El rostro del héroe

por J. D. Martín

El rostro del héroe

«Ojalá mires el rostro de tu héroe», reza una antigua maldición mesopotámica. Nació, nos dice la leyenda, cerca de Eridú, de Ur y el cauce del Eúfrates, cuando el joven Basor ascendió al trono de Nasir.

Este joven príncipe de la legendaria ciudad-estado admiraba a Bazda, general de los ejércitos de la poderosa Ur, consejero de reyes, diplomático y estratega sin igual. Había manifestado el recién coronado adolescente su voluntad de entrevistarse con Bazda, algo imposible ya que los terriorios de Ur y Nasir eran casi limítrofes y, por tanto, casi competidores. Dicen las crónicas que Aitham, esposa predilecta de Basor y mucho más lista que él, fue quien le aconsejó en varias ocasiones mantener una cordial distancia con Ur y con Bazda, para evitar que los uritas supiesen de las riquezas y recursos de su pueblo. El rey desoyó el consejo de su esposa, y cuando Bazda llegó a Nasir y vio sus fértiles tierras, regadas por el Eúfrates, y a la maravillosa Aitham, ambicionó este reino. Así pues, y resumiendo, el héroe de Basor llevó a cabo una despiadada campaña militar que borró de la faz del mundo a Nasir, acabó con Basor en la mazmorra y con su pueblo esclavizado por los uritas. «Ya conoces el rostro de tu héroe», fueron las últimas palabras que Aitham, entre lágrimas, dedicó a su esposo.

Esta popular leyenda, tan falsa como un billete de tres euros y que me acabo de inventar, viene a colación por lo de la cancelación en literatura y, en general, en la narrativa.

Qué mierda dice este tío.

Pues eso.

Vivimos en la segunda época de mejor acceso a la información de la Humanidad. En la primera, todos vivían en la misma cueva y era fácil saber qué hacían los demás. Ahora, siendo muchos, muchos millones, podemos saberlo casi todo sobre la vida de otros gracias y por culpa de las redes sociales. Así que no es de extrañar que conozcamos la ideología, espiritualidad, opinión y actuación de nuestro escritor, cantante o actor preferido. Y claro, resulta que esa persona cuyos libros devorabas porque te regalaban vida no hace la tortilla de patatas a tu gusto. Que le echa cebolla, maldita sea. O que no le echa cebolla, maldita sea. Así que a degüello, sumerjamos en el barro a esa persona.

Por coherencia, ya me entiendes. Porque hay que salvar al mundo, al colectivo, a los de mi cuerda y a los que son más ignorantes que yo de opiniones como las de esa persona, tan contatoxicaminantes que antes sus historias PEC pero ahora damnatio memoriae.

Bueno, hasta ahí más o menos bien. Quiero decir, creo que todo el mundo tiene derecho a no comprar un producto si el beneficio va a una causa que detesta. Que tal escritor dona pasta a no sé qué causa que aborrezco, pues no le compro libros, porque estoy contribuyendo a esa causa. Lógico, coherente y, si me apuras, admirable.

Voy a hacer campaña en contra porque soy un tío concienciado. Pues también muy bien. Que a lo mejor yo no pienso como tú, y sigo pillando libros de esa persona, pero aquí estamos en el terreno del debate abierto y la libertad de expresión y actuación.

Luego me doy cuenta de que no tengo ni idea de a qué dedica sus beneficios el gerifalte de la cadena de supermercados donde satisfago mi abasto, el camarero propietario del bar de barrio que apaga mi sed, el empresario para el que trabajo en una multinacional inabarcable o el tipo al que compro mi ropa, mi tabaco, mi té con jengibre y mi todo lo que se te ocurra. Que a lo mejor tú no eres un cretino como yo y te lees mogollón de periódicos financieros y sabes muy bien qué y a quién compras. Para quién trabajas. Para quién trabaja el jefe de tu empresa. Pero lo dudo, estoy casi seguro de que eres un cretino como yo.

Y, teniendo en cuenta que mucha, no toda, pero muchísima de la información necesaria está disponible en nuestra época, no queda más remedio que deducir que somos cretinos conformistas, que si no rechazamos al de la ropa, el tabaco, el té con jengibre y el del supermercado, es porque resulta mucho más cómodo para nuestras conciencias atacar al más expuesto, el creador de contenidos, que molan mucho pero el cabrón no echa cebolla a la tortilla, o sí, lo que sea que no apruebo. Y algunos, más cretinos que los cretinos medios que somos tú y yo, defienden el derecho de la libertad individual de no sé qué reafirmación personal para piratear sus contenidos, para reescribir sus obras, para negarles a esos creadores la posibilidad, el derecho, si en sus manos torpes estuviera, de cobrar por su trabajo. Pero vamos a ver, estúpidos, piltrafas, tontos para siempre. ¿Qué defensa de la libertad individual es la de negar a una persona la creación de su obra? ¿Tan triste es vuestro espíritu crítico que tenéis que negar al creador para defender la creación?

Si no quieres que Fulano de Tal se lleve un euro por ser contrario a tu ideología, pues muy bien, argumenta y defiende tu argumento. Si estás rendido a la obra de Fulano de Tal, mala suerte, Fulano no va a dejar de pensar como piensa por tus paranoias. A no ser que sea tan cretino como tú. Porque cualquier creador es, en parte, su obra, y tú puedes crear tu propia obra, definir lo que crees bueno, predicar con el ejemplo, a no ser que seas un cretino integral. Un tonto con megáfono. Un imbécil que sólo sabe gritar. Un palo en la rueda de la libertad que defiendes.

Un niñato enfrentado al rostro de su héroe.

2 comentarios

FRANKY septiembre 19, 2024 - 11:19 am

Casi podía firmar yo el artículo, o dicho de otra manera: lo suscribo todo.
Aunque que una persona tan castiza como tú utilice la expresión de cuño moderno “creador de contenidos” me ha desencajado un poco… creo que voy a dejar de leerte, y además, si puedo, matarte. Pero lo hago por la libertad, no te creas.
Un abrazo.

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Daniel Aragonés septiembre 19, 2024 - 6:17 pm

Cretinos de medio pelo cubren el globo. Como yo. Como tú. La verdad es que me importa bien poco la vida personal de nadie. Pero no sus obras.

Un abrazo.

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