Título: Para comerte mejor
Autor: Giovanna Rivero
Editorial: Aristas Martínez
Nº páginas: 192
Género: Relatos de terror, ciencia ficción y fantasía oscura y suciorrealista
Precio: 20€
«Ajena a la tentación del exotismo y el costumbrismo, pero escarbando en un pasado ancestral, en esos rincones de la imaginación latinoamericana donde la escisión ilustrada entre naturaleza y cultura aún no ha sucedido, así es como la obra de Giovanna Rivero comulga con el imaginario de la tradición fantástica sin atarse a los clichés de los géneros y con un innovador espectro estilístico, explorando como una avezada patinadora una violencia atávica que se deja ver en el fondo de un lago congelado: el cadáver del realismo flotando bajo una fina capa de hielo, hurgando entre las arrugas y las grietas inestables de esa experiencia consensuada que llamamos realidad.»
Ana Llurba
RITUAL
Asistimos, en esta antología de relatos, a una nueva muestra de los horrores cotidianos mezclados con elementos fantásticos, perturbadores, sobrenaturales, góticos o futuristas. Una mirada que se hunde en la podredumbre y que demuestra la renovación que está sufriendo la literatura sudamericana por las voces de una destacada serie de autoras (como por ejemplo Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero…). Ellas crean y recrean escenas cotidianas de duda, de sufrimiento, por regla general en entornos desfavorecidos. Y les otorgan su toque de oscuridad, esa posibilidad improbable, esa alteridad que todo lo cambia. Manejan con maestría mixturas de terror, fantasía oscura, ciencia ficción o realismo extremo. Con predominio, aquí de forma cuasi absoluta, para con el uso de la primera persona. Porque cada texto tiene que sentirse, doler, llegar al tuétano, hacernos conscientes de nuestra responsabilidad como seres humanos, como espectadores inermes. La intensidad del estilo se contagia, y es complicado no dejarse llevar por la misma. Vamos, tú y yo, a despiezar cada texto:
De tu misma especie: un testimonio dedicado a un hombre muerto, un artista amargado. Solo que ese hombre ha vuelto, retornado. Quizá como una cáscara, algo que pueda resultar normal gracias a la medicina, a una extraña combinación y efecto. Ese testimonio es desgarrador, pues nos muestra, desde el verbo de ella, desde el sufrimiento de ella por la ausencia y presencia, la obsesión que tiene todo escritor(a); esa pasión que necesita contagiar y que nadie entiende. El talento sumergido. El fracaso. Y no solo cómo ese fracaso le afecta a él mismo, sino cómo llega a intoxicar a los demás. Un testimonio. Un cuerpo hueco. ¿Dónde queda la mente? ¿¿Y las emociones? Narración inquietante y angustiosa para comenzar la antología, una seña de identidad, preparación para lo que sigue. De quilates. Todavía pienso en ello; en cómo todo puede acabar siendo relativamente normal, naturalizándose, cuando el mundo da la vuelta.
Humo: Piri, una cría dependiente de la abuela, nos cuenta la historia de sus negocios, de la hacedora de tripas, del registrador. Cómo contratan a un chaval todo eficiencia que luego desaparece cual humo, convertido en leyenda para la niña. Quien crece, temiendo al mal que asola a su hermano, temiendo el mismo mal que su abuela teme para ella. Y Piri, ese muchacho extraviado, antes destripador y ahora cuentacuentos, retorna cuando la abuela muere. Cuando su abuelo no puede más. Entonces asistiremos a una revelación. Un cuento realmente oscuro, con cicatrices, sobre la inevitabilidad, y que funciona a pesar nuestro.
La piedra y la flauta: un flautista, no de Hamelin, pero sí asociado a las ratas. Un flautista de la desesperación, amo en el mundo subterráneo. Una zampoña improvisada para avisar a los suyos de la llegada de los otros; nosotros. Porque en el inframundo viven (sufren) tantos que no vemos ni entendemos que debiera avergonzarnos, dentro de esta historia a dos tiempos en la que el presente es consecuencia del pasado y el pasado da sentido al presente, por terrible que sea. Porque esa caramilla curó a la protagonista en su niñez y la llenó de recuerdos que vuelven. Crudo, magnifico, lleno de detalles que luego nos explotan en la cabeza para componer el cuadro al completo. Orígenes y consecuencias. Quizá la aproximación más fantástica de la antología en el modo clásico, aunque con recodos por donde nadie querría transitar. Al final, uno siempre retorna a sus obsesiones.
