La caja de Pandora: Estamos muertos

por Lorena Escobar de la Cruz

La noción del mundo, desde que como tal es mundo, pasa por la concepción de la violencia como forma de imposición y control. De poder. La base de nuestra civilización es el conflicto armado y la opresión, por mucho que a veces intentemos camuflar la historia con pasajes de buena esperanza. No os asustéis, no voy a divagar mucho más. Pero esta idea de violencia y de abuso es la raíz principal de la serie sobre la que voy a hablar hoy. Aunque a priori no parezca demasiado relevante en una producción que va sobre zombis, ¿verdad? Pues todo lo contrario. A veces las cosas más banales esconden verdades casi absolutas. A veces, la capa superficial no es más que un engaño, un espejismo de distracción que oculta algo más. Y eso precisamente es a lo que juega Estamos muertos, la serie coreana que está triunfando en Netflix. Vaya filón ha encontrado el gigante con este tipo de productos. Y los coreanos se dejan mimar, sabiendo la facilidad que tienen para enganchar al público, para elaborar con esmero y cuidado secuencias visuales de gran impacto y profundidad. Es una simbiosis perfecta: un matrimonio entre amigos que promete muchos finales felices. Bien, no seremos nosotros quienes agüemos la luna de miel a los recién casados.

Como decía, Estamos muertos juega en un terreno conocido que al mismo tiempo oculta una raíz profunda y de largo alcance. Es como una planta de flores muy llamativas que necesita un montón de sustrato para poder vivir —sí, ese tipo de macetas que nunca logro mantener con vida—. La serie, dirigida por Kim Nam-soo y Lee J.Q. (estoy tomándole el gustillo a esto de los nombres coreanos), no ofrece muchas sorpresas sobre su argumento, no hay misterios que resolver ni giros impredecibles: es una serie de zombis. Zombis asaltando una ciudad entera, cuyo foco principal será un instituto de adolescentes que, como todos los adolescentes (qué lejos queda para mi desgracia esa época y qué pronto voy a vivirla como madre) tienen sus propios problemas emocionales, amorosos, hormonales… esas cosas típicas de adolescentes que la gente adulta seguimos viviendo, pero nos molestamos en ocultar bajo una capa de fingida madurez. El ser humano involuciona con la edad y lo peor es que pretendemos engañarnos: seguimos siendo críos dramáticos a los que les chifla vivir entre amores y desamores. De eso precisamente mama Estamos muertos: no es una serie que se ofrezca para un público determinado, por mucho que los protagonistas —me niego a poner todos los nombres, ese reparto es más largo que un día sin chocolate— gocen de las mieles de una juventud que cree que puede hacerlo todo sin consecuencias. Y ahí, amigos lectores, ahí es donde hallamos la raíz: todo nace por ese poder que se obtiene gracias a la violencia. Porque la baza que tiene la serie para no ser una serie más sobre zombis (y que no paren, por favor, nada nos gusta más que ese puñado de malditos muertos vivientes) es el origen del virus. No hay un plan maquiavélico de ningún gobierno, no es un arma vírica que se fue de las manos en algún laboratorio secreto (ejem, ejem). 

El virus que convierte a la gente en engendros sedientos de sangre y carne humana nace por una causa muy diferente que se da a conocer pronto en la serie, y que en cierta manera rompe el alma. Porque toca temas que todos hemos sufrido en carne propia, o a través de algún familiar, o amigo, o vemos en las noticias con una normalidad que da bastante miedo: la lacra de algo llamado bullying es la causa y consecuencia del desastre que se va a desencadenar sobre Hyosan. Porque aquí viene la pregunta incómoda de la existencia humana: ¿qué estaríamos dispuesto a hacer para proteger a los que amamos? ¿Por defenderlos? Esos limites, las líneas rojas entre el bien y el mal, entre el fin que justifica los medios, se borran de un plumazo en la serie coreana. Entonces nos topamos de frente con otro tema clave para nuestra sociedad: la impunidad de los que dañan. La total facilidad que hay para hacer el mal, la solución final a este tipo de conflictos, que dejan a la víctima como culpable de su propia desgracia. Ese “algo habrás hecho tú”… El cambio de ubicación del que ha sufrido los abusos y no de los matones de turno. Daría este tema para otro artículo entero y no es el propósito, pero quería dejar claro que Estamos muertos mete las manos en la herida y la remueve sin ningún tipo de pudor. Denuncia a voz en grito. Y debemos escuchar, o deberíamos, al menos, como parte activa de este inhóspito lugar al que llamamos mundo.

