Caminaba por el parque que hay cerca de mi casa. Bien entrada la noche. Hacía viento. Los árboles ondeaban con furia. Las hojas rodaban hacia el limbo, acompañadas de basura y ramitas secas. No había nadie, ni un alma. Solo con mi sombra, la figura de un tipo con la cabeza afeitada y una larga perilla repleta de canas. Me faltaban los cuernos para cumplir uno de mis sueños, convertirme en un demonio descastado y cruel capaz de sacar lo peor de la gente. Puedo asegurar que esto me pasa de siempre, no es porque me haya leído Cuernos. Quiero pertenecer al infierno. 

De los que escriben en modo best seller, muy pocos me hacen vibrar de un modo tan intenso como el señor Joe Hill. Puede que su padre y dos o tres más.  

Lo que más destaco de este tipo de lecturas tan intensas es que exprimen mi cerebro y logran sacar cosas casi borradas. En este caso, durante la lectura he recordado algo que me ocurrió hace años. Un hecho que en un principio no tiene nada que ver con Cuernos, pero que hilando, extrayendo momentos extraños, todo se interconecta. Voy al grano. Nos ofrecieron grabar un tema para para un grupo nacional bastante conocido —A Palo Seko—, en concreto, para un tributo por no sé cuántos años de carrera y bla, bla, bla. El caso es que nos llevaron a un sitio recóndito a grabarlo, un estudio que tenían en una especie de poblado huérfano y sin atender, ni polígono ni zona urbana, ni rural ni habitada. Y allí nos encontramos con que había una gente con un taller clandestino donde desmontaban coches robados y almacenaban extraños paquetes. Y yo fumando en la puerta del estudio, mirando a la banda de los coches robados.

Cuernos es como el despiece mental de un psicópata, ligado a un montón de historias relacionadas con la vida real, y unido a un hecho paranormal. Todo aderezado con un relato central absolutamente aterrador, despiadado y salvaje. De pronto me he visto de nuevo allí, en ese estudio de grabación, rodeado de personajes reales que despuntan en un mundo infernal. Es curioso cómo funciona la mente humana. Joe me ha sacado de mi zona de confort y me ha trasladado a un lugar recóndito para que observe su obra desde un ventanuco oxidado. Me he sentido despreciable en muchos momentos, os lo puedo asegurar.

Aunque el eje de la trama puedan parecer los cuernos de Ig Perrish y el poder que empieza a despertar en él, en realidad la historia gira en torno al asesinato y violación de Merrin, la novia de Ig, un año antes del punto de partida de la historia. Joe empieza a confeccionar esta maravilla haciendo viajes continuos al pasado. Lo divide todo en cinco inesperadas partes que narran desde la preadolescencia de los personajes, pasando por la adolescencia, e incluso la niñez.

Lee, Terry, Glenna, un grupo de amigos, se unen a Ig y Merrin y juntos desgranan una verdad inimaginable, aterradora y salvaje.

Todo un pueblo culpando a Ig de lo sucedido durante un año entero. Así ocurre en la vida real. Nadie se fija en los pequeños detalles. La sociedad se limita seguir la corriente y ocultar sus verdades en lo más profundo de su ser. Pero claro, nadie cuenta con el poder de los cuernos, capaces de convertir a su portador en un mentalista del infierno, en un encantador de serpientes que se recarga con fuego.

A rasgos generales, Cuernos se ha convertido en una de mis novelas preferidas por infinidad de razones. La primera es que me ha sorprendido, en muchos pasajes los clichés se borran por completo y no sabes por dónde vas, cosa que se agradece. Uno ya está cansado de predecir el futuro de cada cosa que lee. En segundo lugar, el poder de los cuernos me parece épico, es simple y complejo, y no convierte a Ig en alguien invencible, ni mucho menos. Y lo tercero, la carga emocional, de pronto estás riendo a moco tendido, pasas al lloro, te estremeces, y luego te agarra el terror y revienta lo poco que va quedando de ti. Una salvajada literaria que no puedes pasar por alto.