Los dos nombres de Saulo: un hermano frágil e internado. Su hermana acude a verle, recordando aquello que les enseñó su padre; el quebranto de las religiones, sobre todo de la católica (cada fe, un gusto, un color, un sabor). De nuevo vemos el pasado que ha provocado este ahora, con el miedo de la hermana a que los secretos de su padre hayan crecido, se hayan desbordado, y vengan a reclamar parte de su precio. Breve, directo, tremebundo.
Kè Fènwa: una maestra y un restavek (pronto sabremos qué y quién es cada cual, qué tienen dentro, con qué están hechos, por qué viven y el tipo de vida que les sostiene) escapan de una cacería. Y no solo escapan. Aprendemos sus costumbres, sus pasados, cómo comparten y se vinculan, incluso sin desearlo. Pero hay algo más tras el telón. Muchos porqués. Que aumentan la intriga a medida que avanza el texto y ellos se fugan hacia adelante recordando. Buscando. Si añadimos un toque de vudú, el relato enrevesado, obtuso por momentos, transmite a la perfección la opresión de esa cacería y el ansía pura; el hambre descarnada que sobrevuela el texto. Intenso. Atractivo. Mucho más al concluirlo que en durante el deguste, cuando hace poso.
Yucu: un eterno joven, un ser inmortal (quizá vampiro, quizá no, pongámosle el nombre cualesquiera) tiene que rendir cuentas que sabía probables ante un cura fanático. Extranjeros en tierra extraña que les acepta en desigual. Pero no va a claudicar, como no lo hará el fanatismo, que quiere sangre para compensar la sangre de las víctimas, sea o no sea por su mano. Y aquí comienza el baile de este protagonista capaz de soñar siglos (¡vaya expresión!). Su relación con la meserita ya muerta da pie a la historia de su pasado (siempre el inevitable viaje pasado-presente contado a ráfagas fugaces para situarnos en contexto). Y, de nuevo, el hambre (otra constante en esta colección, como bien avisa su título), todo tipo de hambre. Con la pregunta de fondo: ¿cuál es el vínculo con Marte? Un relato amparado en los monstruos clásicos sumando una nueva definición, y situado en un mundo casi perdido (y poco romántico) donde todavía se consienten turbas. De mis favoritos.
Pasó como un espíritu: Ana y Ramón buscando un referente, como bien nos cuenta ella, a base de sus diálogos y sus discusiones. Siempre en pos de sacarse y tirarse las verdades. Los conocemos en este viaje de celos y esperanza, cocaína, mosquitos, eternidad. Con ello avanza recordando cada vez menos, con discusiones de amigos, hacia un destino que puede ser que no compartan. Porque ella es ofrenda para concebir, una decisión de connotaciones apocalípticas (tremendo giro) e incognoscibles para una mente humana tan pequeña. Y ella lo deja atrás para aprender sobre la comprensión; la tierra puede no ser su amiga y el destino no estar de su lado. Curioso compendio que nos lleva de cabeza, no falto de ese estilo, y con otra marca, a los cuentos cerrados a guillotina (de un final abierto a medias, a completar por la lectora).
Regreso: una ciencia ficción etérea, atemporal en retorno a Bolivia, de reencuentro entre mujer y hombre que antes estaban en posiciones similares, y ahora ella la mira desde abajo queriendo conseguir algo (muy relacionado con la ofrenda de anteriores relatos). Su hijo. De quinientos años hablan. Así es el reloj de ese postmundo apocalíptico que ofrece una narración dulce (todo lo posible aquí, al menos). Siempre que no pensemos en el virus que sobrevuela, en quién está vacunado y quién no, en los controles para por ello; de ahí brotan las preguntas (¿os suena?). Pero también es una pequeña historia de espías que de pronto se hallan en cuenta atrás insoportable. Este relato es un cuchillo sobre la piel (ese mundo que describe no me gusta, no lo quiero para mí, pero es bueno conocerlo de antemano), continuación y consecuencia de Pasó como un espíritu. Piensa: ¿qué no haría una madre?