Pero volvamos a Hyosan: cuando el virus ha tomado el control y los amigos de toda la vida quieren comerse a nuestros pobres protagonistas, estos comienzan su particular carrera por el infierno tratando de buscar una puerta de salida. Difícil misión hallándose en una mole de hormigón y acero infestada de muertos vivientes. Difícil, sabiendo que en cualquier momento ellos mismos pueden convertirse, que son un grupo pero al mismo tiempo cada uno quiere salvar su propio pellejo. Difícil cuando el amor se entremezcla con la sangre y las vísceras porque, qué coño, es una puñetera serie de zombis. Si unimos una gran dosis de heroísmo, otra de intereses políticos y militares, otra de amistad (profunda, de la que cuenta y vale) y otra de imágenes impactantes (habrá tripas fuera, advierto) tenemos el equilibrio perfecto entre una serie de terror y otra de aventuras con un toque delicioso de humor, que para eso los coreanos se las pintan solos. La incertidumbre por no saber lo que ocurre fuera, dónde se encuentran los seres queridos, la indefensión, el abandono, el hambre (es lo que más me ha hecho sufrir: dadle de comer a esas criaturas, ¡por favor!) nos sumergirán en el universo terrorífico de esta pandilla que solo quiere volver a casa y refugiarse en el abrazo de la familia.

Porque cuando la vida te pone al límite, nos damos cuenta de lo poco que valoramos lo que la vida nos ofrece. Porque cuando la muerte pende sobre nosotros, nos damos cuenta de lo poco preparados que estamos para la visita de la parca. Estamos muertos te lo recordará con un ritmo frenético que de vez en cuando decae para dejar paso al drama, a la sonrisa ligera, a la cotidianidad del horror. Y te sacará también alguna vergüenza: somos actores impasibles de la violencia que nos rodea, esa que se denuncia a golpe de tecla en redes sociales desde el confort de nuestra existencia (la mayoría de las veces segura). Eso nos vuelve cómplices mudos de los abusones que impávidos y seguros continúan destrozando vidas. Sí, este tipo de productos, al igual que la literatura, se convierten en dolorosas hostias de realidad. De las que te dejan la marca en la cara, como una grotesca letra escarlata.

Al final, cuando termines los capítulos, ni siquiera recordarás haber visto la sangre y las vísceras.

Algo grande para una serie de zombis.  

3 comentarios

Morrigang abril 4, 2022 - 11:00 am

Así no se puede, de donde voy a sacar el tiempo para tanto libro y tanta serie? Sois legión atacando mis murallas en este monolito.

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FRANKY abril 4, 2022 - 7:03 pm

“Porque cuando la vida te pone al límite, nos damos cuenta de lo poco que valoramos lo que la vida nos ofrece. Porque cuando la muerte pende sobre nosotros, nos damos cuenta de lo poco preparados que estamos para la visita de la parca.”
Creo que podrías ver la puta patrulla canina como excusa, jajajaja, la cuestión es filosofar, di que sí, hermana!!!!

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Ricardo Zamorano mayo 17, 2022 - 3:15 pm

Muy buen análisis, Lorena. La serie me ha gustado bastante.

¡SPOILER!

Me dio mucha rabia que al final muriera el prota (no voy a poner su nombre pero imagino que sabes a quién me refiero); me parecía un gran personaje.

Diseño de producción, puesta en escena y escenas de acción excelentes.

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