Ritual Román 52: TRABAJAR ES FANTÁSTICO

por Román Sanz Mouta

Título: Trabajar es fantástico

Autor: Varios autores

Editorial: 2Cabezas

Nº páginas: 196

Género: Antología de terror

Precio: 11€ / 1€ (digital)

La tortura cotidiana aniquila el espíritu. Precariedad, discriminación y acoso. Supervivencia, explotación y asco. ¿Qué puede dar más miedo?
Nos asomamos al oscuro abismo de la necesidad en nueve relatos de terror fantástico: Mad doctors, fantasmas y mafiosos, violencia y desidia, oscuras conspiraciones, rutina enferma, competitividad y sangre. Mucha sangre en las manos de nuestr@s compañer@s de vestuario:

María Larralde, David G. Panadero, Amparo Montejano, Elena Romea, Elmer Ruddenskjrik, María Belén Montoro, Raúl Contreras Álvarez, H.M. Crespo, Jose Rodriguez Montejano, Pedro P. González y Rubén Íñiguez Pérez.

Y a ti ¿Te gusta tu trabajo?

CRÓNICA DESDE EL INEM DEL SOFÁ

Me enfrento hoy a uno de los primeros lanzamientos de la transgresiva editorial 2Cabezas. Y lo hago con ganas y sin saber qué esperar, aunque me suene el nombre de alguno de los autores de la antología. Sobre trabajar, y dentro del género de terror, pues ¿no es el trabajo el peor de todos los horrores? Encadenados a un puesto, a un horario, a un(a) jefe (dictador), a una rutina perpetua desde que naces a la madurez hasta que te jubilas mustio para no disfrutar de ocaso ninguno. Por no hablar de la ambición y el egoísmo que generan para estar por encima, por delante, cobrar más, mandar más, aparentar más, pisotear en tu imparable ascenso a la cima del abismo; mal endémico de nuestro tiempo. Un cuadro espeluznante (y sé yo sobre lo que hablo, pues siempre escapé del mismo). Si eso lo dejas en manos de escritoras y escritores que sabrán buscarle las vueltas, el lado tenebroso (más aún) promete verdaderas maldades que van a doler. Así que desmenucemos los textos uno por uno,

  • Fuerzas ocultas, por David G. Panadero: es el crudo testimonio de la historia de una generación caída, derrengada, baldía. Por mucho que hicieren y más que lucharon. Y te lo cuenta a ti, lector, en esa segunda persona intrusiva, agresiva, para que recuerdes, para que te castigues, sobre todo si fuiste uno de tantos, uno de nosotros. O para que aprendas, si crees que los tiempos no se repiten. El trabajo te ahoga, has abandonado la ambición, las ansias de revolución. Si esto no es terror… Pero el giro sorprendente al final lo confirma; el pasado vuelve a ti, te reclama, para confluir con este presente interminable, agostado, de hastío. No existe esperanza. Terrible.

  • ¡Compre usted un Radio-Sombrero-Marciana!, de Amparo Montejano y José R. Montejano: se inicia el texto y me recuerda a The Green Mile (saludos, Rey), y su cándido personaje protagonista. Pero tiene mucho más; las dos visiones, el empleado (esclavo) abusado, acorde para la época del relato y también para la actual, aunque esté denostado el término, y el empleador, inventor loco en busca de sujetos de prueba y luego de clientes. En un juego de identidades por ver quién sobrevive al duelo de mentes a través de una revolucionaria máquina. Cuento complejo que exige, pero que ofrece lo mismo y más que cuanto demanda.

  • Somos legión, de Elmer Ruddenskjrik: el trabajo nos convierte en autómatas, en monstruos, al no poder desahogar nuestras vergüenzas, nuestras frustraciones. Siempre en el eslabón inferior. Por eso buscamos al todavía más débil. Que no pueda quejarse igual que no nos quejamos nosotros. Que no pueda presentar pruebas de nuestros desprecios para así convertimos en despreciables pusilánimes; animales que solo buscan hacer daño para quitarse el mismo daño de encima. Eso le pasa al protagonista con una señora quien, ya desde el principio, se intuye que no es del todo normal. Cruel. Los relatos también enfadan, afectan, y no terminan como quieres.

