Infiltrado (K.J. Parker)

por Lorena Escobar de la Cruz

Título: Infiltrado

Autor: K.J. Parker

Editorial: Red Key Books

Nº de páginas: 125

Género: Fantasía

Precio: 14,95€

«Creo que tenéis un refrán que dice: “Más vale demonio conocido que demonio por conocer”, o algo por el estilo, así que permitidme que me presente: soy el Demonio. O, al menos, soy su apoderado y representante debidamente acreditado; soy parte de su organización, parte de él, en un sentido profundamente espiritual, carne de su carne incorpórea, espíritu de su espíritu hondamente antisocial».

La eterna lucha entre el bien y el mal. ¿Puede existir argumento más blandido, enarbolado, escrito y reescrito, utilizado hasta que el verbo sangra tinta y en la tinta redimimos todas nuestras faltas? No es una cuestión religiosa, ni de fe, quizá ni siquiera estemos hablando de creencia desesperada, esa que nos hace salivar plegarias desnudas en la desnuda madrugada. El bien y el mal es un concepto tan ambiguo como ambigua es la naturaleza de nuestra especie, arcaica y retrógrada, juiciosa y voraz. Porque la realidad, la única verdad admisible y admitida, es que no podemos resumir miles de años de existencia en un doble juego moralista y falso.

No, no hay una línea divisoria. 
No, a veces el infierno no dista tanto de tu día de oficina.
Sí, el demonio también necesita purgarse.
Y a todos nos gusta jugar en el cuarto oscuro.
Aunque no lo queramos confesar.

De algo y mucho de eso va Infiltrado. 
De dobleces que se descosen bajo la luz de una luna que casi siempre desvía la vista. 
Y se hace la despistada ante las esquirlas de la noche.

Un demonio (uno de tantos) dedica sus días a atormentar a los pobres monjes que conviven en un monasterio, tras haber sido catalogado como «frágil» por sus superiores a raíz de una experiencia traumática con un exorcista al que poseyó en el pasado. Su tranquilo día a día saltará por los aires con motivo de una misión especial para la que es designado, una misión que lo llevará a Antecira, allí donde un duque está a punto de destruir el gran Plan que ha regido los designios humanos desde el albor de los tiempos. Obligado a trabar amistad con su más íntimo enemigo, el demonio se verá arrastrado por un complot de dimensiones descomunales mientras lidia, quién lo diría, con sus propios demonios internos.

La directriz primordial de nuestra orden y Regla Número Uno: «Lo primero, no hacer daño». Por cierto, si os suena ligeramente familiar, no me sorprende. Vosotros nos la robasteis largo tiempo atrás. Pero nosotros, los demonios, formulamos nuestro código de conducta cuando los antepasados de vuestros doctores humanos aún estaban despiojándose el pelaje entre ellos».

Infiltrado no es la típica novela sobre el demonio. No rezuman azufre sus páginas, ni nos muestra un averno consentido y consecuente, no hay pactos, ni almas atormentadas, ni posesiones con un montón de escatológicos efectos visuales y sonoros. Esta novela, tan breve como contundente (y que además es una secuela de El demonio de Próspero, aunque pueda leerse, como en mi caso, de forma independiente) nos narra en primera persona la historia de un demonio. Un demonio atormentado, maravillosa metáfora. Un demonio frágil, hermosa singularidad. El cinismo con el que el autor pone voz al protagonista sirve para que el lector acoja con ligereza pero responsabilidad una serie de sátiras sobre religión, moral y filosofía, desafiando las líneas que dividen dos espacios tan cerrados como bien o mal, santo o blasfemo, pecado o virtud. Y es que Infiltrado nos muestra otra cara, una mucho más sencilla de la que durante años y años nos han tratado de meter con calzador: los demonios no son más que un plan de Él para asegurar el equilibro de la especie humana. Tan fácil como complejo. Tan obvio como enrevesado: todo yin necesita un yan. Todo musculoso héroe un carismático villano. El mundo, nosotros, necesitamos tantear el terreno sacrílego. Necesitamos matar para entender el concepto de mantenerse a salvo. Necesitamos morir para apreciar la vida. Esa es la idea. Eso es Infiltrado.

Pero no se quedan ahí las páginas escritas por K.J Parker. Una relación tóxica digna del mejor romance adolescente, una serie de personajes tan fugaces como adorables, una red de espionaje digna del mejor de los Lannister, un Plan que enloquecerá al lector porque en ningún momento sabrás de qué están hablando realmente, ambigüedad, juego, pasado y presente se mezclan en una narración tan fácil de leer como difícil de digerir, en una pregunta muda que sobrevuela el texto como una cometa desbocada ¿por qué sentimos tanta simpatía por un jodido demonio? El autor sabe las reglas de una partida a la que te entregas gustoso, pues el fin justifica los medios: finalmente nada es tan importante. Finalmente, todos somos una escala de grises indefinidos que repelen el blanco y el negro como los imanes opuestos que deciden odiarse. Obtenemos en la novela una moraleja invisible y necesaria: hasta el demonio tiene sus razones y si él las tiene, maldita sea, qué no tendremos nosotros, simples mortales.

Hasta los demonios lloran y lloran con causas y consecuencias en las que Dios no tiene orden ni partida. Quizá, a fin de cuentas, el infierno también huela a café de máquina y horas mal pagadas. Quizá el infierno solo sea el reflejo de esta sociedad que castiga al libre y bendice a los que mantienen una paz y un orden impostados. Quizá, como ya dije en uno de mis primeros escritos, ni los buenos sean tan buenos ni los malos, tan malos.

De todo eso va este libro.

De eso, y de tomarse la vida con la importancia que tiene: la justa para seguir viviendo. La justa para no morir antes de tiempo.                                                                          

2 comentarios

Daniel Aragonés noviembre 28, 2022 - 2:03 pm

A veces los argumentos típicos nos llegan al alma y critican a su vez los argumentos típico.

Una reseña muy filosófica. Ahora quiero leer esta novela.

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Vicente noviembre 28, 2022 - 10:44 pm

No sé si está bien la obra, pero la reseña es brutal.

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