Título: Niño oruga
Guion: Pedro Mancini
Dibujo: Pedro Mancini
Editorial: Desfiladero Ediciones
Nº de páginas: 176
Precio: 15,90 €
Niño oruga comienza con el protagonista en la cama leyendo un libro llamado Las reglas del mundo. En las viñetas siguientes vemos una fotografía de lo que parecen ser extraños experimentos con mujeres, una cucaracha que nos remite explícitamente a Kafka, y unos tentáculos surgiendo de los ojos y boca del personaje. Con esto, entenderéis que Pedro Mancini pone las cartas boca arriba desde el primer momento, advirtiéndonos de que las reglas de su mundo no son exactamente las nuestras.
La premisa es sencilla: por orden de sus padres, Víctor, un adolescente, ha de ir a casa de su abuelo y quedarse una temporada con él para cuidarlo. Ese pequeño drama familiar se retuerce al traspasar la puerta de la casa, ya que en ese momento el joven parece penetrar en un universo distinto, oscuro y difícil de interpretar. A partir de ahí, asistimos a una odisea en la que Víctor se topará con una serie de personajes que moran en el Ultramundo, que es como se denomina aquel lugar.
Mancini, autor argentino desconocido por mí hasta ahora, demuestra en esta novela gráfica un portentoso sentido del surrealismo para entender la realidad. Y digo bien, ya que en una entrevista que se incluye en el volumen, el propio autor desvela que el comienzo es autobiográfico, ya que tuvo que instalarse en casa de su abuelo cuando este enfermó. Todo lo que sigue, siendo una historia adherida al surrealismo fantástico, recoge elementos de la Alicia de Carroll y los retuerce para llevarlos a una nueva dimensión. Mancini parece querer hablar de identidad y de familia, pero lo hace bajo unos códigos oníricos e incoherentes (en el buen sentido) que rompen con la narración tradicional. El imaginario que se despliega, no obstante, resulta portentoso.
Lo que nos guardamos dentro e intentamos no dejar salir. Lo que somos incapaces de aceptar de los demás. La desorientación de no saber qué hacer con tu vida. Todo eso está en la tinta del trazo de Mancini, pero hay mucho más. Podemos pensar en David Lynch o en William S. Burroughs, ambas influencias admitidas por Mancini, cuando advertimos la querencia por lo pesadillesco entendido como una narrativa imposible de anticipar, en la que cada viñeta nos lleva a algo inesperado. Es casi una huida hacia adelante en la que el lector genera la historia al mismo tiempo que la propia obra. Por supuesto, el componente inquietante es el que predomina y reina sobre todo lo demás, desvelando una realidad deformada que se muestra a nuestros ojos a través de un impactante despliegue visual.
El arte de Niño oruga es sencillamente maravilloso. En una espectacular puesta en escena, las líneas claras de Pedro Mancini se entrelazan para conforman una realidad tenebrosa y, sobre todo, amparada por las leyes del sueño. El autor logra un estilo propio gracias a una imaginativa galería de personajes que parecen salidos del subconsciente para integrarse en las páginas. La falta de color aumenta la impresión pesadillesca, sumergiéndonos en ese Ultramundo tan particular.
Y luego está la narrativa visual. Moverse entre las viñetas con los trazos de Mancini es caminar entre un cortinaje gris que revela un universo tenebroso y mágico, un delirio inquietante al que sobrevuela una constante sensación de amenaza. El cómic es muy parco en diálogos, basándose en su mayor parte en una secuencialidad que a menudo se rompe para barajar otras claves, dejándonos entrever de dónde nacen las pesadillas. Una delicia para los que buscamos más allá de lo convencional.
Menuda sorpresa. Desfiladero Ediciones nos ha regalado una obra monumental, una de esas sacudidas inesperadas que resultan tan necesarias hoy en día. Leer Niño oruga es como mirar a través de un espejo deformado, o como atisbar las formas de vida que se mueven bajo las aguas de un río de amplio caudal. Y ese es un efecto tan maravilloso como poco habitual. Recuerden el nombre de Pedro Mancini.
José Luis Pascual
Administrador