El Hombre de la Pierna: una pareja escapa desde Bolivia a Nueva York en busca de su postrera oportunidad para concebir, ser padres tras ciento fracasos, costosos, en dinero, afecto, sensaciones, el cuerpo de ella. Un viaje en tren de entrada (mi debilidad) analizado como un organismo vivo. Y el hombre de la pierna gangrenada, un músico, un místico que abre una puerta a la esperanza en la ciudad que nunca duerme. Aunque la esperanza suele chocar contra la cruda realidad. Porque la maternidad (y paternidad) puede ser una obsesión, con o sin descendencia. Lo veremos mientras el cuento cambia sin cambiar en torno a la relación de ella con el hombre de una sola pierna, otra nueva obsesión que no sustituye a la antigua y primordial. Está en una misión, no solo de parir, sino relacionado con el mismo acto. Me ha subyugado esta historia. Tiene algo poderoso, quizá surrealista.
En el bosque: una madre y una hija nos son presentadas en tercera persona (el primer texto de tales características), aunque por momentos dudemos del parentesco. La madre, castrada por sus miedos y lo sufrido en la infancia, traslada los mismos a su hija, en la que también le gustaría convertirse para disponer de una nueva oportunidad de vida; esta progenitora influenciada por el misticismo japonés. Y su pequeña inocente y curiosa, queriendo ser niña, acudir al colegio. Un duelo de cada día donde aguantamos la respiración conocedores que algo va a ocurrir (algo malo); la tendencia anterior avisa. Después, la historia te aplasta. Porque ese temor a la violencia y a repetir errores conlleva cometer nuevos errores. Y nunca sabremos la verdad sobre lo que hubiera pasado. Gran y pequeño cuento de alteración lesiva.
Albúmina: de nuevo en tercera persona se nos muestra el retorno de unos cosmonautas a la tierra cambiada. El encuentro de uno de los hombres con su Moira, enigmática, atemporal y a la vez que transformada, como lo han sido ellos tras esa época en el silencio del espacio profundo, en una caja de metal, sin intimidad, y sin tampoco amigos, recorriendo el cosmos. La gente ha cambiado. Moria ha cambiado. Y ahora deben acoplarse ella y él, adaptarse, lo que supone el núcleo y esencia del relato. ¿Qué pasa cuando vuelves de la paz y el vacío del universo, incluso compartido? ¿Qué sientes cuando cambian los espacios, cuando la claustrofobia puede ser inversa? Aquí tenemos algunas respuestas, lo que pasó arriba, lo que pasó abajo, y lo que todo ello provoca. Con un guiño muy amable para Hillary, quien, por fin, y en este espacio-tiempo, es presidenta. Este cuento de ciencia ficción filosófica cierra la colección y se siente distinto al resto, como si la narradora hubiere tomado más distancia, relacionándose menos íntimamente, lo que no le resta valor.
Qué puedo decir, este tipo de literatura tan sincera, íntima, suciorrealista, me sublima. Me atrae sobremanera. Quiero y necesito saber. Nos ponemos en piel y heridas de ex combatientes, gente mayor que ya lo ha vivido todo y lo ha morido todo, tienen un papel secundario pero fundamental. Además de madres e hijas. Y el hambre. Junto con esa primera persona o la visión infantil. Incidiendo en la crueldad social, en la cultura creada que obliga a padecer, de forma insufrible cuanto más bajo sea tu estrato. Y también ahonda en la familia (parejas, hermanos, padres y madres y descendencia y herencia…), sus guerras y pleitos, sus herencias y condenas, maldiciones, decisiones que marcan. Y cómo eso te vincula cual cordón invisible que nunca desaparece, y que de vez en cuando tira de ti, a través del tiempo, de vuelta a la vorágine (pasado vs presente que son complementarios). Siendo cuasi imposible escapar de textos que fluyen suaves como las olas acariciando la playa o que se cortan a guillotina personal.
Pero tiene un peligro este ya estilo establecido, y es que su riesgo e impacto sorpresivo (por las construcciones, metáforas, intensidades, juego con los sentidos y demás, que, al mismo tiempo, son quirúrgicas, y necesitan de precisión absoluta y sonoridad excelsa) se vaya perdiendo con la repetición (incluso de un relato a otro por las semejanzas de lo narrado y sus formas), que deje de conmocionar debido a la falta de frescura. Algo que, de momento, y por fortuna, no sucede. No es una literatura que guste a todo el mundo, pues requiere una implicación a título personal; una identificación con el continente, el contenido y la manera de expresarlo. Y como siempre decimos, es importante determinar a qué tipo de novela nos vamos a enfrentar, con sus pros y sus contras. Porque estas son obras de riesgo bidireccional. Advirtiendo, pues engancha, contagia, perturba, afecta. A mí me gusta. La recomiendo. El resto, queda en tus manos, en tus ojos…
Pd: existen muchos tipos de hambres…
Román Sanz Mouta
Redactor