visto nada igual. Prefiero no contarte nada y que lo descubras por ti

mismo.

Movido por la curiosidad que su hermano había conseguido despertar en él,

Gustavo le acompañó al lago. Cuando estaban a punto de vislumbrarlo, Valeriano le solicitó silencio.

Miraron a través de las hojas de los árboles, y lo que vieron fascinó a Gustavo. En mitad del lago, una chica se bañaba desnuda, hermosa y pálida como una estatua de alabastro. Observó cómo la chica hacía caer el agua sobre los primeros pechos que el muchacho veía en su vida. Notó cómo su temperatura corporal subía y gotas de sudor empañaban su frente.

Mientras gozaba de la visión, escuchó un zumbido junto a su oído. Pensando que solo era una mosca, agitó la mano para ahuyentarla pero, al fijarse en el insecto que le sobrevolaba, se dio cuenta de que era una avispa. El sobresalto le llevó a gritar una exclamación y lanzar un manotazo más violento que golpeó las ramas que le rodeaban, haciendo más ruido del que pretendía. Valeriano chistó para mandarle que guardara silencio, pero lo hizo de manera tan expeditiva que también él quebró el silencio en demasía.

Volvieron de nuevo la vista hacia la muchacha y, con estupor, se dieron cuenta de que les había localizado y les miraba fijamente. Incluso a esa distancia, Gustavo pudo admirar sus ojos verdes. Unos ojos de mirada penetrante que dejarían anonadado a cualquiera y de los que se sintió incapaz de apartar la vista.

Ambos temieron una mala reacción de la chica al descubrirles, pero para su sorpresa, esta sonrió. Ambos hermanos se miraron y de nuevo dirigieron sus ojos a la sonriente muchacha de ojos verdes que, con gran atrevimiento, hizo un gesto con su mano invitándoles a acompañarla.

Gustavo, tan obnubilado por el cuerpo femenino unos instantes antes, ni siquiera notaba en ese instante que el objeto de su deseo asomaba sobre la superficie del agua hasta los muslos, mostrando todo aquello que siempre había deseado ver en una mujer. Solo podía mirar sus ojos verdes. Unos ojos que le llamaban.

De repente, otro cuerpo apareció en el lago y tapó su visión. Valeriano se había desnudado con sorprendente rapidez y se había metido en el agua. Se dirigía hacia la muchacha sin vacilación, bloqueando la visión de esta que tenía Gustavo. El hermano menor sintió como si despertara en ese instante y, dejando vencer a sus ansias púberes, empezó a desnudarse también para meterse en el agua. Ya no miraba a la chica pero la visión de sus ojos verdes estaba incrustada en su cerebro. Quería verlos a la menor distancia posible.

Cuando apenas le faltaba quitarse los calzones, oyó un gemido y levantó la cabeza. El sonido había sido emitido por Valeriano, que había sido agarrado del cuello por la chica y tenía los ojos en blanco, como hipnotizado, fuera de sí.

Gustavo quedó petrificado. La grácil muchacha sujetaba a su hermano y le miraba a él. Los ojos verdes se clavaban en el fondo de su cráneo provocándole atracción y excitación, pero también miedo.

Decidió cerrar los ojos.

En la oscuridad, solo podía escuchar. Y escuchó de nuevo gemir a su hermano. Un gemido de dolor, no de placer.

Algo terrible estaba sucediendo.

Abrió los ojos de nuevo. Y entonces, vio la realidad.

No era una muchacha lo que estrangulaba a su hermano hasta el punto de hacer

su cuello sangrar, sino un horrible ser similar a una tortuga gigante. Relacionó la grotesca visión con la erección presente en sus ya algo mojados calzones y sintió ganas de vomitar.

Casi sin pensar, tomó piedras del suelo y empezó a lanzarlas con la mayor violencia de la que fue capaz hacia aquel ser. La fortuna le acompañó y un par de ellas impactaron en su cabeza, provocando que chillara de dolor y liberara involuntariamente a Valeriano.

El monstruo quedó en pie en el lago mirando fijamente a Gustavo con sus ojos verdes. Los ojos verdes que instantes antes le provocaron pulsiones casi irrefrenables, ahora le revolvían las tripas.

El monstruo se metió de nuevo en el agua y huyó. Gustavo entró en el lago y ayudó a volver a la orilla a un desorientado Valeriano, al que ayudó a volver a vestirse mientras preguntaba a su hermano.

—¿Qué era?

Gustavo guardó silencio. Nunca llegó a saber qué era aquello. Tal vez un demonio que quisiera llevar sus almas al infierno. Un escalofrío recorrió su espalda. Deseó con todas sus fuerzas que la experiencia se borrara de su mente. Pero en el fondo sabía que jamás olvidaría aquellos ojos verdes.

José Manuel Mariscal

Natural de Sevilla. Ha publicado relatos en antologías como Tiempo de relatos VII (Booket, 2010), 80 Microrrelatos más (Mundopalabras, 2013) y en múltiples revistas on line. Finalista del Premio Booket para Jóvenes Talentos en el año 2010 y del Certamen de Relatos de Terror La Mano Fest en 2014. En 2014 publica con la efímera Editorial Valinor una novela de título Todopoderoso. En 2016 Triskel Ediciones publica su segunda novela, titulada Tempo. Dicha novela fue finalista del Premio Tristana de Literatura Fantástica.

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