Ritual Román 83: La casa al final de Needless Street

por Román Sanz Mouta

Título: La casa al final de Needless Street

Autor: Catriona Ward

Editorial: Alianza Runas

Nº páginas: 228

Género: terror sibilino (y extraordinario)

Precio: 22€ / 14,99€ (digital)

Todos los monstruos tienen una historia.

La casa al final de Needless Street es la historia de una niña que desapareció once años atrás en una excursión a un lago. De su hermana, Dee, una mujer vulnerable que sigue buscándola y rastreando a los sospechosos, después de que la tragedia destruyera a su familia. De Ted, que siempre fue un muchacho extraño y podría haber sido responsable de la desaparición de la niña. Ted vive ahora aislado con su hija y una gata en una casa decrépita y ha tapiado todas las ventanas, por las que solo penetran fragmentos de luz. Ted conoce muy bien el bosque que hay junto a su casa. Allí ha buscado refugio muchas veces y está enterrada parte de su pasado.

 

RITUAL

Me viene muy recomendada esta Casa al final de Needless Street, y la presentación de la novela ya me deja intranquilo, inquieto, perturbado, apetente…

Por partes.

Ted: nos habla en su primera persona, una primera persona que, con su voz, personalidad o características, ya nos hace entender que puede exista algo erróneo en su vida. Pues su primera referencia es la desaparecida «niña del helado», once años atrás. Una tragedia de la que fue acusado. Porque Ted no es una persona normal. Ted, con su hija Lauren, problemática en muchos sentidos. Ted, con su gata Olivia, la reina de la casa. Ted, que guarda mundos dentro de sí, de sus pautas. Ted, quien parece sufrir una serie de afecciones, quizá mentales. Ted, que nos transmite intranquilidad. Todo esto en el primer capítulo (salpimentado con algo posterior).

El espectro se amplia cuando es su gata, Olivia, quien toma la palabra, también de viva y propia voz, al mando alterno de la narración, ya en el segundo episodio.  

Olivia: de visión felina muy humana. Recogida por Ted, su protector. Una gata casera de perspectivas múltiples, pues llega a describirse. Una gata enamorada de otra gata callejera a la que no accede; muros y fronteras. Una gata católica, creyente, religiosa, de conocimientos antiguos. Una Olivia que reincide en todos esos elementos presentándose a sí misma, y después les pone nombre a los sospechosos: los padres ausentes de Ted, Nocturno, los niños verdes, el resto de teds (que son el resto de humanos sobre los que emite juicios de valor y opinión), los tumultos… Olivia sitúa en perspectiva y contexto los actos de Ted (tan niño como hombre) de forma bidireccional.   

En dos capítulos la mente hierve con piezas de este puzle roto que debemos recomponer, que debemos solucionar. Al que nos enganchamos ya desde su arranque incidiendo en la psique. Sabiendo que lo horrible pasó, y, probablemente, todavía esté sucediendo y sucederá.

El tercer personaje que posee capítulos propios es Dee, la muchacha ya cuasi adulta; la que indaga.

Dee: nos la presentan de adolescente temprana, compartiendo un día de lago con su familia, los pesados de sus padres y la pesada de su hermana pequeña. Que sufren unas circunstancias funestas las cuales desmiembran ese núcleo familiar. Asistimos poco impávidos a la desaparición de su hermana en ese día de lago. A partir de ese momento, solitaria, vagamunda, únicamente tiene un objetivo: recuperar a Lulu; cazar a su captor. Y avanza en esa investigación de búsqueda incansable con traumas incognoscibles, llena de conflictos, con una detective cansada que ya no cree en ella. Hasta que Dee llega a Ted. Siempre Ted, Alpha y Omega. Confluyendo. Sospechando…

Además, como ya he comentado, está Lauren, la hija, quien irá ganando voz y acabará por contarnos su historia.

En tanto en cuanto seguimos profundizando en Ted, su madre chamana, mística, protectora, imponente, implacable con ecuación severa. Esos dioses blancos a venerar en una cultura siniestra y emergente. Incidiendo en sus olvidos, en las grabaciones para rellenar dichas lagunas. Olvidos de noches, de cosas que hace, que debe hacer, que pudiere estar obligado a hacer, que pudieren ser heredadas (pudieren… no seré yo quien os avance nada de nada). El aspecto desaliñado, enorme, temible. El hombre bicho al que acude para solaz de su mente, para sonsacarle los recovecos de la psiquiatría que apenas atisba, para aprehender sobre él, sobre Lauren, sobre Olivia.

