Título: Invasión
Autor: David Roas
Editorial: Páginas de espuma
Nº de páginas: 128
Género: Cuentos inquietantes
Precio: 14€ / 5,99 (digital)
Dice la contraportada de esta colección de relatos que «la invasión comienza allí donde menos lo intuimos», haciendo referencia a la continua intrusión de lo insólito en los entornos que habitamos diariamente y en las personas a las que más y mejor conocemos. La Invasión de David Roas toma cuerpo en lo familiar, en aquello que vemos, tocamos, transitamos todos los días. El autor nos obliga a mirar dos veces, ya que el ángulo que ha elegido para sus historias está retorcido con la intención de atacarnos y hacernos caer. Así, desde el mismo suelo, se nos revelará la otra cara de la cotidianidad.
El volumen comienza con La casa vacía: he aquí el homenaje al caminante de Providence, al que Roas extrae de su imaginario para construir un cuento hecho de retazos de la vida de Lovecraft. Aunque el final no sorprende en su giro, sí que aporta la clave metaliteraria bajo la que se asienta todo el relato. Podría decirse que estamos ante una verdadera actualización lovecraftiana, basada no en la repetición sino en el tributo real, aquel que escudriña desde otro prisma, desde una casa cercana a la mansión desierta.
Seguimos con Trabajos manuales, una estupenda utilización por parte del autor de varios elementos pertenecientes al imaginario religioso. Mezclar figuras de santos, féretros y cruces con un protagonista infantil funciona a las mil maravillas, y otorgar una intención muy perversa —pero que muy perversa— al conjunto redondea el relato hasta un desenlace que nos deja perplejos.
Escuchamos una canción titulada Cerezo rosa, una canción precisa, redonda, perfecta. Su estribillo sirve, como todos los estribillos, para enfatizar y desvelar la intención de una historia que se va desplegando poco a poco. Detalles como un vaso recordatorio de un viaje, o una dentadura postiza, representan la lenta agonía de una vida que merece terminar. De un delicioso ácido, este cuento reafirma la maravillosa e imperecedera condición del formato de literatura breve.
De nuevo la perversión, el cambio de color de la luz, el posarse sobre una rama quebrada. Visitar una Casa con muñecas podría parecer algo ingenuo, divertido, una regresión a lo infantil. En manos de Roas, es una estancia en la pesadilla de sudor frío, un viaje nocturno por una carretera cortada, una noche en un cementerio. Muñecas de porcelana que te miran en la penumbra como un enjambre de cuervos.
Empezamos entonces a comprender de dónde procede la Invasión, y no podemos evitar estremecernos y soltar un gritito al percatarnos de su origen interior. Dentro de nosotros se está operando el cambio, el mismo que nos hace percibir sonidos que antes no estaban, ser conscientes de la sombra que sale de nuestros pies o admirar con horror esa mancha que parece crecer en nuestra alfombra. No importa cuánto nos esforcemos en su limpieza. No se va.
Hay que tener en cuenta que devorar libros no siempre es una labor agradecida. Cuando te encuentras con una mala novela, incluso aunque la hayas escrito tú, la indigestión puede hacerte pasarlo mal. Aunque tengas mucha Hambre.
Al Agua oscura se llega atravesando el tupido bosque. El lago se alza siniestro, reflejando la ciudad en su superficie y ocultando, bien lo sabemos, monstruos en su interior. Fantástico y original tributo a los creadores y renovadores del terror clásico.
Otra vez las muñecas conforman un estilo de vida. Se adivina perverso, salvaje y brutal, pero es un modo de vivir al fin y al cabo. No siempre consigue uno ser cuidadoso y conservar sus juguetes sin un rasguño, pero las madres son comprensivas con sus retoños y saben de sus torpezas. Al final, eso es lo que siempre nos queda: el Amor de madre.
Aunque el cambio de voz no sale todo lo bien que debiera, la potencia de unos bichitos como las hormigas se lo come todo, incluso el azúcar. Los dos hermanos de Simbiosis descubren el placer de una invasión literal. A partir de ahí, todo fluye. Piénsalo bien. Esa hormiga diciendo por tu pierna te hace unas cosquillas muy agradables.
La existencia es una guerra, y en el discurrir de los días solo podemos asimilar las tácticas para sobrevivir y, una vez en la batalla, ponerlas en marcha. Todos somos Guerreros, y aunque intuyamos que el conflicto no sirve para nada y que lo que viene después no será sino una réplica igualmente inútil, hacemos lo que podemos para subsistir. Y tú, ¿cómo te enfrentas al enemigo?
No es el Altruismo una característica demasiado común en los cuentos de terror, en especial cuando nos embarcamos en una historia de muertos vivientes. Por supuesto, adivinaréis por todo lo anterior que David Roas se aparta de los trillados caminos que tantos y tantos desgastan. Aquí hay otros códigos. Supervivencia, sí, pero basada en el silencio y en el hambre del otro. Y el niño del tobogán.
El resto son pequeños fragmentos, escalofríos breves con protagonismo compartido. Los espejos completan el cuadro. Elemento perturbador de por sí, cuando se le añade la figura de un bebé se convierte en algo más. Romper un espejo es quebrar la realidad y, en una pequeña serie de microrrelatos, eso es justamente lo que hace el autor.
Por tanto, Invasión es un juego de ángulos torcidos, el retrato de un conjunto de vidas falsas que nos recuerdan a la propia, como bien atestiguan los espejos del final. Sabe el autor cómo invadir al incauto que se acerca a sus textos, sabe hacerle testigo de primera mano —y quizá partícipe— de las quebradas líneas que siguen sus cuentos. Con un fino sentido del humor, David Roas compone una curiosa panorámica que se nos ofrece a través de un cristal lleno de grietas. Observar la realidad desde allí resulta fascinante. Magnífica colección de cuentos.
Enlace relacionado: Forjadores de relatos 31: Guerreros, con David Roas
José Luis Pascual
Administrador
2 comentarios
MIl gracias, José Luis… Excelente y afinada (¿afilada?) lectura de mis delirios… Abrazos
Todo un placer leerte, David. Muy inspiradoras algunas de tus historias. ¡Y perversas!
Un abrazo.