Título: Filos
Autor: Rocío Tizón
Editorial: Atlantis
Nº de páginas: 163
Género: Relatos inquietantes
Precio: 12,95€ / 3,99€ (digital)
En las lecturas pías le habían hablado del infierno, pero ella no creía que fuera mucho peor que eso. Comprendió que el amor es como si te abrieran en canal, te desgarraran y luego pusieran ganchos oxidados en los bordes de la herida, para luego tirar y abrirla más y más hasta que la carne no diera más de sí. Y entonces echaran sal y vinagre.
«Cada reunión tiene sus fantasmas». Filos es la reunión a la que Rocío Tizón nos invita, y por supuesto está plagada de fantasmas. Y otras cosas. Asistimos aquí a un desfile de más de una veintena de relatos breves que configuran un mapa de desolación interior, inquietud vertebral y animadversión ante una existencia plana. Textos que nos saludan y se marchan, dejando una impronta más o menos perdurable. Fantasmas, espectros de consistencia líquida y forma variable que a veces, sin que nos demos cuenta, nos miran fijamente con inescrutables intenciones.
Esta colección de cuentos que bordean el terror se divide en tres tramos, denominados Hermoso vacío, Heridas y Filos. Como sucede irremediablemente en casi todas las antologías, su impacto va a depender mucho del tipo de lector que la enfrente, pero lo que es indudable es que todo el mundo encontrará un puñado de textos que le golpeen con la suficiente fuerza como para derrumbarle.
Parejas que empiezan a convivir en una casa, viajes en ambulancia hacia un final incierto o un duro adiós son algunas de las historias incluidas en Hermoso vacío. A destacar la sensación de hormigueo en el estómago que provoca No dejes el colegio, con su remembranza a los tiempos estudiantiles, y sobre todo Despedida, uno de mis cuentos favoritos de todo el volumen en el que, a través de los ojos de un niño, se sugiere una enorme desesperanza y ciertos secretos que sería mejor no conocer. Tampoco son desdeñables las cucarachas de El último viaje.
Pequeñas pero profundas son las Heridas del segundo tramo. Todos somos humanos te plantea, a ti, un difícil dilema: la sonrisa de un anciano tiene dos caras, y una de ellas es terrible. Léelo y dime, ¿qué harías tú?
También cala hondo el incesante aguacero de La estación de las lluvias. Un castigo divino —o demoníaco— que lo inunda todo. ¿Qué hacer cuando no deja de llover y el mundo se empapa? No se puede filtrar tanta agua. No se puede filtrar tanto dolor.
Y qué decir de los Trece pasos que separan al hombre de su ciudad perfecta, aquella que resulta inalcanzable en su belleza y hospitalidad. Este cuento recorre esos trece pasos, y después otros trece para insertarse en lo fantástico, con una estatua humana que espera un abrazo y un beso para… bueno, has de leer el relato para saberlo.
La gente normal se encarna en charco todas las noches y destruye sus emblemas.
Cortantes son los Filos del tercer y último segmento. Filos como Sinfonía de locura, modernización del típico cuento clásico de objeto maldito, destilando cierta sensación de angustia decimonónica. Aquí, el elemento torturador es una simple flauta, y su sonido, una maldición.
Cuando todo es lo que parece, toca recurrir a los mitos. A los héroes de antaño busca una redención, un consuelo, un remo para sustituir a Caronte. Es una elegía evocadora que se separa del resto de relatos para conformar una sugerente bocanada de aire fresco.
Perturban las Cosas de niños: aquí la autora se toma su tiempo y versiona, a su manera, la historia del flautista de Hamelin, aquí metamorfoseado en un heladero de sonrisa eterna. El cuento inquieta, es perverso y satisfactorio, te mastica hasta el final. Quizá ese final se parece mucho en estructura al de otros muchos cuentos de esta antología, fluyendo con demasiada rapidez y precipitándose en su golpe de gracia.
También atisbamos El rincón de las bestias. ¡Ay, la ambigüedad de los terrores infantiles, ay, el monstruo que mora en el armario! Inquietante y aterrador, por una vez los monstruos son reales y te obligan a encender la luz, aunque ni por esas se marchan. Qué buen relato.
Corto, seco y contundente, Efectos secundarios te atiza con un error monumental que descubre el peor de los horrores. Muy buen tono de personaje y narrador, y totalmente inmersivo. La taxidermia da mucho juego.
Ojo a Guardianes de pasaportes, una maravillosa elegía al purgatorio, al caminar espectral de los que ya no importan a nadie. Desarrapados, olvidados, expulsados, espectros, muertos. La guerra y lo inevitable les acompañan de la mano, pintando un mapa poco alentador que no termina nunca.
Y mi favorito de entre todos ellos, A menos que yo sea el frío: relato redondo, punzante, perfecto. Toda una vida descrita en un cuento, tal y como debe hacerse. Momentos relevantes, objetos que simbolizan el frío de la existencia, y el monstruo, un monstruo entrañable pero aterrador.
Hay más, muchos más, pero esos son los fantasmas que quiero que me acompañen. Rocío Tizón alberga un imaginario potente, variado y provocativo, que cubre mucho terreno en su desplazamiento. Muchos de sus cuentos te piden más, pues terminan de golpe y tú necesitas saber, constatar, asimiliar. Pero ahí también radica su virtud. Otros cuentos son heridas cerradas, cicatrizadas, que de pronto se abren para revelar la rojez de su dolor y empujarte al abismo. Pero todos tienen algo, un alma, un sentido, una velocidad. Historias que caminan asomándose al precipicio sin fondo, arrastrándote con ellos hacia un destino desconocido. Siempre al filo.
José Luis Pascual
Administrador