Título: El jardín del tallador de huesos
Autor: Sarah Read
Editorial: Dilatando Mentes
Nº páginas: 272
Género: Terror espectral e insectoide
Precio: 18,95€
Se ha escapado. Eso es lo que dicen cada vez que uno de los amigos de Charley Winslow desaparece del colegio Old Cross.
Son solo habladurías. Eso es lo que le dicen a Charley cuando ve la figura gris andrajosa de huesos retorcidos acechando los pasillos de la abadía por la noche.
Charley perseguirá la verdad que se esconde tras el oscuro secreto que encierra la abadía, deambulando por sus túneles oscuros, rastreando sus pasajes abandonados y escarbando en la costra del legado de locura y muerte de una familia.
CRÓNICA DESDE EL ALA ABANDONADA DE LA ABADÍA
Viajamos rápidos de verbo hoy, como la obra tratada. Apetece. Un niño mitad huérfano viene solo desde la guerra desértica al otro lado del mundo, enviado por su padre guerrero hasta la escuela masculina Old Cross, en North Yorkshire, en el año de nuestro señor 1926. Llega con sus penas y su colección de insectos, vivos y muertos, para pronto chocar contra la filosofía antediluviana tallada en piedra de dicha escuela, y con el estatus de sus compañeros dictadores, pese a la indiferencia que les muestra. Lo que consigue sacarle de su mundo interno es la desaparición de su único protoamigo, Ethan Bowles, por lo que se decide a averiguar si la siniestra figura que recorre la institución cada noche es responsable, y si el ala abandonada y llena de truculentas leyendas esconde las respuestas que necesita.
Sobre los personajes, ya el bagaje del joven protagonista, Charlie, acumula una experiencia a su tierna edad que muchos de nosotros, entrados y entradas en la madurez (no te estoy llamando viejo, lector(a), me pongo como ejemplo) no podríamos sumar durante vidas. Pues son esas vivencias, y los traumas sufridos, los que hacen que vea el centro educativo (casi entre comillas) como algo pequeño, opresivo, claustrofóbico, y que no le produzca miedo en comparación (hablaremos de este no miedo más adelante). Y son sus camaradas quienes le aportan contexto, tanto el ausente, ese joven rellenito de manos desgastadas y uñas rotas por su afición a coleccionar piedras que busca y excava con ahínco, un faro en el objetivo de Charlie, como Sam, el jardinero degollado, quien parece una fuente inagotable de confianza y colaboración, e incluso de consuelo, pero que no dudamos esconde algo. Además, la mayoría de escenas de la novela, esos encuentros y desencuentros del niño (o la inminencia evitada de los mismos), generan una tensión terrible, tremenda, como uno de los signos más destacables del texto. A ellos se une la enfermera jefe, Grace, siempre presente como una especie de nexo entre la supuesta maldad (todo es supuesto hasta que se demuestre lo contrario) y la gelidez del profesorado, y la candidez cruel de los alumnos, niños al fin y al cabo. Y, por supuesto, el almacén humano de todos esos secretos; el director Byrne, tan furibundo como acongojado, por un motivo que nos será relevado a lo largo de la novela.
La atmósfera viene marcada por dos constantes: la destreza narrativa y sus descripciones de lo nefasto a bisturí, a las que me rindo, junto con la sensación de vivir la novela a través de los ojos de Charlie como en un juego Shooter en primera persona, que se aceleran para los trances de acción, múltiples, cual pasaje de la bruja. Esto hace que su ritmo de lectura sea trepidante.
Y un concepto, que sirve tanto de atmósfera como de ambiente, aparte de ese colegio-abadía-castillo con su parte abandonada, derruida y fantasmal perfectamente esbozada, y sus habitaciones organizadas como celdas de panal abeja, ya sea en el lado habitado como en su reverso replicado y tenebroso, son los insectos de Charlie. El conocimiento de los mismos. Sus nombres científicos. La fobia y susto que provocan al resto. El cariño que deposita en sus amigos invertebrados. Cómo los estudia y compara sus jerarquías, sus idiosincrasias, sus principios y comportamientos, con el de los humanos. Pues se siente más acompañado por su inefable simplicidad. Y debido a ello los atesora, vivos y muertos. Y debido a ello, le apoyan.