Este lienzo se pone apasionante, y temo que poco más voy a contar de la trama, pues estropearía vuestra lectura, y deberéis fiaros que resulta una experiencia extraordinaria. Así que dejaré migas, pequeñas, indolentes, despiadadas. Tristes, porque, en muchas ocasiones, la tristeza me embarga.     

De trasfondo, el lago, lugar de extravíos, donde los niños y las niñas vuelan para no volver. El bosque, con sus árboles blancos de hueso, con aquellos dioses ancestrales y primigenios. Narrado en prosa afilada, acerada, exacta (mis felicitaciones también a Cristina Macía, la traductora), que nos guía en sucesión temporal sobre ese paso del tiempo de Ted, parte de su pasado, con mimo y sin tiento para que nos fijemos en todos, TODOS, y cada uno de los detalles que debemos almacenar en la memoria (pues acabarán por revelar su importancia cual bomba de retardo imaginativo). Detalles como los ojos sin fondo en una foto, una muñeca, un sonido agudo, un objeto que se ha movido y está donde no debe o debiera, la voz del presentador en el programa de la televisión… La composición del cuadro, de los progresivos cuadros, es fundamental, parte de esa partida que la escritora juega con nosotres. Primorosamente elaborado el manuscrito para que acabe restallando en la cabeza, por pura coherencia, porque no miramos suficientemente atentos, por giros y sorpresas. Todo puede pasar, nada está prohibido.

Los personajes están unidos por hilos, cordones que los vinculan y los atan y los asfixian y los quiebran por igual, hecho que los lleva a recorrer sus senderos hasta que colisionan, porque se necesitan.  

Hasta aquí. De verdad, no debo seguir. Si con esto que os cuento no he conseguido captar vuestra atención y que os abalancéis en su búsqueda, poco más lo hará, pero concluiré en toda forma.

Los personajes son deliciosamente furibundos, desesperados, definidos y en evolución todavía; llenos de maldad (¿qué es la maldad? Quizá equivoque el palabro, casi seguro que sí), de una oscuridad que destila subyacente a lo largo de sus páginas. La atmósfera, sea casa, sea arcón, sea bosque, sea bar, sea consulta… sobrecoge. Sobre todo en ese reducto al final de Needless Street, el hogar de las ventanas cubiertas, del caos organizado. El estilo y la prosa marcan tendencia, de lenguaje tan culto como ágil, adecuado. Y el conjunto me ha desbordado, rompiendo las previsiones, creativa en su crudeza, en sus cambios de voces narrativas. No es solo que la novela te mantenga en tensión constante, creciente, por los hechos macabros que intuyes, que aprendes, sino que te obliga a participar de cada miedo, de cada revelación, de cada detalle (insisto; almacena estos, poseen más de un sentido). Tienes que deducir, volver atrás en el manuscrito, releer, participar para ser capaz de contemplar todo el conjunto. Necesitamos reconstruir el puzle de este cadáver literario si queremos comprender qué ha pasado de verdad tras el telón de cada escena. Y deriva en una sensación maravillosa, de fondo siniestro.

No imagines, no concluyas, no te hagas expectativas, no simules supuestos, no des por hecho… o sí; entra al juego, disfruta, padece, tiembla, especula, resuelve. Esta novela, nefasta por su magnificencia, te va a afectar con todas las letras de la palabra (¿cuántas novelas te han afectado de verdad? Sé sincero/a). La recordaras, tú; cada hecho, cada maldad, cada pensamiento que tuviste con ella. Una obra de culto futuro sobre la que no hago comparaciones, porque, una vez más, cuanto menos cuente, más la disfrutareis. Catriona Ward nos deslumbra y nos hace estremecer con una angustia desbordante cual pocas otras.

La casa al final de Needless Street es un desafío. Atrévete…

 

Pd: tengo que encontrar más obras y relatos de Catriona en castellano, ¡ya! Si alguien sabe…

Pd II: si Los últimos días de Jack Sparks fue la mejor novela de terror del 2020, La casa al final de Needless Street es la del 2021. Sin dudas. ¡Rebatidme!

Pd III: el epílogo (¡no lo leáis antes de tiempo!) me ha emocionado.

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