  • El ecógrafo, por Elena Romea: la confluencia de una serie de personajes, cada uno con sus problemas y preocupaciones, en un hospital del que muchos son integrantes, y la aparición de unas pastillas lisérgicas ingeridas por accidente, provocan unas consecuencias en cadena insondables, a través de la casualidad y la coincidencia del destino. Porque hablamos de sondear en su más truculento sentido. Tal es así, que ese lance final se nos torna carmesí para nuestro gusto y regusto. Tremebundo el relato, muy sentido, y mejor esbozados sus personajes.

  • La, lará, larito, limpio tu casita, de María Larralde: el nuevo trabajo de una limpiadora de hogar en paro, una labor no tan valorada como se debiere, cambia por completo cuando acepta el empleo por parte de un artista excéntrico; un escultor que habita en una casa llena de extrañas efigies monstruosas, quiméricas, prácticamente vivas y de ojos pululantes. Las demandas en acoso del empleador cada vez son mayores para que se quede, para implicarla y sacar de ella su verdadera esencia, también en forma esculpida. El conflicto de la protagonista no es poco, y el viaje hacia el horror queda garantizado. Te hará estremecer este relato lovecraftiano al modo Pickman.

  • Por favor, por Raúl Contreras Álvarez: un hombre, con su vida laboral cambiante y relajadamente controlada, entra casi por casualidad al servicio del candidato a gobernador, con la suerte de ser este último elegido al cargo. Y el protagonista acaba puesto en nómina tras alguna condición draconiana. Pero esas labores menores de chofer pronto pasan a mano turbia, descendiendo a un pozo, con elementos de sugestión, del que probablemente no podrá salir. Inquietante por lo realista dentro de lo perverso, y por cómo se puede manipular a la gente de buenos pensamientos e intenciones. Nada es lo que parece.

  • La segunda vida de Szilveszter Matuska, de Pedro P. González: este relato, pese a su brevedad, es un tres en uno. Por un lado, narra la infatigable, solitaria e ingrata labor de un camionero, obligado a atravesar kilómetros infinitos por terrenos ignotos de nieve y desolación; peregrinando sin pausa ni más humanidad que la suya, lo que le lleva al desastre. A esa historia se une el miedo y responsabilidad por la carga que porta, y la importancia del cadáver que transporta y su legado. A lo que también se suma la ensoñación onírica, la sugestión, la promesa del velo que puede llevarte al otro lado, sustraerte. Una gran composición.

  • La carnicera de Vallecas, por María Belén Montoro: Sofía, abogada reciente, transita por el poco distópico mundo del paro, sin que se tengan en cuanta sus altos méritos académicos, y casi obligada a aceptar cualquier tipo de empleo para subsistir. El consejo de su madre, delegado por una amiga, la sitúa ante una oportunidad increíble. Y se ve al frente de una empresa desconocida, de la que no se informa más que por sutilezas acerca de sus objetivos y propósito. Allí se acostumbra al buen vivir. A partir de ahí, la verdad se abre camino de forma terrorífica porque, cuando algo te parece demasiado bueno, desconfía y corre. Pero si aceptas, renuncia a hacer preguntas durante el resto del camino. Brillante propuesta.

  • Algo rutinario, por H.M. Crespo: un sicario nos cuenta su experiencia en primera persona desde sus inicios, y las sensaciones otorgando primera muerte, hasta esta misión que anuncia como su retiro, lo que nos pone en alerta a sabiendas que saldrá mal. Y así ocurre, acaban accidentados en un bosque helado, cargando con víctimas por enterrar, y enfrentando a una criatura atávica salida de las pesadillas y que gusta de robar la cordura. Esta creación que homenajea a una criatura mítica del terror, de mis favoritas, nos ofrece escenas y visuales desgarradoras, en todo aspecto y sentido.

En conclusión, tenemos una colección que pasa el testeo con nota alta, pues todos los relatos son capaces de situarte, no solo en las profesiones escogidas por cada autor o autora, sino también en la psique y situación de cada personaje, aunque quizá me falte algo más de miseria y desesperación implícitas, que también existe. Comentar que un par de textos pueden pecar, escasos, de reiteraciones, quizá intencionadas o de estilo. Pero el nivel de los escritos es alto, por lo cual se garantiza la calidad de esta compilación que incide en el lado oscuro de trabajar (abusos, precariedad, sacrificios, renuncias, vejaciones…), si es que trabajar en sí mismo no es el lado oscuro.

Temed, amigos y amigas, temed al empleo tanto como teméis su ausencia.

Pd: decidido, tengo que jubilarme cuanto antes. Ya, a ser posible…

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