Por otro lado, se siente la escuela como un organismo viviente, con sus latidos y sus pliegues, solo que una parte es esqueleto, pues se extinguió hace tiempo y solo ha dejado restos de podredumbre y ecos del pasado intentando volver al presente, y siendo escondite de vida desechada. El otro reverso es orgánico, pulsa y se remueve, crece y germina revoltoso, lleno de travesuras aplacadas por los regios maestros, dirigentes del aprendizaje para coartar la creatividad, la independencia, la improvisación, no tan diferente del pensamiento educativo de hoy.
Y la trama es el conjunto de lo anteriormente expuesto, una investigación infantil donde se desvelan, capa a capa, enigmas del pasado, identidades, emociones y sentimientos junto con los rencores, resolviendo además las incontables desapariciones infantiles en esa abadía transformada y trastornada. Quedaos con la máxima que tienen todo y cada uno de los personajes: formar o ser parte de una familia.
No es todo, retomamos un elemento antes comentado, y es que Charlie parece no sentir miedo, y casi ni curiosidad, ante los eventos que se suceden, como si sus incursiones fueren inevitables, consecuencias lógicas de su proceso de pensamiento; intrusiones y allanamientos cual forma natural de su proceder. Sin embargo, luego lo expones en contraposición a las reacciones de sus malos adláteres de clase y cuarto, padeciendo sensaciones de temor, cobardía e inseguridad, y ves la relevancia del valor inconsciente del crío. Porque se lleva sustos, o sobresaltos, pero empíricamente no tiene miedo. No es capaz.
Hay una escena que me ha estremecido especialmente, que he notado a piel en flor; la vivencia en la retirada del yeso para descubrir si se está curando su brazo. Es vívida, lo sientes en tu carne y huesos de repente también rotos, te provoca un escalofrío esa visual por asalto. Es de un realismo palpitante. Además, como buen samaritano, nos hurta y oculta las consecuencias que en realidad no nos ha ocultado, para que la mente elija si saber o no saber.
Llega un punto en que la perturbación empieza a subir de manera progresiva y acelerada, lo que también se nota en la duración de los capítulos y fragmentos de los mismos, fugaces. A partir de ese momento, sobre el episodio ocho, te haces una pregunta más que inquietante; ¿será posible qué…? Y la sola probabilidad te arrincona en susto (ya me lo contarás, lector). Porque ese desenlace es un caustico y caótico laberinto de sucesos, de revelaciones, de apariciones macabras, descubrimientos horribles, movimientos en ráfaga de perseguidores y perseguidos por esa zona abandonada y fantasmal que guarda tanto a vivos como a espectros, y revela sus secretos cuando y a quien quiere (reconozco haberme perdido en alguna de las frenéticas carreras laberínticas, teniendo que repetir la lectura para orientarme). Y, sobre todo, no necesita de héroes. Mucho es conseguir sobrevivir. Pero el proceso de maduración de Charlie, ya adulto en comparación con los infantiles adultos que le rodean, miserables y pusilánimes, le demanda más. Y no puede resistirse a su condición idiosincrásica, siendo su verdadera hazaña el resolver quién está de su lado y quién contra él, con el suspense mantenido en vilo hasta el final, intentando manipular la mente de ese niño, de ese colector de insectos, tirando más fuerte del hilo de sus convicciones y de su confianza, de su cordura, desde dos bandos; ella y él (no, no hay spoiler).
Pues creo que no me dejo nada; un pequeño investigador enfrentando un misterio, un entorno insano, unos secundarios que podrían ser todos villanos y que se desdoblan, una trama suculenta, una prosa envolvente, ¿fantasmas?… Perteneciendo su fecha de publicación al último mes del muy recordado 2020, ya se convierte en una de mis lecturas predilectas del 2021, a la que no será fácil desbancar de este pedestal, pues el compendio de géneros, llevado al terror clásico y auspiciado por este crío infatigable, quedarán en tu memoria. Una apuesta segura.
Pd: nótese mi simpatía por Charlie, yo también fui un niño rarito, no solo por la afición a los arácnidos. Y las rarezas son un vicio que mantengo de adulto.
Román Sanz Mouta
Redactor
2 comentarios
Parece que dilatando mentes siempre acierta!!!
Con la línea editorial que siguen con sus lanzamientos de terror, horror y similares, y la apuesta por autores incipientes del otro lado del charco, a mi me tienen ganado.
Es una literatura muy concreta que aquí cuesta encontrar, y sobre todo, publicar.